Recitales de Jos¨¦ Antonio Labordeta
Como todos los a?os, Jos¨¦ Antonio Labordeta se deja caer por la capital del reino (Alcal¨¢ Palace, 1 de febrero) un poco para mostrar lo que ha estado haciendo durante la temporada anterior y otro poco para retomar el contacto con la basca baturra que una y otra vez acude a sus recitales con un fervor casi futbol¨ªstico.Y es que Labordeta, que musicalmente no es mejor que muchos, les gana a casi todos en su actitud, en la forma que tiene de encarar el hecho vivo de la canci¨®n y su plastificaci¨®n discogr¨¢fica. Un hombre que dice de su ¨²ltimo disco, Cantata para un pa¨ªs, que es LCD, es decir, l¨ªrico-cachondo-depresivo, resulta, de entrada, simp¨¢tico.
Pero es que no se queda ah¨ª. Labordeta es, adem¨¢s, una persona y un cantante serio. Y en esa seriedad se incluye no pretender ser musicalmente m¨¢s de lo que es, pero utilizando los recursos que posee al m¨¢ximo porque sabe que no puede disponer de otros. As¨ª, los intentos grandilocuentes que en otros cantantes (no s¨®lo espa?oles, por supuesto) degeneran lisa y llanamente en fatuidad, son sustituidos en boca de Labordeta por una expresi¨®n direct¨ªsima y que ya hab¨ªa dado buena muestra de sus posibilidades en la canci¨®n francesa de Brel, Brassens y dem¨¢s.Vaya, que en un recital de este hombre uno no va a escuchar doctrina, sino verdades que ocurren todos los d¨ªas y que sufre mucha gente. Porque en todo esto de la canci¨®n popular hay quien confunde el culo con las temporas y piensa y opina que las cr¨ªticas que se le hacen y hasta el desinter¨¦s de un p¨²blico antes adicto vienen dadas por un nunca definido pasotismo que da en no interesarse por nada. Pero, claro, no es eso. Si Labordeta canta una canci¨®n sobre un especulador resulta que lo hace cargado de iron¨ªa, que no disminuye, sino que potencia su contenido, su denuncia. Y si habla del problema del agua en Arag¨®n lo hace en la misma clave tragic¨®mica, mientras en poema utiliza una expresi¨®n l¨ªrica que no se para en la palabra, sino que, evidentemente, dice algo. No, mientras existan Labordeta, la canci¨®n popular, a¨²n en sus formas m¨¢s ¨¢ridas y primitivas, tendr¨¢ raz¨®n de ser. Porque, al igual que la gente ya no escucha los panfletos doctrinarios, s¨ª es capaz de abrirse para escuchar la cr¨®nica de la realidad de una vida que, para bien o para mal, le ha tocado vivir.
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