La lucidez y la esperanza
Hablemos, si les parece, del animal humano. Hablemos del origen de la cultura, del contrato social, del riesgo del momento que vivimos. Hablemos sin ¨¢nimo totalizador y un poco a beneficio de inventario: cada cual dice lo que puede (m¨¢s que lo que quiere). Cada cual arranca de unos cuantos (y no siempre coherentes) paradigmas. Pues bien, mi punto de vista es que, a estas alturas, todo lo que no sea partir del hombre como un resultado (provisional y abierto) de la evoluci¨®n, es pura teolog¨ªa. El hombre es, ante todo, un animal, y, tal como se?ala Edgar Morin, una antropolog¨ªa integral no puede disociar al hombre del animal ni a la naturaleza de la cultura.Posiblemente, las cosas ocurrieron del siguiente modo. Durante millones de a?os, los hom¨ªnidos, con un tama?o cerebral inferior al de Sapiens pero con capacidad para edificar refugios, trabajar la piedra y practicar la caza, fueron sometidos a los avatares de la selecci¨®n natural e interacci¨®n con el medio ecol¨®gico. En aquellos remotos tiempos no exist¨ªa todav¨ªa el ?individuo?; lo esencial era el grupo. Y, muy particularmente, el grupo cazador. La selecci¨®n natural no pod¨ªa privilegiar un comportamiento, digamos heterodoxo/individualista, porque el grupo entero (y con ¨¦l la especie) hubiera perecido. As¨ª las cosas, hasta que, hace cosa de 500.000 a?os, una de las ramas de los hom¨ªnidos alcanz¨® el tama?o cerebral que ya es el nuestro: unos 1.500 cent¨ªmetros c¨²bicos. Nadie ha podido explicar satisfactoriamente el origen de tan formidable mutaci¨®n. Posiblemente fuera el resultado de una multitud de factores interaccionantes. De todos modos, la caza, el lenguaje y una cierta cultura precedieron al cerebro grande. Es m¨¢s: incluso con el cerebro grande, todav¨ªa durante cientos de miles de a?os, nuestros antepasados se comportaron igual que sus predecesores de cerebro reducido. Siguieron cazando en bandas de veinticinco o treinta individuos y siguieron manteniendo un ?contrato social? muy r¨ªgido, con apenas margen para la conciencia individual. De pronto, y no hace de ello m¨¢s de 40.000 a?os, el contrato social se modific¨® dr¨¢sticamente. Naci¨® propiamente el ?individuo?. Algunos autores (entre ellos el recientemente fallecido Robert Ardrey) han sugerido la hip¨®tesis de que este gran cambio vino con la posibilidad de matar a distancia (invento del arco y la flecha): a partir de aquel momento ya no fue indispensable la caza en grupo; ya no fue indispensable privilegiar el orden sobre el desorden. La caza en grupo dej¨® de ser una obligaci¨®n y la selecci¨®n natural pudo comenzar a privilegiar a los individuos ?innovadores? tanto como a los ?conformistas?. Nacer¨ªa entonces la individualidad y con ella la genuina hominizaci¨®n. Posiblemente, tambi¨¦n apareci¨® entonces (y no antes) la instituci¨®n de la familia. En fin, es el momento en que el hombre cobra una conciencia nueva de s¨ª mismo. El contrato social se hace menos r¨ªgido. Ahora bien, la situaci¨®n (de cara a la supervivencia de la especie) se hace m¨¢s conflictiva. Los intereses del individuo no coinciden con los intereses de la especie. Sapiens tambi¨¦n es demens. Los hombres, si s¨®lo atienden a sus impulsos individualistas, pueden aniquilarse los unos a los otros, y de ah¨ª el nacimiento de las grandes prohibiciones culturales, encaminadas, si no a la defensa de la especie, al menos a la defensa del grupo. Es la hora del totem y el tab¨², la prohibici¨®n de matar a un miembro del propio grupo tot¨¦mico y la prohibici¨®n de practicar el incesto. Aparecen las religiones, es decir, las primeras matrices culturales con una funci¨®n social autorreguladora. Tal vez se produjera el mecanismo sacrificial del chivo expiatorio, como lo ha sugerido brillantemente Ren¨¦ Girard. La nueva conciencia acarrea una nueva angustia. Aparece el culto a los muertos, las sepulturas, los mitos y los ritos. La etolog¨ªa tiene que completarse ahora con la antropolog¨ªa cultural. Comienza la dial¨¦ctica entre individuo y sociedad, entre lo innato y lo adquirido.
Resumiendo: lo que llamamos hombre es el resultado de una selecci¨®n natural que, a partir de cierto momento, puede ya favorecer los comportamientos ?individualistas?, exploratorios, no del todo socializados. Ahora bien, el per¨ªodo de adaptaci¨®n ?cultural? es enormemente reducido si lo comparamos con el per¨ªodo de adaptaci¨®n ? natural ?. La teor¨ªa de los tres cerebros del famoso neurofisi¨®logo Paul Mac Lean ilustra muy significativamente este desfase. El desarrollo del cerebro humano se habr¨ªa producido en tres etapas. Primero vendr¨ªa el cerebro ?reptiliano?, el m¨¢s antiguo, y en el cual Mac Lean localiza las funciones instintivas del establecimiento del territorio, la b¨²squeda de refugio, la caza, la copulaci¨®n, la reproducci¨®n, la formaci¨®n de jerarqu¨ªas sociales. El punto d¨¦bil de este cerebro viejo ser¨ªa su, escasa capacidad para afrontar situaciones nuevas, y de ah¨ª que la evoluci¨®n trajera consigo un ?a?adido? (sin destruir lo ya existente). Este a?adido ser¨ªa el l¨®bulo cortical alrededor del cerebro viejo. Se le encuentra en todos los mam¨ªferos, y tal vez tenga cien millones de a?os de antig¨¹edad. Por fin, y en fecha pr¨¢cticamente contempor¨¢nea (a escala de la evoluci¨®n), habr¨ªa aparecido el neocortex. Ya se ve, pues, que si las conexiones entre el primer y el segundo cerebro dispusieron de cien millones de a?os para establecerse, tantearse y acomodarse, las conexiones entre el tercer cerebro (el propiamente humano) y los anteriores apenas han dispuesto de medio mill¨®n de a?os para su rec¨ªproca adaptaci¨®n. Desde una perspectiva evolucionista, el Homo sapiens est¨¢, pues, en una fase experimental muy temprana. Los desajustes son grandes. El nuevo cerebro habla un ?lenguaje? que el viejo cerebro no comprende. Las inmensas aportaciones en neuronas del neocortex han hecho posibles la memoria, el lenguaje simb¨®lico, el pensamiento conceptual, la autoconciencia; pero el cerebro viejo no capta este lenguaje, y, tal como ha se?alado Koestler, este es uno de los mayores handicaps y peligros para la especie humana -habida cuenta el enorme poder tecnol¨®gico que el nuevo cerebro ha hecho posible-. El cerebro viejo entiende de emociones y humores; el cerebro nuevo entiende de s¨ªmbolos abstractos. La domesticaci¨®n es problem¨¢tica. Y las instituciones culturales parecen muy fr¨¢giles para contener la violencia humana. La fisura interna de Sapiens est¨¢ mal compensada. De ah¨ª su ambivalencia, su riesgo; pero tambi¨¦n su enorme capacidad (social) evolutiva.
La etolog¨ªa y la historia natural del hombre nos ense?an, en consecuencia, que esa historia natural es indisociable, a partir de la genuina hominizaci¨®n, de la historia cultural. Resulta un poco est¨¦ril dejarse llevar por la famosa pol¨¦mica entre los culturalistas y los et¨®logos. O entre los innatistas y los ambientalistas. Como dir¨ªa Piaget, no hay frontera estable entre lo innato y lo adquirido. Permanentemente interaccionan los factores gen¨¦ticos, ecol¨®gicos, pr¨¢xicos, cerebrales, sociales y culturales. La misma hominizaci¨®n puede ser entendida como una morfog¨¦nesis completa y multidimensional, resultante de todas estas interferencias gen¨¦ticas, cerebrales, ecol¨®gicas, sociales y culturales. Sea como fuere, con Sapiens comienza la era de la cultura, y con la cultura el mito, el rito, las grandes prohibiciones, las instituciones. A partir de este momento, todo va a ser m¨¢s complejo, m¨¢s ambivalente. A medida que se vayan sofisticando las instituciones culturales habr¨¢ que tener m¨¢s en cuenta las ra¨ªces animales y la voz del cerebro viejo. Durante millones de a?os, nuestros antepasados han encontrado en la violencia y en la caza su satisfacci¨®n cotidiana. No debemos olvidar esto. Algunas ramas de los hom¨ªnidos desaparecieron. Una se conserv¨®: la nuestra. Esta rama sobrevivi¨® a la sequ¨ªa y a la humedad, a los grandes hielos y a los grandes calores, a los depredadores y a las cat¨¢strofes. ?C¨®mo consigui¨® tama?a proeza?. Lo m¨¢s probable es que el secreto residiera en una peculiar capacidad social de conducta en com¨²n. He aqu¨ª la gran lecci¨®n.
Y en esas estamos: desacompasados y fr¨¢giles, a punto para iniciar un verdadero evolucionismo autodirigido, pero a punto tambi¨¦n para el suicidio colectivo. ?Esa enfermedad llamada hombre? (Norman Brown) es un fen¨®meno ambivalente y tenso. A m¨ª me agradar¨ªa pensar que los grandes l¨ªderes pol¨ªticos del mundo conocen un poco toda esa historia, que son conscientes de nuestra fragilidad y de nuestra genealog¨ªa. Me agradar¨ªa pensar que las grandes decisiones se toman fr¨ªamente, en beneficio de la especie humana (y no de tal o cual grupo). El objetivo de estas l¨ªneas no es otro que el de una as¨¦ptica llamada a la lucidez y a la esperanza. Somos animales enfermos. Pero con una peculiaridad: somos animales enfermos que sabemos que somos animales enfermos. Y por ah¨ª -cavilo- enlazan la lucidez y la esperanza.
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