D¨®nde vas, triste Cibeles
Cibeles o la Cibeles, como dice la gente que ella preside desde su vaga Rep¨²blica de leones, fuentes y abundancias, est¨¢ ahora en obras de reparaci¨®n / reproducci¨®n, que nos lo adelant¨® el alcalde de M¨¦xico, durante su estancia en Madrid, a mitad de una comida, dejando estupefacta a la lubina entre una y otra salsa:-Que me llevo la Cibeles a M¨¦xico.
Se lleva una reproducci¨®n, un vaciado que, seg¨²n la autoridad de Juan de Avalos, tambi¨¦n puede da?ar, en su ejecuci¨®n, el ya da?ado m¨¢rmol talaverano y carolino de la diosa, su terrestre carne de mujer/fuente. La diosa Cibeles simboliza tantas cosas que no simboliza nada, de modo que cada ¨¦poca la ha ido llenando de su propio contenido. Los mitos cl¨¢sicos no son sino vaciados en bronce o met¨¢fora que nunca dicen otra palabra que la que nosotros les prestamos. Joaqu¨ªn Calvo-Sotelo me encarga de prologar una edici¨®n de Ovidio y Apuleyo, bajo su cuidado, y releyendo a los latinos me digo lo que dijera Eliot de los griegos:
-Los griegos somos nosotros.
Los latinos somos nosotros. El oro se lo pone el lector de hoy al Asno de oro, y si el lector no se lo pone, el asno de Apuleyo vale menos que el burro de un gitano. Carlos III imagin¨® toda una mitolog¨ªa cl¨¢sica para Madrid, metiendo los dioses griegos entre las mozas de c¨¢ntaro y las diosas agrarias entre los funcionarios de la Corte. El buen rey Carlos III quer¨ªa redimir y culturizar de una vez este pueblo mediante el mestizaje Venus / chispero, manola / Neptuno, mediante el mulatismo / latinismo que nos curase un poco de tanto casticismo. Y presidiendo aquel pijama-party, aquella org¨ªa perpetua, popular y mitol¨®gica, coloc¨® a la diosa Cibeles, incoherente reina de las cosechas, en el cruce de todos los tranv¨ªas venideros. Si los espa?oles se han cruzado con nobles italianas, con llamas bolivianas, con cabras extreme?as y turistas suecas, por qu¨¦ no iban a cruzarse con diosas griegas y romanas? Algo as¨ª debi¨® preguntarse el buen rey. Pero no contaba con la imaginaci¨®n de su pueblo y, mucho menos, con la volubilidad y labilidad de la mujer, diosa o no, de modo que la Cibeles ha sido en cada clima hist¨®rico el momento de lo que hab¨ªa: la Monarqu¨ªa con los mon¨¢rquicos, la Rep¨²blica con los republicanos, la Dictadura con los salvadores de la Patria.
Madrid es un sue?o de Gald¨®s y Ventura Rodr¨ªguez. Una ciudad que no existe. Madrid en un caf¨¦ de pol¨ªticos perif¨¦ricos, rodeado por una extensa poblaci¨®n de tapiceros, churreros y organilleros sin organillo. Por eso Madrid tiene una diosa ambigua, oriunda y Iravest¨ª. En un decir Jes¨²s o en un decir Marx, Cibeles pas¨® de ser la Monarqu¨ªa a ser la Rep¨²blica, y fue Ram¨®n, claro, quien tuvo que poner las cosas en su sitio:
-Es Isabel la Cat¨®lica volviendo de las Am¨¦ricas.
Le quitaron la peineta mon¨¢rquica y en seguida tuvieron que ponerle una tienda de campa?a como la que, efectivamente, hab¨ªa tenido la reina Isabel, perode cemento armado, porque los aviadores de Franco, cuando la pen¨²ltima guerra civil, parece que la ve¨ªan miliciana y pasionaria, y como la cosa la ten¨ªan ganada, se dedicaban al safari a¨¦reo de cazar los leones latinos con bombas germanas. ?Y qu¨¦ rayos simboliza hoy la Cibeles, aparte de nada?
Los alcaldes franquistas la ve¨ªan como una viuda a la que desahuciar para levantar en el sitio una Torre de Valencia. La transici¨®n /reforma ha ignorado a la Cibeles, o sea el pueblo que ella resume como alcaldesa natural y cereal. Ahora, otro Ayuntamiento bolchevique se ocupa de restaurarla como Dama de Elche del socialismo. Para mi es la presidencia de una vasta frustraci¨®n, con sus pechos partidos y sus leones cansados: del cruce humanismo/casticismo que so?¨® Carlos III, s¨®lo ha quedado ella entre cuatro millones de madrile?os que saben lat¨ªn, pero ha olvidado que son latinos, porque ahora se lo hacen de multinacionales. ?D¨®nde vas, triste Cibeles, d¨®nde vas, triste de t¨ª?
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