Monarqu¨ªa de paz
El viaje a Dinamarca y Holanda de los Reyes de Espa?a, durante la semana que termina, ha estado cargado de hondo significado pol¨ªtico, de distintas caracter¨ªsticas en uno y otro pa¨ªs, pero acorde en ambos con el papel pacificador asumido por la Monarqu¨ªa de don Juan Carlos, que encuentra abierta acogida en los Estados con tradici¨®n democr¨¢tica.En Dinamarca y en Holanda, el Rey ha proclamado la vocaci¨®n europea de Espa?a y ha defendido la virtualidad pol¨ªtica del sistema parlamentario consagrado por la Constituci¨®n espa?ola. En Dinamarca, don Juan Carlos declar¨® su satisfacci¨®n por la oportunidad que la visita le deparaba para ?profundizar en el conocimiento personal de la realidad pol¨ªtica? de una naci¨®n democr¨¢tica que asienta su convivencia sobre la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo pol¨ªtico, como desean los espa?oles,
En los Pa¨ªses Bajos, Ia voluntad de reconciliaci¨®n hist¨®rica del Rey espa?ol le llev¨® hasta la tumba de Guillermo de Orange, el padre de la independencia holandesa. La corona de flores colocada por don Juan Carlos tuvo el valor de un s¨ªmbolo de desagravio por errores pasados de la monarqu¨ªa espa?ola, concretamente de Felipe II, a cuya iniciativa se atribuye la muerte, a manos de mercenarios, de Guillermo de Orange.
La actitud del Monarca espa?ol contrasta con el pretendido triunfalismo de los m¨¢ximos responsables de la diplomacia espa?ola, que encajan con dificultad las cr¨ªticas extra?as y, llevados sin duda por el s¨ªn6orne de la anterior etapa pol¨ªtica, no conciben la mera descripci¨®n al p¨²blico espa?ol de alg¨²n fallo de organizaci¨®n, aunque sea evidente, de la visita real. As¨ª ocurri¨® con las palabras que el Rey no pudo pronunciar en la primera C¨¢mara de los Estados Generales (Parlamento holand¨¦s), en respuesta a su presidente. No es costumbre que los jefes de Estado extranjeros hablen en los parlamentos, al menos en salones de sesiones. La diplomacia espa?ola lo sabe, pero quiso quiz¨¢ ?poner una pica en flandes? y prepar¨® unas palabras, ?por si acaso eran necesarias?, en un viaje en el que, como todos los de un jefe de Estado, cada movimiento de los Reyes estaba programado y previsto al minuto.
La irritaci¨®n producida en medios oficiales espa?oles por la narraci¨®n period¨ªstica de este hecho curioso -sobre todo por la titulaci¨®n de EL PAIS- contrasta con la naturalidad con que don Juan Carlos resolvi¨® esta imprevisi¨®n diplom¨¢tica espa?ola cuando, invitado a seguir al se?or Thurlings -Follow me, le dijo-, hubo de meterse en el bolsillo el papel que conten¨ªa las palabras de respuesta preparadas por el Ministerio de Asuntos Exteriores. Pintoresca resulta tambi¨¦n la amenaza hecha llegar a los informadores de que en el futuro no se anticipar¨¢n los textos de los discursos reales. Parece que no se encuentra mejor sistema para impedir los errores diplom¨¢ticos.
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