?Hacia una remodelaci¨®n del sistema de partidos en Espa?a?
En cinco a?os, desde 1975, el sistema de partidos ha sufrido cambios y reajustes profundos. Los partidos y grupos, que funcionaban en la ¨²ltima etapa franquista y en los comienzos de la transici¨®n, tanto a nivel estatal como regional, tend¨ªan a estructurar el nuevo sistema pol¨ªtico como un r¨¦gimen parlamentario multipartidista, es decir, asentando la representaci¨®n proporcional. Este principio se entend¨ªa como una aspiraci¨®n democr¨¢ticamente objetiva, dada la fragmentaci¨®n y diversificaci¨®n, territorial e ideol¨®gica. de una sociedad pol¨ªtica que sale de un r¨¦gimen autoritario. Las negociaciones Gobierno-Oposici¨®n, en 1977, positivas desde el punto de vista global, deslizaron, a trav¨¦s de un peculiar sistema electoral, el presumible multipartidismo hacia el modelo actual, que, por algunos sectores, comienza a cuestionarse.Junto a este hecho fundamental -el de la normativa electoral vigente-, que ha configurado el sistema de partidos, podr¨ªa, entre otros, se?alarse algunos datos nuevos que, sin duda, han coadyuvado, en estos tres ¨²ltimos a?os, a una cierta confusi¨®n -incluso disfuncionalidad- en la vida de los partidos y en su incidencia en la sociedad pol¨ªtica espa?ola.
En primer lugar, el deterioro ante la opini¨®n p¨²blica de la pol¨ªtica de consenso. Creo, en este sentido, que ha habido una cr¨ªtica excesiva, tanto en la izquierda como en la derecha, por esta pol¨ªtica que, b¨¢sicamente, en uno u otro mo mento, han llevado los tres grandes partidos estatales -UCD, PSOE y PC-. Es evidente que sin esta es trategia dif¨ªcilmente habr¨ªamos realizado el gran cambio pol¨ªtico, v¨ªa pac¨ªfica, hacia la democracia. Tiene, en este sentido, raz¨®n Adolfo Su¨¢rez cuando afirma que, situ¨¢ndonos en la perspectiva de 1975, nadie o pocos pensaban que el proceso iba a ser tan r¨¢pido y, en algunos temas, tan profundo. La izquierda, como es obvio, ha cedido en muchos de sus planteamientos -a menos, a nivel estrat¨¦gico-, pero era una consecuencia inevitable desde el momento en que se renunci¨® a la pol¨ªtica de ruptura. Aunque desde la oposici¨®n, en 1976, rechazarnos la ley de Reforma Pol¨ªtica, en el fondo se era consciente que significaba s¨®lo una actitud testimonial, y lo entendi¨® as¨ª la opini¨®n p¨²blica, que apoy¨® la ley. Toda la actuaci¨®n posterior, de una u otra forma, consisti¨® en profundizar en la reforma planeada desde el Gobierno pre-constitucional, transformando -mediante, negociaciones a varias bandas- la legalidad del antiguo r¨¦gimen en una legalidad democr¨¢tica. Se oper¨®, as¨ª, desde la perspectiva, casi generalizada, de una excepcional ?raz¨®n de Estado?, que se entend¨ªa justificada y necesaria: la instauraci¨®n de un nuevo sistema de legalidad que permitiese iniciar una convivencia pol¨ªtica democr¨¢tica y, consecuentemente, establecer las v¨ªas legales para cambiar la sociedad y el Estado. En otras palabras, este camino elegido exig¨ªa un consenso amplio.
Pero es un hecho, tambi¨¦n, que la pol¨ªtica de consenso cuya pr¨¢ctica no fue precedida de una elaboraci¨®n doctrinal y tampoco fue expuesta claramente a la opini¨®n p¨²blica -no pod¨ªa, ni puede ya, de manera global, institucionalizarse. Hacerlo ser¨ªa convertir la estrategia en ideolog¨ªa, y esto no es saludable para una democracia que ha superado, en parte, el momento constituyente. As¨ª como tampoco es bueno elevar la pol¨ªtica de disenso permanente a principio general de conducta pol¨ªtica -parlamentaria y no parlamentaria-. Por ello, a mi juicio, se impone todav¨ªa, en algunos aspectos, una pol¨ªtica flexible de acuerdos potenciales o sectoriales que permitan hacer viable lo que la Constituci¨®n denomina una democracia avanzada. As¨ª, los presupuestos de una pol¨ªtica exterior independiente y soberana, la profundizaci¨®n y racionalizaci¨®n de la problem¨¢tica auton¨®mica, la convergencia operativa de una acci¨®n mancomunada que. erradique el terrorismo y la creciente inseguridad ciudadana, la elaboraci¨®n de acuerdos-marcos, para el desarrollo constitucional y el dise?o de una pol¨ªtica social, econ¨®mica y cultural progres ista. Los tres grandes partidos del cambio -UCD, PSOE y PC- pueden todav¨ªa llegar, a una articulaci¨®n sectorial de este tipo. Pretender la marginaci¨®n del PC, la derechizaci¨®n de UCD- o la radicalizaci¨®n del PSOE, en los momentos actuales, ser¨ªa, a mi juicio, aumentar la confusi¨®n pol¨ªtica y, lo que ser¨ªa m¨¢s grave, deteriorar la imagen de los partidos y, consecuentemente, desestabilizar todo el sistema pol¨ªtico.
La ¨²nica salida, en este supuesto, tendr¨ªa que ir por una disoluci¨®n anticipada de las Cortes y convocar nuevas elecciones generales. Corregir el desencanto con esta dr¨¢stica f¨®rmula no parece que sea la v¨ªa m¨¢s id¨®nea, teniendo en cuenta, entre otras razones, el creciente abstencionismo en las ¨²ltimas consultas electorales y el costo pol¨ªtico correspondiente
La protesta regional-nacional
En segundo lugar, el actual sistema de partidos se ha visto fuerte mente condicionado por el efecto multiplicador, y en cadena, de los grupos y partidos regional-nacionales. As¨ª, centro e izquierda han visto disminuir, en proporciones parecidas y cuantitativas altas, su electorado: Andaluc¨ªa, Pa¨ªs Vasco, Catalu?a y, presumiblemente, las regiones restantes que acceder¨¢n a su estado auton¨®mico, desean un poder propio y no discriminado. La restructuraci¨®n del Estado, uno de los problemas hist¨®ricos de Espa?a, que est¨¢ pasando del centralismo al autonomismo, exige un replanteamiento serio y operativo, lo que significa abandonar demagogias y nobles actitudes sentimentales. Son conocidas las experiencias fallidas, en este campo, de la primera y segunda Rep¨²blicas, as¨ª como las susceptibilidades -y algo m¨¢s que susceptibilidades- de las Fuerzas Armadas ante el problema regional-nacional. La derrota de los partidos estatales en las elecciones ¨²ltin¨ªas en el Pa¨ªs Vasco y Catalu?a son, as¨ª, un hecho que hay que analizar con serenidad. Se impone, de una u otra forma, una estrategia global -de partidos estatales y regional-nacionales- para evitar un deslizamiento, dif¨ªcilmente controlable, que puede no s¨®lo irnodificar sustancialmente el actual sistema de partidos, sino, sobre todo, iniciar una desestabilizaci¨®n m¨¢s amplia y generalizada a todo el sistema pol¨ªtico.
Los aciertos y errores de los partidos de ¨¢mbito estatal, inevitables algunos, pero otros previsibles, deben, de esta manera, objetivarse en susjusitas causas y no proyectarse, a veces, sentimentalmente, y, otras veces, realizando acciones compensatorias. La reconducci¨®n del problema auton¨®mico a las v¨ªas constitucionales puede ser, as¨ª, un objetivo que integre a los grandes partidos, si no se quiere cantonalizar la vida partidista y la propia cantonalizaci¨®n de toda la sociedad espa?ola.
A su vez, la protesta, abstenci¨®n y voto-castigo deja opini¨®n p¨²blica hacia los partidos estatales, en muchos casos, ha sido motivado por un incorrecto planteamiento de esta cuesti¨®n auton¨®mica y, tambi¨¦n, como reacci¨®n ante la no soluci¨®n de otros problemas -sociales y econ¨®micos-. Sin dejar a un lado la cr¨ªtica al propio funcionamiento interno de las organizaciones partidistas. En efecto, en todos los partidos estatales se evidencian crisis interrias, presiones a sus direcciones centrales, trasvases y frustraciones. en los cuadros. As¨ª, en unos partidos crece la cr¨ªtica, fundada o no, hacia el personalismo o autoritarismo de sus dirigentes; en otros, se inteintan establecer corrientes intrapartidistas organizadas o incluso pretensiones de federalizar la organizaci¨®n, y en casi todos los partidos se produce una marginaci¨®n importante que lleva a la privaticidad evasiva. Fuera de la vida partidista, en la opini¨®n p¨²blica, la despolitizaci¨®n aumenta y los niveles de privatizaci¨®n-frustraci¨®n crecen, tanto en el centro como en la izquierda. Surge, de esta manera, un cierto des¨¢nimo, no exento de escepticismo c¨¢ustico hacia partidos y vida p¨²blica. S¨®lo en la extrema derecha se produce el fen¨®meno inverso, de entusiasmo y de politizaci¨®n creciente.
En este contexto, tiende a generalizarse la idea, todav¨ªa embrionaria, de establecer nuevos partidos. La conferencia cr¨ªtica de Juan Luis Cebri¨¢n, en el Club Siglo XXI, fue una llamada de atenci¨®n significativa, as¨ª como las declaraciones y art¨ªculos aparecidos en diversos ¨®rganos de opini¨®n, desde EL PA?S hasta El Viejo Topo, junto a las secretasencuestas y sondeos de opini¨®n sobre el tema.
Varias son las razones -y motivaciones- que suelen estimarse- , con mayor o menor grado de sistematizaci¨®n, como v¨¢lidas para ampliar el actual espectro partidista. La primera, la eventual existencia de. espacios pol¨ªticos no cubiertos entre UCD y PSOE y entre PSOE y PC; la segunda, el deterioro de los partidos estatales en el tratamiento de los problemas auton¨®micos, y la tercera, conectada con la primera, es la conveniencia de organizar pol¨ªticamente el abstencionismo ascendente y los sectores cr¨ªtico s de los actuales partidos. Partidos-bisagras, partidos-regionales, partidos-protesta condensar¨ªan, provisionalmente, la idea de este nuevo voluntarismo. participativo, cuya validez. ser¨ªa conveniente analizar.
La idea del partido-bisagra o partido-puente se plante¨® ya, en el seno del PSP, inmediatamente de spu¨¦s de las elecciones de 1977. El PSP, en efecto, antes de la integraci¨®n en el PSOE, jugado este papel. El problema estaba en que -unos quer¨ªan que. cubriese el espacio, entre et PC y el PSOE -socialismo de izquierda y otros quer¨ªamos que fuese entre el, PSOE y UCD -socialdemocracia-. Ambas posiciones descansaban en dos cifterios ideol¨®gicos dif¨ªcilmente integrables. La coexistencia era f¨¢cil mientras exist¨ªa el franquismo, pero con la democracia se impon¨ªa una clarificaci¨®n optativa. Decir que en los primeros hab¨ªa una dosis grande de utopismo y en los segundos de realismo, no ser¨ªa justo. Sobre este tema, yo me reitero en una posici¨®n -que publiqu¨¦, en su d¨ªa, en EL PA?S de que el PSP era, fundamentalmente, un movimiento de resistencia progresiva, no estrictamente hablando un partido en donde coexist¨ªan desde liberales de izquierda hasta comunistas ¨¢cratas. Si las contradicciones ideol¨®gicas eran grandes, m¨¢s todav¨ªa eran las sociol¨®gicas. A t¨ªtulo de ejemplo hist¨®rico, inserto aqu¨ª un cuadro parcial del perfil de votantes de la elecci¨®n de 1977, que puede ser indicativo de la inviabilidad de este partido-puente:
El votante-PSP era, pues, un, elector que, teniendo una actitud preferentemente de izquierda, y, en menor medida, de centro izquierda, en cambio estaba instalado socialmente en estratos medios y altos. La contradicci¨®n entre estrato social y actitud pol¨ªtica, y mucho m¨¢s acusada entre sus cuadros, era tan obvia que explica la disoluci¨®n-integraci¨®n como, f¨®rmula resolutiva.
Repetir ahora un partido-bisagra -a la derecha o a la izquierda, o a las dos bandas- creo que obtendr¨ªa el mismo resultado. El dato objetivo que puede manejarse -espacio pol¨ªtico no cubierto satisfactoriamente- no permite, por s¨ª, deducir que sea viable su constituci¨®n y menos,su funcionamiento estable.
Un partido no es s¨®lo una relaci¨®ti coherente de intereses e ideolog¨ªa -formalizaci¨®n operat¨ªva de clase social-, sino tambi¨¦n una organizac¨ª¨®n eficaz y, sobre todo, una financiaci¨®n adecuada, que veo dif¨ªcil, al menos por ahora. Los partidos tienden ya, en el ¨¢mbito occidental, a ser multinacionales pol¨ªticas. Por otra parte, dada la actual normativa electoral, y salvo que fuesen partidos-sat¨¦lites, ninguno de los grandes partidos estar¨ªan interesados en su constituci¨®n.
Los partidos regionales o regional-nacionales, al margen de los existentes, es posible tambi¨¦n que surjan, con mayor o menor ¨¦xito. Mi opini¨®n es que son -o ser¨¢n- resultados coyunturales debido a tratamientos no Correctos del planteamiento y desarrollo auton¨®mico. La izquierda, aunque puede tener problem¨¢s graves, est¨¢ relativamente m¨¢s segura en qu¨¦ este fen¨®meno de cantonalizaci¨®n no le afecte en profundidad. En el centro, en cambio, puede viabilizarse, por su mayor flexibilidad y por intereses en juego, este voluntarismo regionalista, por efectos mim¨¦ticos, si no se reconducen operativamente las autonom¨ªas y si no se reestructura eficazmente la din¨¢mica interna. La ?claverizaci¨®n? de UCD no parece que sea un fen¨®meno exportable, y s¨ª, en cambio, puede actuar. de revulsivo para una mayor cohesi¨®n del partido gubernamental.
Finalmente, el partido-protesta, lo que viene ambiguamente denomin¨¢ndose ?partido rad¨ªcal?, puede responder, efectivamente, a un .espacio pol¨ªtico dual y a unas ciertas demandas sociales. Se insin¨²a, as¨ª, que podr¨ªa estar tanto a la derecha del PSOE como a la izquierda del PC. Es decir, interclasismo asentado en zonas urbanas, basado en sectores profesionales cr¨ªticos y ?nuevas clases?. Ideol¨®gicamente, ser¨ªa, progresista, laico, republica no flexible, con aceptaci¨®n t¨¢cita de la econom¨ªa de mercado y con correcciones intervencionistas y, en pol¨ªtica internacional, entre el europe¨ªsmo no atlantista y el tercermundismo entusiasta.
?Pero este esquema de partido radical ser¨ªa, realmente, un partido? Creo que no. De alguna forma, ser¨ªa intentar repetir, nuevamente, el PSP. Es decir, podr¨ªa ser un movimiento o, con m¨¢s exactitud, un grupo de presi¨®n, un club o clubes de opini¨®n, pero no un partido.
?Qu¨¦ hacer?
Es indudable que los actuales partidos dominantes necesitan una fuerte correcci¨®n y una renovaci¨®n en su ideolog¨ªay estrategia y, al mismo tiempo, en su din¨¢mica interna. Cantonalizar la vida partidista o lanzar partidos-testimonios no creo que ayude mucho a asentar nuestro proceso pol¨ªtico. Los partidos son los ejes y canales fundamentales de la vida democr¨¢tica, pero no los ¨²nicos instrumentos de participaci¨®n p¨²blica. As¨ª, junto al hecho inexcusable de la necesaria vitalitaci¨®n de los grandes partidos ser¨ªa positivo fomentar n¨²cleos de opini¨®n sectoriales, a distintos niveles, que animen y defiendan los valores de la democracia pluralista, que, en definitiva, act¨²en de clubes de defensa y de est¨ªmulo para una democracia avanzada, mediante cr¨ªtica permanente a las instituciones, a los propios partidos, y, tambi¨¦n, mediante iniciativas para el progreso cultural social y econ¨®mico de Espa?a.
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