Sartre y medio siglo de historia francesa
Hace tres semanas, Roland Barthes, y anteayer, Jean Paul Sartre; con la desaparici¨®n de ambos asistimos, sorprendidos, a los ¨²ltimos coletazos de toda una generaci¨®n.?Qu¨¦ ha supuesto el fen¨®meno Sartre en el panorama intelectual franc¨¦s de este siglo? La obra y el personaje de Sartre oscilan entre dos polos: la reflexi¨®n y el testimonio. ?"La funci¨®n del escritor es la de hablar de todo, es decir, del mundo en tanto que objetividad y, al mismo tiempo, de la subjetividad que se opone a ella, que le es contradictoria. El escritor ha de dar testimonio de ella, revel¨¢ndola hasta el final? (Situations X).
El sentido que da Sartre a la noci¨®n del ?intelectual? podr¨ªa corresponder a la que los enciclopedistas franceses dieron del ?fil¨®sofo?, a saber: una figura central en la vida sociopol¨ªtica del pa¨ªs.
Desde el Discurso de la servidumbre voluntaria, del joven La Boetie, pasando por el asunto Calas, en donde se ilustr¨® Voltaire, hasta la movilizaci¨®n de los intelectuales en torno al caso Dreyfus, la historia del pensamiento franc¨¦s se caracteriza, sobre todo a partir de la Ilustraci¨®n, por poner en entredicho continuamente el monopolio del poder, la autoridad de cierta forma de jacobinismo.
La originalidad de Sartre reside en haberlo hecho de una manera estrepitosa, a lo enfant terrible, incluso brutalmente a veces. Pese a su amistad con el comunista Nizan, mientras prepara la agregaci¨®n de filosof¨ªa en la escuela normal superior, Marx no deja de ser para ¨¦l un cl¨¢sico al que conoc¨ªa, seg¨²n sus propias palabras, quiz¨¢ menos que a los dem¨¢s. En 1929, tras la oposici¨®n de filosof¨ªa y el encuentro con Simone de Beauvoir, las dudas pol¨ªticas de Sartre comienzan ya a plantearse, como ella misma explica en La force de l'age: ?Muchas veces durante estos a?os Sartre hab¨ªa sentido vagamente la tentaci¨®n de adherirse al partido comunista. Si pertenec¨ªamos al proletariado hac¨ªa falta ser comunista, pero su lucha, al mismo tiempo que nos concern¨ªa, no era, sin embargo, la nuestra. Todo lo que se nos pod¨ªa exigir era que tom¨¢ramos siempre partido por ¨¦l ?.
Hasta 1941, Sartre desarrolla su actividad como profesor y como pensador fenomen¨®logo. El per¨ªodo de cautividad durante la guerra le conduce a descubrir la existencia des autres (de los dem¨¢s), noci¨®n clave del pensamiento sartriano. Su pensamiento, tras la publicaci¨®n de El ser y la nada cambia de rumbo. Es la ¨¦poca de los encuentros, en el Par¨ªs de la posguerra, con Picasso, Hemingway, Dos Pasos, Queneau, Cocteau, Colette, M. M. Ponty, Camus; pero, en esta ¨¦poca, comienza tambi¨¦n el per¨ªodo durante el cual la reflexi¨®n te¨®rica y la actitud de Sartre reflejan la necesidad de definir la producci¨®n del intelectual como una. toma de posici¨®n. Escribir es actuar.
La embriaguez de este militantismo a ultranza y de su pasi¨®n por el PCF conducen al director de Temps Modernes a efectuar una serie de rupturas catastr¨®ficas con los que antes hab¨ªan sido sus colaboradores y amigos. En efecto, cuando, en 1945, aparece el primer n¨²mero de esta revista, se impone la tarea: ?Lanzarse a la caza del sentido, de decir la verdad sobre el mundo y sus vidas?. Esta verdad fue pol¨¦mica, violenta. El ?superbolchevismo? y el ?pensamiento ventr¨ªloco? que M. M. Ponty reprochara a Sartre en Humanismo y terror y en Lo visible y lo invisible fueron, en l¨ªneas generales, la causa de la ruptura con Camus, Lefort, M. M. Ponty y Raymond Aron, entre los m¨¢s conocidos.
La postura de Sartre, como recuerda Simone de Beauvoir, llega a convertirse en visceral: ?Juntos destroz¨¢bamos a mand¨ªbula batiente a la burgues¨ªa. En Sartre y en m¨ª misma, esta hostilidad permanec¨ªa individual, es decir, burguesa. No difer¨ªa de la de Flaubert hacia los tenderos de ultramarinos, ni de la de Barres hacia los b¨¢rbaros? (La force de Page). Esta actitud es sintom¨¢tica de las dificultades o, quiz¨¢ tambi¨¦n, de la mala fe de quien pretende la verdad sin ning¨²n escr¨²pulo de ensuciarse las manos: ?El derecho de cr¨ªtica que se reserva (Sartre) no lo usar¨¢ por miedo a abusar de ¨¦l?, le reprocha M. M, Ponty.
Es cierto que en el contexto ideol¨®gico franc¨¦s de los a?os cincuenta, el no apoyar incondicionalmente las tesis del PCF supon¨ªa el verse tachado de c¨®mplice de las fuerzas reaccionarias. ?Hasta qu¨¦ punto fue Sartre responsable o v¨ªctima de esta situaci¨®n? (un libro a punto de aparecer aborda esta cuesti¨®n).
Tras la invasi¨®n de Bucarest por las tropas sovi¨¦ticas, en 1956, La cr¨ªtica de la raz¨®n dial¨¦ctica, publicada tres a?os m¨¢s tarde, supone una ruptura con el comunismo y un intento de volver a plantear el marxismo bajo una nueva luz. Durante estos a?os, Sartre se consagra al ensayo y a su obra literaria propiamente dicha, al mismo tiempo que viaja a Mosc¨² (?no fue agradable?), a China, a Cuba, en donde establecer¨¢ una corta amistad con Fidel Castro, sancionaba, a su vez, con una ruptura, debida al encarcelamiento del poeta Padilla.
En 1960, la guerra de Argelia ha producido de nuevo en Francia una movilizaci¨®n entre los intelectuales de izquierdas. La responsabilidad del intelectual comprometido? frente a las torturas y al racismo proyecta de nuevo a Sartre al primer plano de este movimiento, tan parecido en ciertos aspectos al que surgi¨® un siglo antes en torno al caso Dreyffus (recu¨¦rdese, en este caso, la actitud de Zola y Proust).
Sartre rechaza el Premio-Nobel de literatura en 1964: ?Cuando se trata de un hombre aislado, incluso si tiene opiniones extremistas, se le recupera necesariamente de un cierto modo que yo no pod¨ªa aceptar? (en el n¨²mero uno del Nouvel Observateur, la revista en la que acaba de publicarse., como en EL PAIS, su ¨²ltimo libro en forma de entrevista). As¨ª, se encuentra aislado, no s¨®lo pol¨ªticamente, sino tambi¨¦n de sus colegas estructuralistas, desde que, en el ¨²ltimo cap¨ªtulo del Pensamiento salvaje, Levi-Strauss critica duramente su concepci¨®n de la. raz¨®n dial¨¦ctica.
Y aislado frente a la escuela marxista, ya que para Sartre ?si se es comunista es para la felicidad, mientras que para Althusser ser¨ªa para provocar un cambio en el modo de producci¨®n? (Nouvel Observateur).
En esta ¨¦poca utiliza su prestigio internacional para defender la causa de mayo del 68, ?el ¨²nico movimiento que ha realizado algo vecino a la libertad? (Situations X). No se le perdon¨® el haberse prestado a dirigir La Cause du Peuple, revista de un grupo maoista cuyas m¨²ltiples censuras y dificultades necesitaban un nuevo director a quien no fuera posible encarcelar. Las an¨¦cdotas en torno a dicho episodio son innumerables: Sartre, rodeado de obreros, vendiendo el peri¨®dico en el Barrio Latino cuando, tras haberle detenido, un polic¨ªa le solt¨®, en el acto, al o¨ªrle chillar en medio de la multitud: ?Est¨¢ usted arrestando a un premio Nobel?.
En este mismo a?o de 1971, a ra¨ªz del proceso de Burgos, Sartre analiza de qu¨¦ manera la fuerza del movimiento vasco perturba y juzga la conciencia europea y, en particular, francesa, de la ?unidad nacional?. ??C¨®mo admitir que la naci¨®n vasca pudiera existir de otro lado de los Pirineos sin reconocer a ?nuestros? vascos el derecho de integrarse en ella? ?Y Breta?a?, ?y Occitania?, ?y Alsacia (Situations X).
En 1974, Sartre crea el comit¨¦ contra la tortura de los prisioneros pol¨ªticos en la Rep¨²blica Federal de Alemania. Visita, denunci¨¢ndolas, sus c¨¢rceles.
Un a?o m¨¢s tarde provoca un esc¨¢ndalo nacional cuando los responsables gubernamentales de la TV francesa le impiden realizar una serie de emisiones planeadas tiempo atr¨¢s. Es el per¨ªodo de creaci¨®n del diario Liberation, ¨²nico rescoldo viviente del marginalismo de las barricadas de 1968 al que Sartre apoy¨® moral y econ¨®micamente, como a otras publicaciones izquierdistas (Liberation public¨® el jueves pasado un n¨²mero dedicado ¨ªntegramente a Sartre).
La figura de Sartre, a sus setenta a?os, sigue siendo la de un elemento molesto, dispuesto a se?alar los l¨ªmites de la ?libertad? liberal.
El empe?o de Sartre hasta el final de sus d¨ªas, manifestado esencialmente por medio de entrevistas, a causa de sus achaques f¨ªsicos, ha sido el de demostrar la continuidad real de su postura frente a la variedad temporal de sus alianzas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.