Sartre: "Conciencia moral es ser uno mismo para el otro"
B. L. Marx dijo tambi¨¦n que el hombre ser¨¢ realmente total al final. Con un razonamiento as¨ª se ha tomado a los infrahombres como materia prima para construir al hombre nuevo integral y total.J. P. S. ?Ah! S¨ª, pero es absurdo. Precisamente el lado humano que hay en el infrahombre, precisamente esos principios que van hac¨ªa el hombre, son los que llevan en s¨ª mismos la prohibici¨®n de servirse del hombre como de una materia o de un medio para obtener un fin. Y entonces es cuando estamos en la moral.
B. L. En otros tiempos, ?no habr¨ªas denunciado este recurso a la moral como formal o, peor, burgu¨¦s? Hemos jugado a ese juego. Nos hablas de prohibici¨®n, nos hablas de humano, ?todo ello te hubiera divertido mucho en otro tiempo! Entonces, ?qu¨¦ ha cambiado?
J. P. S. Como sabes, una multitud de cosas que expondremos aqu¨ª. En todo caso, s¨ª, me hubiera divertido mucho, hubiera hablado de moral burguesa; en una palabra, hubiese dicho burradas. A decir verdad, de acuerdo con los hechos y de acuerdo con los infrahombres que nos rodean, y que somos nosotros mismos, directamente, sin tomar en consideraci¨®n nuestra esencia burguesa o proletaria, el humanismo no pueden realizarlo, vivirlo, m¨¢s que los hombres, y nosotros, que estamos en un per¨ªodo anterior, que vamos en pos de los hombres que debemos ser o que ser¨¢n nuestros sucesores, no vivimos el humanismo m¨¢s que como lo mejor que hay en nosotros, es decir, nuestro esfuerzo por ser m¨¢s all¨¢ de nosotros mismos, en el c¨ªrculo de los hombres.
B. L. ?Qu¨¦ entiendes hoy por moral?
J. P. S. Entiendo que cada conciencia, cualquiera, tiene una dimensi¨®n que no he estudiado en mis obras filos¨®ficas y que, por otra parte, pocos han estudiado en cuanto tal, que es la dimensi¨®n de la obligaci¨®n. El t¨¦rmino obligaci¨®n es malo, pero para encontrar otro distinto ser¨ªa preciso casi inventarlo. Entiendo que cada vez que tengo conciencia de cualquier cosa y cada vez que hago cualquier cosa, hay una especie de requerimiento que va m¨¢s all¨¢ de lo real y que hace que lo que quiero hacer entra?e una especie de coacci¨®n interior, que es una dimensi¨®n de mi conciencia. Toda conciencia debe hacer lo que hace, no porque lo que ella hace sea v¨¢lido de tal manera, sino, todo lo contrario, porque cualquier objetivo que tenga se presenta en ella con car¨¢cter de requerimiento, y eso es para m¨ª el punto de partida de la moral.
Dimensiones de la moral
B. L. Desde hace mucho tiempo has sido sensible a esta idea de que, en el fondo, el individuo act¨²a por delegaci¨®n. Y a?ad¨ªas, en El idiota de la familia, citando a Kafka, ?pero no se sabe de qui¨¦n?. Entonces, con esta idea de una libertad delegada, pero sin saberse por qui¨¦n, ?bosquejas la idea de una libertad requisada?
J. P. S. Pienso que es lo mismo. Hay una dificultad que aparece poco m¨¢s o menos en todas las morales cl¨¢sicas, tanto en la de Arist¨®teles como en la de Kant, que es la siguiente: ?d¨®nde situar la moral en la conciencia? ?Es una aparici¨®n? ?Se vive moralmente siempre? ?Hay momentos en los que no se es moral, sin ser por ello inmoral? Al comer un bocado o al beber un vaso de vino, ?se siente uno moral o inmoral, o bien no se trata de nada de esto? Tampoco se sabe qu¨¦ relaci¨®n existe entre la moral que tan a menudo inculcan las gentes a sus hijos como moral de todos los d¨ªas y la moral de las circunstancias excepcionales. En mi opini¨®n, cada conciencia tiene esa dimensi¨®n moral que nunca se analiza y que querr¨ªa que analiz¨¢semos.
B. L. Pero t¨² defin¨ªas ya la conciencia como moral en tus primeros escritos; la libertad era la ¨²nica fuente del valor. Ahora modificas tu pensamiento.
J. P. S. Porque en mis primeras indagaciones, como por lo dem¨¢s la inmensa mayor¨ªa de los moralistas, buscaba la moral en una conciencia sin rec¨ªproco o sin otro (me gusta m¨¢s otro que rec¨ªproco) y hoy considero que todo lo que pasa por una conciencia en un momento dado est¨¢ necesariamente ligado, a menudo - hasta engendrado por la presencia o ausencia moment¨¢nea, pero existencia, al fin y al cabo, del otro. Dicho de otro modo, toda conciencia me parece actualmente a la vez constitutiva de s¨ª misma como conciencia y, al mismo tiempo, como conciencia del otro y como conciencia para el otro. Y esa realidad, ese considerarse a s¨ª mismo como uno mismo para el otro, teniendo una relaci¨®n con el otro, es lo que yo Hamo conciencia moral.
Estamos constantemente en presencia de los otros, hasta en el momento en que nos acostamos y nos dormimos, pues los otros est¨¢n ah¨ª, aunque sea bajo la forma de objetos; si estoy a solas en mi habitaci¨®n, en forma de recuerdo, de una carta abandonada en mi escritorio, de la l¨¢mpara que ha sido hecha por alguien, del cuadro que ha sido pintado por alguien; en una palabra, los otros siempre est¨¢n ah¨ª y me condicionan. Por tanto, mi respuesta, que no es solamente respuesta m¨ªa, sino que ya est¨¢ condicionada por los otros desde el nacimiento, es una respuesta de car¨¢cter moral.
B. L. No piensas ya de la misma manera el ser-para-los-otros.
J. P. S. Exactamente. He dejado a cada individuo demasiado independiente en mi teor¨ªa de los otros de El ser y la nada. He formulado algunas preguntas que mostraban bajo un nuevo aspecto la relaci¨®n con los otros. No se trataba de dos todos cerrados, de los que cabr¨ªa preguntarse c¨®mo se pondr¨ªan jam¨¢s en relaci¨®n, puesto que estar¨ªan cerrados. Se trataba de una relaci¨®n de cada uno con cada uno, precedente a la constituci¨®n del todo cerrado o que incluso impide a esos todos cerrarse nunca. As¨ª pues, pensaba en algo que era preciso desarrollar. Pero consideraba, a pesar de todo, que cada conciencia en s¨ª misma, cada individuo en s¨ª mismo era relativamente independiente del otro. No hab¨ªa determinado lo que intento determinar hoy: la dependencia de cada individuo con respecto a todos los individuos.
B. L. La libertad estaba requisada, ahora es dependiente. Reconoce que puede uno asombrarse al o¨ªrte.
J. P. S. Es una dependencia, pero no una dependencia como la de la esclavitud. Porque creo que esa dependencia es libre ella misma. Lo que hay de caracter¨ªstico en la moral es que la acci¨®n, al mismo tiempo que aparece como sutilmente obligada, se ofrece tambi¨¦n como algo que puede no hacerse. Por consiguiente, cuando uno la hace, se realiza una elecci¨®n, y una elecci¨®n libre. Esta coacci¨®n tiene algo de hiperreal en cuanto que no determina, en cuanto que se presenta como coacci¨®n y la elecci¨®n se hace libremente.
Sentido de la vejez
B. L. ?Es la experiencia de la vejez la que contribuye a modificar tu pensamiento?
J. P. S. No, todo el mundo me trata como viejo. Me r¨ªo. ?Por qu¨¦? Porque un viejo no se siente nunca viejo, Comprendo por los otros lo que la vejez implica para quien la contempla desde fuera, pero yo no siento mi vejez. As¨ª, pues, la vejez no es una cosa que, en s¨ª misma, me ense?e nada. Lo que me ense?a algo es la actitud de los otros hacia m¨ª. Dicho de otro modo, el hecho de ser viejo para los otros es ser viejo profundamente. La vejez es una realidad m¨ªa que los otros sienten, me ven y dicen: este buen viejo; y son amables porque morir¨¦ pronto, son respetuosos, etc¨¦tera: los otros son mi vejez. Presta atenci¨®n a esto: a pesar del modo como participas en este di¨¢logo, borrando tu personalidad y hablando de m¨ª, estamos trabajando juntos.
B. L. ?En qu¨¦ medida ha influido este ?nosotros? en la modificaci¨®n de tu pensamiento, y porqu¨¦ lo has aceptado?
J. P. S. En un primer momento, como bien sabes, ten¨ªa necesidad de dialogar con alguien que, al principio, me parec¨ªa que deb¨ªa ser un secretario: me ve¨ªa obligado a dialogar porque ya no pod¨ªa escribir. Y te propuse serlo, pero me di cuenta en seguida de que no podr¨ªas ser un secretario. Que era preciso que te aceptase en la meditaci¨®n misma, es decir, que medit¨¢semos juntos. Y ello ha cambiado completamente mi procedimiento de indagaci¨®n, porque hasta ahora no he trabajado m¨¢s que a solas, sentado a la mesa con pluma y papel ante m¨ª. Mientras que aqu¨ª forjamos pensamientos juntos. A veces estamos en desacuerdo. Pero ¨¦se es un intercambio que no pod¨ªa so?ar en hacer m¨¢s que en el momento de la vejez.
B. L. ?Es un mal menor?
J. P. S. En el momento de partida, s¨ª, pero en seguida esta colaboraci¨®n no pod¨ªa seguir siendo un mal menor. Era o bien algo abominable, es decir, mi pensamiento diluido por otro, o bien algo nuevo, es decir, un pensamiento formado entre, dos. Escribo y los pensamientos que ofrezco a la gente por escrito son universales. Pero no son plurales. Son universales, es decir, que cada uno ley¨¦ndolos formar¨¢ estos pensamientos, bien o mal. Pero no son plurales en el sentido de que no son fruto del encuentro entre varias personas ni llevan m¨¢s que mi sola marca. En un pensa miento plural no hay entrada preferente; cada uno lo aborda a su manera; s¨®lo tiene un sentido, por supuesto, pero cada uno lo elabora a partir de premisas y de preocupaciones diferentes y cada uno comprende su estructura mediante ejemplos diferentes.
Cuando s¨®lo hay un autor, el pensamiento lleva su marca, se entra en ¨¦l y se circula por ¨¦l, siguiendo caminos que ¨¦l mismo ha trazado, aunque sea universal. Eso es lo que me depara nuestra colaboraci¨®n: pensamientos plurales que hemos formado juntos y que me aportan sin cesar algo nuevo, aunque est¨¦ de acuerdo a priori con todo lo que hay en ellos. He pensado que lo que podr¨ªas decir para modificar una idea que proven¨ªa de mi, tus objecciones o una otra manera de ver la idea, etc¨¦tera, era lo esencial, esencial porque me colocaba, no ya frente a un p¨²blico imaginado detr¨¢s de la hoja de papel, que siempre ha existido para m¨ª, sino frente a las mismas reacciones que deb¨ªan provocar mis ideas. Entonces, en ese momento, llegabas a ser infinitamente interesante para mi. Asimismo, hay algo que ha influido mucho: has comenzado a pensar en la filosof¨ªa a los quince a?os a partir de mis libros y te acuerdas muy bien de ellos. Mucho mejor que yo. Entonces, en nuestras conversaciones es importante que me recuerdes de vez en cuando lo que dije en 1945 o en 1950, para ponerme frente a lo que puede haber en mis ideas actuales que contradiga o prolongue mis ideas pasadas.
As! pues, para acabar, me eras extremadamente ¨²til. Esto apenas se advierte en nuestra conversaci¨®n, porque, como siempre, cuando no est¨¢s a solas conmigo te colocas un poco en segundo plano de modo que se ve a pesar de todo en este discurso a un viejo que ha tomado a un tipo muy inteligente para trabajar con ¨¦l, pero sin dejar de ser, a pesar de todo, el personaje principal. Pero no es eso lo que pasa entre nosotros. Y no es lo que yo quiero. Somos dos hombres, poco importa la diferencia de edad, que conocemos bien la historia de la filosof¨ªa y la historia de mis pensamientos, y que nos asociamos para trabajar sobre la moral. Moral que estar¨¢, por otra parte, a menudo en contradicci¨®n con ciertas ideas que he profesado. El problema no es ¨¦se. Pero en nuestra discusi¨®n no se advierte tu importancia real en lo que estamos haciendo.
B. L. Es la presencia de una tercera persona, el lector, la que provoca esa distorsi¨®n.
J. P. S. Bien lo s¨¦, pero como es para esa tercera persona, el lector, para quien escribimos...
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