El apoyo a Estados Unidos
NADIE DUDA de que una inmensa mayor¨ªa de las poblaciones occidentales han condenado dos acciones violentas recientes en la pol¨ªtica internacional: la invasi¨®n de Afganist¨¢n por la Uni¨®n Sovi¨¦tica y la invasi¨®n de la Embajada de Estados Unidos y captura de rehenes con status diplom¨¢tico en Teher¨¢n; e incluso las formas extremadas y peligrosas en que se ha desarrollado la revoluci¨®n iran¨ª, movida en un principio por el rechazo popular de una tiran¨ªa. En Espa?a no ha habido excepciones pr¨¢cticas en estas dos condenas: los partidos pol¨ªticos, los medios de expresi¨®n y las formas de opini¨®n p¨²blica recogidas han tenido, en estos, dos casos, una rara unanimidad, emanada indudablemente de una filosof¨ªa de los derechos p¨²blicos, las soberan¨ªas, el humanismo y el respeto a las formas de convivencia internacional, incluso por encima de posibles tendencias pol¨ªticas o an¨¢lisis profundos de la situaci¨®n general. Quiz¨¢ el Gobierno ha entendido mal esta posici¨®n un¨¢nime y la ha podido interpretar como una tendencia hasta el fin a escoltar cualquier posici¨®n que tome Estados Unidos en estas crisis, tomadas por separado o en conjunto. Ese malentendido puede tomar caracter¨ªsticas graves en la actual visita oficial del ministro de Asuntos Exteriores, Marcelino Oreja, a Estados Unidos para asistir al Consejo Hispano-Norteamericano que examina la situaci¨®n del Tratado de Amistad y Cooperaci¨®n entre Espa?a y Estados Unidos.En otros pa¨ªses occidentales, y principalmente en Francia, Alemania Occidental, Italia y algunas naciones escandinavas, las reservas son tan considerables que est¨¢n provocando palabras y movimientos de despecho en la Casa Blanca y hasta alg¨²n paso de factura por la protecci¨®n de Estados Unidos a esos pa¨ªses. Carter ha llegado a presentar una especie de ultim¨¢tum -que expirar¨ªa la primera quincena de mayo- para que todos sus aliados lleguen a romper sus relaciones diplom¨¢ticas y comerciales con Ir¨¢n: se supone que, de no hacerlo as¨ª, se expondr¨ªan estos mismos aliados a alguna forma de represalia o, por lo menos, a la consecuencia de las acciones militares que Estados Unidos tomen directamente contra Ir¨¢n. Las reservas europeas, tanto en el caso de Afganist¨¢n como en el de Ir¨¢n, consisten sobre todo en la desconfianza de que una pol¨ªtica cruda de sanciones pueda llegar a ser mucho m¨¢s da?ina para los jueces sancionadores que para los acusados sancionados y que incluso puedan derivar en alguna forma de guerra que se desencadenar¨ªa inevitablemente sobre territorio europeo. Es la tesis, por ejemplo, del canciller Schmidt, que dirige una naci¨®n que, por ser fronteriza, se considera en mayor riesgo.
Pero hoy todas las naciones son fronterizas, y la existencia de bases militares como las que Oreja examina en Washington dan ese car¨¢cter a Espa?a. Es indudable que la utilizaci¨®n de las bases conjuntas para una acci¨®n en Ir¨¢n podr¨ªa atraer sobre nuestro pa¨ªs un tipo de represalias especialmente graves en una situaci¨®n como la actual, sobre todo en lo que se refiere a nuestras necesidades de energ¨ªa y a la amistad que se fomenta con los pa¨ªses ¨¢rabes.
El equ¨ªvoco sobre el que parece reposar la incondicional prestaci¨®n de Oreja a las peticiones de Washington -s¨ª es que es as¨ª, y si no es as¨ª, convendr¨ªa que se dijera- es el de confundir una condena un¨¢nime de unos hechos concretos con una aprobaci¨®n un¨¢nime de la pol¨ªtica del presidente Carter, que en este caso presenta la ambig¨¹edad de ser el candidato Carter, como no dejan de se?alar los pa¨ªses occidentales, que tambi¨¦n por esta raz¨®n emiten y practican sus reservas. En el mejor de los casos, la pol¨ªtica de dureza de Carter es s¨®lo una de las que se pueden aplicar para responder a esta crisis, y aunque ¨¦ste y su equipo pretendan que es la ¨²nica posible y que responde a una infalibilidad en la carism¨¢tica direcci¨®n de Occidente, no se puede ver enteramente as¨ª. A lo largo de los ¨²ltimos a?os, la infalibilidad de Washington al aplicar esa doctrina ha fracasado: Cuba o Vietnam son dos razones recientes. La posibilidad de que el Ir¨¢n sancionado -y atacado desde Irak en estos momentos- se cubanice o se vietnamice no resulta nada tranquilizadora ni para Estados Unidos ni para sus aliados. Sobre todo, porque sigue teniendo dos grandes influencias en el mundo: la material del petr¨®leo y la espiritual de una forma de guerra santa.
La convicci¨®n de que la pol¨ªtica de Carter es s¨®lo una, y no probablemente la m¨¢s acertada, de las varias pol¨ªticas posibles; la de que de la misma manera que comenz¨® puede variar en un momento dado y dejar a quienes la hayan seguido con unas consecuencias irreparables; las reservas de la mayor parte de los pa¨ªses occidentales son realidades que deber¨ªan aconsejar toda clase de prudencias a la hora de prometer o de comprometer. Sobre todo, la palabra Espa?a puede resultar demasiado grande para utilizarla en una coyuntura en la que hay riesgos mayores. Sigue aqu¨ª faltando un debate mayor sobre, pol¨ªtica extranjera; sigue faltando una consulta regular con la oposici¨®n para casos mayores, como la practica la propia Casa Blanca y como se hace tambi¨¦n en otros pa¨ªses cuando el tema y el compromiso desbordan los plazos de un Gobierno elegido.
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