La moderaci¨®n est¨¢ en otra parte
Luis Mar¨ªa Ans¨®n ha publicado en la c¨¦lebre tercera de Abc un art¨ªculo de su pulso nervioso y catilinarlo, con el t¨ªtulo de Organizar el caos, del que se saca la impresi¨®n de que alguien nos organiza el caos desde fuera, con sus agentes de dentro, y todo ello por encontrarnos ?en el arco de la m¨¢xima tensi¨®n mundial?. Luego enumera con brillantez las distintas manifestaciones del caos. El asunto es ocurrente. Solamente nos faltaba ahora descubrir, en plena democracia, la conspiraci¨®n ?judeo-mas¨®nica-comunista?, como probable organizadora de nuestro caos. Ya ni siquiera resultar¨ªa suficiente echar el muerto al petr¨®leo. Merece por ello la pena responder, afectuosamente, a quien preside la Asociaci¨®n de la Prensa y la agencia oficial Efe, porque nada ser¨ªa m¨¢s grave que esa actitud ang¨¦lica de librar de errores y de culpas a los que dirigen el pa¨ªs.Yo no llego tan lejos como Ans¨®n, cuando dice ?que la resplandeciente mediocridad de la mayor¨ªa de nuestros pol¨ªticos les impide ver m¨¢s all¨¢ de sus propias narices?. Parece como si quisiera decir que, por todo eso -por la mediocridad-, no ven nuestros pol¨ªticos ?la conspiraci¨®n judeo-mas¨®nica-comunista? (es un decir), cuando lo que no ven, de verdad, es el modo de resolver el caos del que proporcionalmente, en funci¨®n de sus responsabilidades, todos ellos son autores. La cosa es f¨¢cil.
Efectivamente, y como todo el mundo sabe, existe una gran confrontaci¨®n de dos potencias a nivel mundial que se produjo en seguida, una vez terminada la guerra, y que ha tenido diferentes episodios. Desde aquella famosa declaraci¨®n de guerra fr¨ªa por Winston Churchill, hasta la actitud de Carter tras la invasi¨®n rusa de Afganist¨¢n, ha corrido bastante agua bajo los puentes. El acento principal y actual de la tensi¨®n ha sido el progreso terror¨ªfico del armamento, afiviado y no resuelto por los acuerdos SALT, y el pavoroso tema del mapa y de las necesidades energ¨¦ticas. Espa?a, pa¨ªs atl¨¢ntico-mediterr¨¢neo, est¨¢ en Europa, cuya instrumentaci¨®n de defensa es la OTAN (con todos dentro, tambi¨¦n con los socialistas) y por ello, y adem¨¢s de todo ello, somos Occidente por razones geogr¨¢ficas, culturales e hist¨®ricas. L¨®gicamente, Espa?a es una posici¨®n de inter¨¦s estrat¨¦gico principal en esa confrontaci¨®n. Las cosas se agravan por nuestra doble condici¨®n a?adida de pa¨ªs ribere?o en el Mediterr¨¢neo con Oriente Pr¨®ximo y con Africa, y con mucho voltaje en la zona Marruecos-Sahara-Canarias. Todo esto es verdad. Cuando empieza la transici¨®n hacia la democracia, desde el antiguo r¨¦gimen, desde aquella proclamada y servida actitud anticomunista, y sin perjuicio de los prudent¨ªsimos escarceos diplom¨¢ticos con China y Rusia, en aquella audacia singular de L¨®pez Bravo y las conversaciones de Areilza en Par¨ªs, se abren justamente, y obligadamente, las puertas de Espa?a de par en par, y nuestros servicios de informaci¨®n no eran aptos para la nueva situaci¨®n.
El objetivo est¨¢ bien claro por parte de la izquierda espa?ola: ?No entrar en la OTAN?. No creo que estas actitudes de la izquierda sean las de servir intereses de fuera -imposible por parte de los socialistas-, sino por situar a Espa?a fuera de una conflagraci¨®n, y contribuir a la imposibilidad misma de eso. Felipe Gonz¨¢lez sabe, despu¨¦s de su conversaci¨®n con Ceaucescu y de sus contactos con los alemanes, que una gran preocupaci¨®n de guerra pasa por todas las cabezas pol¨ªticas de Europa. Por otro lado, la tradici¨®n espa?ola en este siglo es que la monarqu¨ªa de don Alfonso XIII no entr¨® en la primera guerra mundial ni el r¨¦gimen del general Franco en la segunda. Pero ahora es otra la situaci¨®n, que, probablemente, no nos da ocasi¨®n a elegir. Si la guerra mundial estallara, y si se utilizaran las armas nucleares, no es probable que hubiera neutrales; pero as¨ª est¨¢n las cosas. La movilizaci¨®n de los agentes de las grandes potencias y las presiones ejercidas, ya se suponen. Esa es una parte de la pol¨ªtica exterior y de la defensa. Pero nunca esto ?organiza el caos? en Espa?a, si dentro no tenemos pol¨ªticos ca¨®ticos. El caoses nuestro, como la catedral de Burgos es de Burgos. Est¨¢ claro que no han sido los agentes los que han decretado las autonom¨ªas antes de saber c¨®mo iba a ser el Estado de las autonom¨ªas, y como me dec¨ªa el otro d¨ªa un profesor eminente de nuestra universidad, todo hab¨ªa comenzado porque en la Constituci¨®n no estaba claro lo que ten¨ªa que ser el Estado. Atreverse a decir que las cadenas ininterrumpidas de cierres de empresas y el volumen creciente de paro habr¨ªa que achacarlo a aquella conspiraci¨®n o al aumento de precio del petr¨®leo, es una ocurrencia que, si hubiera sido contempor¨¢nea con don Carlos Arniches, la inmortaliza en un sainete. Si el Parlamento -como dice Ans¨®n- ?se va convirtiendo poco a poco en una m¨¢quina oxidada?, no ser¨¢ porque alguien la est¨¦ echando desde el Kremlin, desde Libia, o desde donde sea, moho f¨¦rrico con spray. Si hay huelgas salvajes no ser¨¢ por otra cosa que porque el derecho, la ley, la autoridad, no impide a los salvajes. Si la gente tiene miedo a la ?Inseguridad ciudadana?, es seguro que los delincuentes no ser¨¢n miembros del Comando G a quien la polic¨ªa no pueda reducir y los jueces no puedan alejar largamente de la vida ciudadana.
Todo esto no es otra cosa que el balance negativo de varios Gobiernos presididos por don Adolfo Su¨¢rez, a quien tampoco ser¨ªa justo dejar de reconocer que le ha tocado dirigir una de las m¨¢s dif¨ªciles etapas de la historia espa?ola, moderna y contempor¨¢nea. Cuatro a?os de pol¨ªtica-pol¨ªtica, de elecciones en masa, de consenso a todo trapo, de incertidumbre sobre la imagen de nuestra sociedad, de deflacci¨®n parlamentaria, de glorificaci¨®n del pasillo y del restaurante como instrumentos de negociaci¨®n, de proceso constitucional, de imposibilidad de pacto social, de acorazamiento en Moncloa y de desconfianza suprema en su propia familia pol¨ªtica, acaba en el crecimiento cero, en los mil parados diarios y en la intemerata. De algunas cosas de ¨¦stas podr¨ªa salvarse Su¨¢rez, por eso ?del destino de la Historia?, de que no era este el tiempo deseado para un pol¨ªtico de vocaci¨®n permanente de poder; pero le ha tocado el peor. Como acaba de decir, afortunadamente, Jos¨¦ Mar¨ªa Gil Robles, ?de un modo instintivo, Su¨¢rez?, dice, ?apunta al poder personal compartido con una cuadrilla de amigos de toda confianza?. Su¨¢rez ha demostrado hasta la saciedad su alergia a las colaboraciones valiosas, al Parlamento, a la explicaci¨®n p¨²blica, a la confrontaci¨®n pol¨ªtica y al inter¨¦s intelectual por las cuestiones de Estado. Su¨¢rez no es otra cosa que un pol¨ªtico con una gran vocaci¨®n de poder y un negodiador superior de sus ambiciones y de su supervivencia. Es uno de esos se?ores que se meten a la gente en el bolsillo; pero, ?y luego qu¨¦? Pues lo que pasa luego es, tristemente, ese pa¨ªs que tenemos delante. Todo lo que pone Su¨¢rez a su alrededor no debe ser alarmante, y precisamente las personas que sacan las casta?as del fuego no han sido en la histor¨ªa otra cosa que gentes alarmantes. La astucia y la discreci¨®n en Maquiavelo no eran temor o mezquindad.
Luis Mar¨ªa Ans¨®n hace el elogio entusiasta de Adolfo Su¨¢rez como ?ordenador de la moderaci¨®n?. Eso es hist¨®rica y pol¨ªticamente inexacto. El autor y el mantenedor de la moderaci¨®n ha sido el Rey. En primer lugar, parece conveniente recordar a quien interpreta informativamente al Estado, como es el presidente de Efe, que la moderaci¨®n como figura jur¨ªdica e institucional est¨¢ asignada al Rey por la Constituci¨®n en su art¨ªculo 56.1. El presidente del Gobierno no tiene otra asignaci¨®n que la de dirigir la acci¨®n del Gobierno, de acuerdo con el art¨ªculo 98, y esto no presupone hacerlo moderada o inmoderadamente, sino apropiadamente, con lo que establecen la Constituci¨®n y las leyes. La moderaci¨®n no puede confundirse con el car¨¢cter. El presidente tiene condiciones admirables para enga?ar, seducir, esperanzar y hasta integrar. Eso son condiciones ¨²tiles del car¨¢cter. Pero pol¨ªticamente no dura mucho. Los socialistas, a los que les ha hecho todo aquello y han tomado sensualmente el bpbedizo, ya se han cansado. Ahora llaman p¨ªcaros a Su¨¢rez y a sus amigos. Y dentro de su propio partido, el presidente tambi¨¦n tiene lo suyo, porque tamb l¨¦n est¨¢ cediendo el narc¨®tico. Es el papel de los donjuanes: o cambian de ciudad, o no se comen una rosca. Ni un seductor enga?a siempre ni agota los virgos.
En resumen, y pol¨ªticamente, esto tiene, como en todas partes, errores y culpables. Y no es serio endosar nuestro caos pol¨ªtico, econ¨®mico y constituyente a otros personajes que a los propios protagonistas del drama, y en primer lugar a los que han tenido, y tienen, la responsabilidad de gobernar, y despu¨¦s, con menos responsabilidad, a los que no han sabido plantear en el Parlamento alternativas de cambio o de m¨¦todos. El atractivo de la etapa que comienza es que las cartas empiezan a estar boca arriba.
Una de las grandes lagunas de la Constituci¨®n es que la moderaci¨®n y el arbitraje del Monarca no tienen un instrumento pol¨ªtico y jur¨ªdico de ejecuci¨®n. El otro d¨ªa dije en el Club Siglo XXI que un rey moderno es un ¨¢rbitro, siempre que tenga pito y reglamento. No lo tiene ahora mismo y por eso ejerce, anormalmente, antidemocr¨¢ticamente y anticonstitucionalmente, el presidente del Gobierno de jefe de Estado B. Este es su comportamiento. Y como se produce as¨ª, correcta e institucionalmente. obliga a los dem¨¢s (Abril, P¨¦rez-Llorca, Guti¨¦rrez Mellado, etc¨¦tera) a que den la cara y pongan en riesgo su crisma, ya que la obligaci¨®n sagrada de un jefe de Estado B es estar detr¨¢s. Ah¨ª es donde se encuentra Adolfo Su¨¢rez. Pero el presidente del Gobierno, sin embargo, es quien tiene que darla. Es, adem¨¢s, jefe de un partido; de una parte del pluralismo pol¨ªtico e ideol¨®gico, y su papel es su programa. Por eso asume el ¨¦xito o los contratiempos; y por eso es problem¨¢tico y no vitalicio. A un presidente de Gobierno se le exige valor, imaginaci¨®n, sacrificio y autoridad. Eso es lo que tiene que hacer, y no quiere. La moderaci¨®n est¨¢ en otra parte. Solamente en el Rey.
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