Un muchacho de quince a?os, acusado de cometer seis atracos en un d¨ªa
Un muchacho de quince a?os (J. D. L., seg¨²n nota policial) ha sido detenido dos veces en veinticuatro horas y puesto a disposici¨®n del Tribunal Tutelar de Menores. En medio ha cometido, seg¨²n la polic¨ªa, seis atracos, ha robado un coche y ha traficado con drogas duras. Apenas llegada la nota al peri¨®dico, desde el colegio-hogar del Sagrado Coraz¨®n de Jes¨²s informaban de que J. D. L. se hab¨ªa vuelto a fugar.
Adicto a la coca¨ªna y la hero¨ªna, este muchacho suele permanecer en el colegio el tiempo justo para descansar y sentir los primeros escalofr¨ªos del s¨ªndrome de abstinencia. Una vez que ha optado de nuevo por la fuga, sigue un sistema infalible para resolver sus necesidades de hero¨ªna y coca¨ªna. Elige zonas de cierto movimiento, selecciona a sus v¨ªctimas entre las mujeres que pasean solas y llevan joyas en lugar visible y les se?ala el vientre o el cuello con la navaja. En ocasiones utiliza tambi¨¦n la jeringuilla como arma disuasoria.
Historia de una jornada
La polic¨ªa incluye el breve relato de uno de sus ¨²ltimos atracos. Se embosc¨® en la calle de Avila, hizo un recuento de peatones y, al fin, eligi¨® a una muchacha de veinticuatro a?os. Prefiri¨® amenazar doblemente, as¨ª que le puso la navaja y reforz¨® la sensaci¨®n de peligro con la jeringa. Un minuto despu¨¦s hab¨ªa reunido una alianza, un encendedor, un reloj, las gafas de sol y el juego de pendientes de la muchacha. La polic¨ªa ha logrado saber que en esta ocasi¨®n J. D. L. proced¨ªa de Alcobendas, donde hab¨ªa logrado robar un Simca 1200 para trasladarse a Madrid. Antes de ser detenido hizo varios trabajos intermedios en las calles de Bravo Murillo, Capit¨¢n Blanca Argibay, Pinos Alta y en algunas otras.Reunido un bot¨ªn suficiente, J. D. L. da por terminada la primera fase del plan. La segunda consiste en conseguir la droga. La conciencia de necesidad le ha permitido simplificar sus esquemas de trabajo tanto que, varios siglos despu¨¦s, ¨¦l ha redescubierto el trueque: alhajas por caballo o por coca. Hasta que se produce una nueva detenci¨®n. Entonces dice la polic¨ªa que ?el menor ha sido reintegrado al reformatorio? y que ?hace dos a?os que est¨¢ bajo la tutela del referido Tribunal Tutelar de Menores de Madrid?. Ah¨ª termina el trabajo de la polic¨ªa, es decir, donde empieza el del juez.
Se conoce muy bien el siguiente episodio de la aventura. J. D. L. llega al correccional. El padre Camilo se pone al habla con ¨¦l. Est¨¢ hecho un andrajo. Seguramente quiere dormir. No ofrece la imagen de un peligroso atracador, sino la de un ni?o enfermo, cuya dolencia estaba ya escrita en su libro de familia. ??Familia? Yo no tengo familia?.
El chico quiere dormir. Unas pocas horas. Y quiere incorporarse a la vida mec¨¢nica del colegio, pero no puede. ?No es un chico feliz, no est¨¢ conforme con la vida que se le brinda. En cuanto se ve inmerso en la repetici¨®n de actos propios de la vida colegial, quiere huir y puede hacerlo, porque, no lo olvidemos, ¨¦ste es un centro abierto. Repite: "Es que no puedo, es que no puedo", y escapa?.
Junto a rateros y drogadictos
En el colegio-hogar del Sagrado Coraz¨®n de Jes¨²s se re¨²nen indiscriminadamente ni?os con problemas familiares -a veces simplemente abandonados por sus padres-, raterillos y noveles consumidores de drogas. Es evidente que no debe resultar muy reeducativa la convivencia de ni?os que se acuerdan de su madre con otros que se acuerdan de la hero¨ªna. Casi todos los colegiales tienen en com¨²n la carencia de un ambiente acogedor fuera del propio colegio.La opci¨®n que tienen es terrible: permanecer internos, con el evidente riesgo de contagio (se puede aprender a multiplicar al mismo tiempo que se aprende a romper una luna sin ruido) o escapar. La puerta est¨¢ siempre abierta y evadirse es una simple cuesti¨®n de darse prisa.
J. D. L. es de los asiduos. El director del centro se considera impotente para tratar casos como el suyo. ?Suelen entregarlo hecho un andrajo. El depende totalmente de la droga, y como aqu¨ª no puede procur¨¢rsela, se escapa. S¨ª, si: deber¨ªa crearse un centro para alumnos especiales. A este tipo de chicos se les llama en Holanda imposibles, dadas sus dificultades de tratamiento, y las instituciones en que se les interna son cerrad¨ªsimas. A veces nos llegan chicos con el s¨ªndrome de abstinencia, y no podemos hacer absolutamente nada. Todo se reduce a que el chico quiera irse o quedarse. Si la dependencia fisica es muy fuerte no hay nada que hacer?.
La ausencia de centros especializados para el tratamiento de este tipo de muchachos impide que se haga un verdadero trabajo de rehabilitaci¨®n. El ¨²nico centro cerrado para menores existente en toda Espa?a es la c¨¢rcel de Zamora -una c¨¢rcel en toda regia, con m¨¦todos reeducativos harto discutibles-, que s¨®lo tiene catorce plazas.
Esta vez ocurri¨® como siempre. Lleg¨® la nota policial que notificaba la detenci¨®n del muchacho. Un minuto despu¨¦s, el director del correccional ampliaba la noticia: ??J. D. L.? Ya ha vuelto a fugarse?.
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