Un peque?o gran relato
?A qui¨¦n pueden interesar las anodinas aventuras de cinco jovencitas brit¨¢nicas de la peque?a clase media rural, obsesionadas por el matrimonio, a principios del siglo XIX? En aquel entonces, en Gran Breta?a primaban las llamadas novelas g¨®ticas, de la se?ora Radcliffe a Walpole o M. G. Lewis, repletas de aventuras terror¨ªficas, de intervenciones sobrenaturales y perfectamente medievales, una especie de libros de caballer¨ªas para la burgues¨ªa naciente que iba a desembocar en el romanticismo. Nada m¨¢s opuesto en apariencia al esp¨ªritu rom¨¢ntico que las seis novelas -dos de ellas p¨®stumas- que escribi¨® Jane Austen en sus 42 a?os de vida. Esta, hija de un pastor protestante, que naci¨® en 1775, public¨® sus libros, primero de forma an¨®nima, en la segunda d¨¦cada del siglo XIX. Permaneci¨® soltera toda su vida, y su existencia transcurri¨®, sin grandes acontecimientos, apacible y equilibrada.En la peque?a pantalla hemos podido contemplar -ayer termin¨® su emisi¨®n- su primera y m¨¢s famosa obra, Orgullo y prejuicio, que durante casi un siglo, desde mediados del pasado hasta poco despu¨¦s de la guerra civil, constituy¨® lectura habitual de la burgues¨ªa espa?ola y hasta libro para educaci¨®n de se?oritas bien. Pero las obras de Jane Austen parecen cobrar solera con el paso del tiempo, y hasta el olvido les sienta bien. Hace poco Jos¨¦ Mar¨ªa Valverde propon¨ªa al p¨²blico espa?ol una nueva lectura de otro de sus libros, Emma, se?alando que tal vez se trataba de la mejor novela inglesa del siglo XIX. ?C¨®mo es posible, en el siglo de las Bronte, de Dickens y Thackeray? Pues as¨ª andan las cosas, y tres novelas de las Austen hasta est¨¢n en el cat¨¢logo de la colecci¨®n Austral (las otras dos son Persuasi¨®n y La abad¨ªa de Northanger). Feliz herencia de un pasado que hoy se nos aparece tan infeliz. En Televisi¨®n, Orgullo y prejuicio ha pasado casi depuntillas, con una discreci¨®n t¨ªmida y como desolada, tras las alharacas de Poldark (nunca segundas partes fueron buenas) y del senador Jordache, y en v¨ªsperas del despliegue nacional de Fortunata y Jacinta, donde al parecer se ha echado el resto para que Gald¨®s no desmerezca frente a Blasco lb¨¢?ez.
En los libros de la Austen hay una finura psicol¨®gica excepcional, unas gradaciones de matices casi imperceptibles, una soterrada iron¨ªa y a veces retratos comedida mente crueles. Sus an¨¢lisis econ¨®micos y sociales preludian la sociedad victoriana, y su puritanismo formal transluce un escepticismo moderado y sonriente. Lo m¨¢s probable es que la serie no haya gustado demasiado. Hacen falta siglos-luz de educaci¨®n cultural y televisiva para apreciar este producto de rara calidad, prodigiosamente vertido ?a la brit¨¢nica?, y con un di¨¢logo excepcional. Ni nuestro medio, ni nuestro p¨²blico estaban preparados para esta peque?a sorpresa. En pleno romanti cismo, hasta el gran maestro de la novela hist¨®rica, sir Walter Scott, se mostraba fascinado por los libros de la discreta Jane Austen. Para el mercado espa?ol es dificil pasar de Ivanhoe a las hermanas Bennett. Peor para el panel de audiencia, que debe siempre explicar, nunca servir de coartada.
Como dijo Elizabeth Bennett a su t¨ªa, tras tropezar con el se?or Darcy en su primera visita a Pemberley: ?Venir aqu¨ª ha sido lo m¨¢s desafortunado que he podido hacer?. Pero s¨®lo nos puede salvar de la abyecci¨®n la insistencia, contra viento y marea, en presentar productos de esta rara calidad.
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