El ataque del grupo "ultra" al bar San Bao fue una venganza programada
La manifestaci¨®n convocada en el barrio de Ventas como protesta por la muerte del l¨ªder vecinal Arturo Pajuelo empezaba junto a la boca del Metro de Quintana y terminaba, sobre las 9.15 de la tarde del martes, en la plaza de la Cruz de los Ca¨ªdos. Durante ella, los manifestantes hab¨ªan proferido gritos contra organizaciones ultraderechistas.
En la plaza de la Cruz de los Ca¨ªdos, un testigo detect¨® ?una cierta presencia policial?, presencia pasiva, puesto que los agentes no intervinieron. Apenas alg¨²n coche radio-patrulla, cuya dotaci¨®n supervisaba el acto cumpliendo un discreto programa de vigilancia. Cuando la manifestaci¨®n terminaba se oyeron en la plaza varios gritos de ?iViva Cristo Rey!?. Aparentemente, la actividad de manifestantes y contramanifestantes iba a reducirse a los gritos. Nadie ha ofrecido testimonios de enfrentamientos f¨ªsicos entre personas que hubiesen confluido en la plaza.Un cuarto de hora despu¨¦s se aprecia nuevamente un singular movimiento. Unas cuarenta personas, muchas de ellas bien trajeadas y de edad madura y una alta proporci¨®n de acompa?antes j¨®venes, con atuendos paramilitares, vuelven a tomar posiciones de un modo ordenado y probablemente con arreglo a un plan previsto. Peque?os grupos de tres o cuatro personas se sit¨²an en las esquinas pr¨®ximas al monumento a los Ca¨ªdos en actitud vigilante, entre tanto un grupo m¨¢s nutrido se aproxima al monumento. En los siguientes minutos, varios de los presentes en la plaza cortan el tr¨¢fico a intervalos, otros miran alrededor desde las esquinas y los m¨¢s pr¨®ximos al obelisco se encargan de limpiar las pintadas visibles en ¨¦l. Un grupo residual, formado por personas afines en apariencia a las que permanec¨ªan en la plaza, entr¨® en la cafeter¨ªa J-5, que ocupa uno de los primeros locales de la acera impar de la avenida de Arag¨®n. All¨ª, varias de ellas hablaban y discut¨ªan en un fuerte tono de voz.
Uno de los participantes en la manifestaci¨®n de protesta por la muerte de Arturo Pajuelo observ¨® que un hombre de m¨¢s de cuarenta a?os, vestido con traje gris y corbata, y acompa?ado de una muchacha rubia, de unos veinticinco a?os, se separ¨® del grupo derechista y subi¨® a un autom¨®vil Seat 1430 o 124, de color azul marino y con matr¨ªcula MU 69.649, que inmediatamente se puso en marcha. Al menos, un coche policial continuaba aparcado en las inmediaciones del monumento a los Ca¨ªdos. S¨®lo hay una referencia de que interviniese alguno de los componentes de su dotaci¨®n: un polic¨ªa nacional se acerc¨® a uno de los grupos situados en la plaza, dialog¨® brevemente con alguno de sus integrantes, y volvi¨® al radio-patrulla. A las diez prosegu¨ªan la limpieza de la Cruz de los Ca¨ªdos y la vigilancia desde las esquinas. Poco despu¨¦s, la mayor parte del grupo abandon¨® el lugar.
Tiroteo en el bar
Un cuarto de hora despu¨¦s, Carlos, de 34 a?os de edad, encargado del bar San Bao, instalado en la calle de Arturo Soria, 42, a escasa distancia de la Cruz de los Ca¨ªdos, buscaba detr¨¢s de la barra la botella de vino que le hab¨ªa pedido un cliente. Calcula que entonces estar¨ªan en el establecimiento unas treinta personas. Parte de ellas ocupaban las mesas exteriores, separadas de la acera por una pared y un seto, al abrigo de unos pocos ¨¢rboles. Los restantes clientes permanec¨ªan en el interior, junto a las mesas o en la barra.
Seg¨²n el encargado, ?al bar San Bao viene gente joven y sana, sin ideolog¨ªa pol¨ªtica determinada; a mediod¨ªa vienen ocho o diez personas que forman parte de la plantilla del peri¨®dico Mundo Obrero, situado cerca del local. Son de los que mejor compostura guardan. A las 10.30 de la noche no estaba all¨ª ninguno de ellos, porque, repito, s¨®lo acuden a mediod¨ªa?.
En uno de los ¨¢ngulos de la barra charlaban Jos¨¦ Luis, de 37 a?os, y Antonio, de 42; desde un asiento pr¨®ximo les observaba una joven clienta que depart¨ªa con unos amigos. Carlos, el encargado, comenzaba a pensar en los preparativos para ir cerrando y poder marcharse a las once de la noche. A trav¨¦s de las ventanas se ve¨ªa el grupo de muchachos, que hab¨ªan elegido la mesa exterior de la esquina.
Cuando el encargado estaba junto a la botella, oy¨® exclamaciones indeterminadas, y, entre ellas, alguna frase concreta: ?Hay que acabar con ellos, cabrones? o algo as¨ª. Y volvi¨® la cabeza hacia la puerta del caf¨¦.
Carlos, Jos¨¦ Luis, Antonio, Peter, hijo de un militar puertorrique?o, destacado en la base de Torrej¨®n de Ardoz, y la joven clienta vieron que un grupo aparec¨ªa entre grandes voces y ruido de, vidrios rotos. Estaba dirigido por un hombre de algo m¨¢s de cuarenta a?os de edad, rubio canoso y con entradas, que vest¨ªa traje gris con puntos oscuros, chaleco del mismo color, camisa blanca y corbata. Con la mano derecha, que manten¨ªa en alto, empu?aba una pistola; con la izquierda, un machete de gran tama?o. Dijo: ?No os mov¨¢is, que vamos a mataros a todos. ?Viva Cristo Rey!?. Entonces la clientela se desband¨®; las gentes que estaban en el interior corrieron hacia un departamento-trastienda y comenzaron a hacer barricadas con las mesas a toda velocidad. Uno de los asaltantes, vestido con cazadora de cuero y camisa de color azul oscuro, trat¨® de golpear a Jos¨¦ Luis o Antonio con una cadena; fall¨® el golpe y revent¨® el revestimiento e madera sint¨¦tica de la barra. Una de las hojas de cristal de la puerta de entrada hab¨ªa desaparecido despu¨¦s de un golpe de cadena; alguien crey¨® ver un bate de b¨¦isbol en manos de un joven que estaba fuera del. patio-jard¨ªn ocupado por las mesas.
Seg¨²n Antonio, que escasamente hab¨ªa logrado. esquivar el cadenazo, entonces, s¨®lo unos segundos despu¨¦s de la irrupci¨®n, sonaron cuatro tiros: ?Pac, pac, pac, pac, estampidos sordos y ligeros, como de petardos de feria?; todos los otros testigos, salvo Carlos, oyeron las mismas detonaciones leves, ?como de cohetes de escasa potencia?. Los clientes que ocupaban mesas en el patio intentaron saltar la tapia para huir hacia la farmacia contigua, intento en el que apenas consiguieron deteriorar el seto. Rodaron las sillas. Dos proyectiles atravesaron la luna de una de las ventanas, uno de ellos rompi¨® el tablero de la barra. Cayeron heridas varias personas; algunas, de bala; otras, de un cadenazo en el cr¨¢neo.
El grupo de asaltantes sali¨® corriendo. Los testigos afirman que han retenido con toda exactitud los rasgos faciales del que parec¨ªa dirigirlo. ?El cabecilla gritaba tambi¨¦n: ?Hacia las mesas!, porque era all¨ª donde estaba la gente m¨¢s joven: yo creo que ven¨ªan con el fin de amedrentar a la gente?, dice una de las muchachas que presenciaron el enfrentamiento. Cuando los agresores huyeron, Peter y Antonio salieron detr¨¢s de ellos. Les tiraban cascos vac¨ªos de cerveza. -Al parecer, lograron apresar a uno muy joven, pero le permitieron huir. Regresaron con una sandalia de uno de los fugitivos.
Cuando entraron en el local descubrieron que el herido en el bazo daba saltos y gritaba, como si no pudiera creer lo que hab¨ªa visto: ??Tengo un balazo, tengo un balazo!?. Comenzaron a preparar un torniquete para ligarle una pierna a otro herido. Luego lleg¨® la polic¨ªa.
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