Ante la amenaza del estatuto de la Profesi¨®n Period¨ªstica
Al margen de su propia y discutible necesidad, el borrador elaborado por la Federaci¨®n de Asociaciones de la Prensa de Espa?a para una futura ley org¨¢nica de la informaci¨®n y medios de Comunicaci¨®n Social, as¨ª como para el proyecto de estatuto para la profesi¨®n period¨ªstica, no podr¨ªa contener c¨²mulo mayor de desatinos. Desatinos que, lamentablemente, son presentados bajo la capa de un progresismo de cart¨®n-piedra que confunda peligrosamente los t¨¦rminos que maneja. De esta forma, se invoca la libertad de expresi¨®n -consagrada claramente por la Constituci¨®n en su art¨ªculo 20- como fin ¨²ltimo de la ley y se articulan en base a ella una serie de puntos que ni por asomo guardan relaci¨®n obligatoria con tal derecho. Luis Mar¨ªa Ans¨®n, en su defensa del p¨¦simo proyecto preparado por la FAPE, establece que s¨®lo la titulaci¨®n y posterior colegiaci¨®n de los periodistas garantizar¨¢n su independencia y su libertad para informar. Olvida el se?or Ans¨®n que esa libertad la otorga el ordenamiento constitucional, que es el mismo que la defiende y protege de cualquier coacci¨®n en su desarrollo. ?Desde cu¨¢ndo un t¨ªtulo otorga etiqueta de honradez? ?Desde cu¨¢ndo una agonizante facultad de Ciencias de la Informaci¨®n capacita a sus sorprendidos alumnos -cuyo cansancio se pretende capitalizar a favor de la exigencia del t¨ªtulo- para ejercer adecuadamente su profesi¨®n? Se trata, al parecer, de seguir considerando la universidad como el inaccesible reducto que concede en exclusiva certificados de estudios que no guardan relaci¨®n, en demasiadas ocasiones, con la verdadera capacitaci¨®n de sus titulares. No acabamos de aprender lo que es la acci¨®n profesional de las personas y no sus t¨ªtulos lo que debe garantizar la competencia del trabajo que desempe?an. ?Cu¨¢ndo acabaremos con esa enfermedad de la titulitis, que hace preferir el documento legalista a la realidad contrastada? Al parecer, los complejos de inferioridad de algunos s¨®lo se curan con el remedio de impresos y p¨®lizas.Parece claro -como lo han entendido la mayor¨ªa de los pa¨ªses europeos- que la profesionalidad del periodista no viene otorgada por su carn¨¦. Y aqu¨ª se pretende ahora la implantaci¨®n de un carn¨¦ que discrimina entre los periodistas en activo y los que no lo est¨¢n, y que convierte en profesionales de segunda clase a los redactores gr¨¢ficos, dibujantes de chistes e ilustradores, a quienes la ley -tampoco ellos se escapan, sin embargo, de sus garras- pretende exigir, en su momento, ?los cursos profesionales o acad¨¦micos y la titulaci¨®n correspondiente? (!). La exigencia de la titulaci¨®n en base a garantizar lo que el se?or Ans¨®n entiende por profesionalidad, no deja de ser un capricho que se consuma en el inter¨¦s por crear unos colegios profesionales que se reduzcan a ser la transformaci¨®n nominal de las viejas e inefables Asociaciones de la Prensa, a las que el se?or Ans¨®n, a trav¨¦s de la ley, pretende erigir como ¨²nicos ¨®rganos representativos de la profesi¨®n period¨ªstica. Unos ¨®rganos, claro est¨¢, que s¨®lo podr¨ªa regir -y si no, al tiempo- quien, como ¨¦l, tanto ha hecho en pro de una profesi¨®n tan humillada. Tras todo esto aparece una maniobra mal disimulada que tiende, de paso, a reducir al m¨ªnimo las posibilidades de acci¨®n de otras corporaciones profesionales de l¨ªnea abiertamente cr¨ªtica hacia las intenciones del se?or Ans¨®n. Por no hablar de ese deseo de mantener el monopolio de las Hojas del Lunes como ¨®rganos exclusivos de informaci¨®n hasta las catorce horas del primer d¨ªa de la semana. ?En base a qu¨¦ tal monopolio? ?Cu¨¢l es el escudo que debe proteger a las Asociaciones de la Prensa para preservarlas de competencia en ese d¨ªa? ?No atentar¨¢ contra la libertad del lector esa opci¨®n ¨²nica que Ans¨®n ofrece al mal espabilado y casi durmiente del lunes por la ma?ana?
La fiebre de la titulitis y su inseparable colegiaci¨®n se extiende en la ley hasta los corresponsales en el extranjero y los empleados en gabinetes de informaci¨®n. De la necesidad de tal colegiaci¨®n para el correcto desempe?o de las funciones de unos y otros se nos debe permitir dudar. Sin embargo, no hay dudas de que ese estatuto del colaborador de prensa que la ley pretende estructurar no es sino una burla a un estamento -el del publicista que colabora en el contenido de un medio de informaci¨®n, en ocasiones con una alta dosis de responsabilidad- que, con toda mala intenci¨®n, los art¨ªfices de la desgraciada ley parecen querer enfrentar con el titulado y colegiado que ellos esta blecen como modelo de virtudes. La ley no reconoce al colaborador car¨¢cter profesional alguno -si lo quiere, que estudie en la facultad, le den el t¨ªtulo, se colegie y se saque el carn¨¦-, pero reserva al colegio profesional que ella instituye el derecho a fijar en un rasgo de paternalismo y comprensi¨®n que le honran- la retribuc¨ª¨®n m¨ªnima a percibir por quien, seg¨²n el se?or Ans¨®n, garantiza ?el libre acceso a todos a expresarse en los medios de comunicaci¨®n?. Rozamos ya los l¨ªmites de la burla. El colaborador no es reconocido sino como mero representante de un derecho com¨²n, se le atribuye de acuerdo con un baremo cuya justicia est¨¢ por ver, y ya puede ser un sujeto de lucidez excepcional y buen estilo, que hada podr¨¢ hacer ante la exigencia de ese t¨ªtulo otorgado por la autoridad acad¨¦mica y sancionado por las fuerzas vivas del gremio.
Nada de lo que de justo ofrece la ley otorga m¨¦rito alguno a sus autores. La consagraci¨®n de puntos como el secreto profesional o la cl¨¢usula de conciencia parecen obvias en cualquier ordenamiento m¨ªnimamente democr¨¢tico y ajustado a la realidad de la informaci¨®n. Por lo dem¨¢s, art¨ªculos como el referente a la figura del editor -quedan difuminados y confusos, como si el redactor del borrador de la ley -que, a lo peor, hasta le han exigido el carn¨¦ para ello- hubiera estado m¨¢s pendiente de reprimir que de otra cosa, de limitar que de abrir cauces.
El triste espect¨¢culo de un criterio obtuso beneficia bien poco a una profesi¨®n que debe caracterizarse por una amplitud de acci¨®n que rebasa cualquier esfera coactiva. Decir que la formaci¨®n acad¨¦mica, el t¨ªtulo, el carn¨¦ y el colegiarse garantizan la libertad del periodista es como suponer que el acuerdo entre la FAPE y la CEOE beneficia a esos mismos periodistas, que, seg¨²n el se?or Ans¨®n, lograr¨¢n as¨ª acceder a cotas de empleo m¨¢s dignas. El profesional se hace a trav¨¦s de una profunda y continua revisi¨®n de sus saberes, y pretende que el acceso a su trabajo venga dado por una titulaci¨®n que parece tener, para el se?or Ans¨®n, las mismas cualidades que la medicina, que todo lo remedia, no es sino tratar, una vez m¨¢s, de poner puertas a la verdadera libertad de expresi¨®n e informaci¨®n que nuestra Constituci¨®n consagra.
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