Giulini y la Filarm¨®nica de Los Angeles
Hacia 1909 entra en juego una generaci¨®n de directores que ser¨ªa la de 1916, seg¨²n el sistema de Juli¨¢n Mar¨ªas, cuyo m¨¢s visible enlace con la anterior es Herbert von Karajan, nacido en 1908. Se trata de la segunda generaci¨®n de nuestro siglo y cuenta con los nombres de Kempe (1910), Markevitch, Celibidache y Solti (1912), Ata¨²lfo Argenta (1913), Giulini, Fricsay y Kubelik (1914), Bernestein (1918) y Guido Cantelli (1920).Todos ellos podr¨ªan inscribirse, apurando las cosas, dentro de una actitud: aceptaci¨®n del legado rom¨¢ntico-expresivista y de la objetividad perfeccionista. Claro es que, en cada caso, ese ¨¢mbito o gran perfil generacional queda suficientemente definido y matizado como para no intentar comparaciones, si no siempre odiosas, con frecuencia in¨²tiles.
Festival Iberm¨²sica / B
H. Americano. Los Angeles Philarmonic Orchestra. Director: Carlo M. Giulini. Obras de Mozart y Chaikovski. Teatro Real. 17 de mayo de 1980.
Carlo Mar¨ªa Glulini, por lo pronto, aparece, en medio de una general t¨®nica divista, como un m¨²sico profundamente entregado y humilde, apasionado por las m¨²sicas que dirige: ?La relaci¨®n del director con las partituras?, dice, ?es una relaci¨®n de amor?. S¨®lo cuando el int¨¦rprete, despu¨¦s de un largo proceso de an¨¢lisis y de creciente entusiasmo, llega a poseer las obras que interpreta est¨¢ en condiciones de iluminarlas ante la orquesta y el p¨²blico. Es entonces cuando se alcanza la integraci¨®n aludida por Nanquette. Sirve un romanticismo muy interiorizado; sirve un cierto concepto del tan tra¨ªdo y llevado ?misterio?, pero es preciso un total control tan capaz de fabricar ?sonido? propio como de evitar desbordamiento.
Desde tales supuestos puede hablarse de la elegancia de Giulini sin superficialidad.
El maestro italiano, de calidades humanas extraordinarias, nos revela su personalidad a trav¨¦s de un absoluto servicio a la m¨²sica que dirige, a la que se acerc¨® con la m¨¢s grande humildad. ?Durante el acto interpretativo?, piensa Giulini, ?el director se ha apropiado de la obra de modo que viene a ser su obra. No piensa en lo que ¨¦l mismo sea sino m¨¢s bien que ¨¦l es la m¨²sica?.
Palabras demostrativas de una actitud de autenticidad que hemos vivido ahora desde dos polos estil¨ªsticos: Mozart y su J¨²piter; Chaikovski y su Pat¨¦tica. Esclarecida en todo su contenido, mantenida en una elevaci¨®n sonora constante, un punto flexionada hacia lo prerrom¨¢ntico, c¨¢lida y apol¨ªnea al mismo tiempo, la sinfon¨ªa mozartiana queda entre los grandes recuerdos musicales. No menos valiosa experiencia la del Chaikovski de Giulini, purificado de tanta ganga a?adida por uso y abuso de quienes atienden antes a la denominaci¨®n que a los pentagramas de la sinfon¨ªa. Ya conlleva suficiente angustia como para ?exaltarla hasta el mareo?, utilizando palabras de Mairena tan sagazmente recordadas por G¨®mez Amat. El lirismo, el patetismo, la rebeld¨ªa, la gracia y la desolaci¨®n de la mejor ley, es decir, convertidos en expresi¨®n art¨ªstica: esto es lo que nos dio el inconmensurable, emocionante, magistral Giulini.
Bien es verdad que la Orquesta de Los Angeles, de la que es titular el director italiano, es un instrumento no s¨®lo perfecto, sino de unas inusitadas posibilidades de belleza. Tonto ser¨ªa referirse a calidad de grupos e individualidades. Importa se?alar c¨®mo director y orquesta se hacen unos, se entienden e intercambian valores. Los m¨²sicos de Los Angeles m¨¢s que obedecer a Giulini hacen m¨²sica con ¨¦l, entra?ados en su pensiero, con naturalidad y transparenc¨ªa. Triunfo absoluto y entusiasmo sin l¨ªmites. El cr¨ªtico antes que sumarse a los bravos prefiere decir a Giulini: gracias.
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