El padre Llanos
A trav¨¦s de autobuses y metros, tomando trayectos perif¨¦ricos, viene desde Vallecas, viene a verme, el padre Llanos, Jos¨¦ Mar¨ªa de Llanos, nuestro jesuita rojo, este viejo amigo que busca en m¨ª la bendici¨®n del laico, el serm¨®n del laico que yo no puedo echarle, sino Garc¨ªa Calvo, que busca en m¨ª Jos¨¦ Mar¨ªa de Llanos, cura jesuita, 75 a?os, lo que yo en ¨¦l, desahogo, amistad, dulce controversia, a trav¨¦s de autobuses y metros, de l¨ªneas perif¨¦ricas, vallecanas, madrile?as, en la tarde con sol, con toros y pol¨ªtica, en la nacional tarde de las disputaciones nada metaf¨ªsicas.Lo que pasa es que ando (o mejor no ando, que me estoy quieto) con un brazo quebrado, con un quiebro en el alma. y Llanos visita a los enfermos y caemos, de pronto, entre los dos, en que eso debe ser una obra de misericordia, una escena del catecismo, pero ni ¨¦l ni yo nos acordamos bien.
-Que me han echado de mis colaboraciones, Paco, que ya no me publican, despu¨¦s de veintitantos a?os, yo qu¨¦ s¨¦.
Corr¨ªan los tontos y lluviosos cincuenta, y este hombre, Llanos, fue el primero en romper con el tinglado de la antigua farsa franquista y se fue a Vallecas/Pozo, no como aquellos curas obreros de Gilbert Cesbron, ni como los misioneros Cifesa de La mies es mucha, ni para hacer caridad, como cre¨ªa su familia:
-Al principio, mi familia cre¨ªa que yo estaba en el Pozo haciendo caridad.
Pero ¨¦l no hab¨ªa dado la campanada en el eterno Te Deum de Franco para hacer la caridad, sino para que le hiciese a ¨¦l la justicia. Setenta y tantos a?os, los dientes reci¨¦n puestos, zapatillas de cuadros para andarse Madrid y los madriles, el despeinado blanco de su pelo y las manos de coadjutor cheli de Vallecas, manos que han escrito tantos art¨ªculos denunciando, cuando nada pod¨ªa denunciarse, hambres del otro Madrid, un Madrid hambreado, marginado, cabreado, como luego, ahora mismo, la injusticia perenne, la perennidad de la injusticia, ese chabolismo vertical que van a levantar en aquel barrio, aprovechando la superficie de dos chabolas con huerto comunal de la Melibea lumpen para una torre de Babel, de papel, de especulaci¨®n y plazo fijo. Sus art¨ªculos, toda la vida sus art¨ªculos, le¨ªdos, seguidos por m¨ª con devoci¨®n fundamental sobre la deformacion profesional, art¨ªculos nada ortodoxos de forma -para qu¨¦ hablar del fondo-, como jirones de luz enferma de su barrio, como lienzos de tapia herida y vallecana, tapia de un Tapies an¨®nimo, que es la vida y la pobreza, y esa calle Najarra, la calle m¨¢s bella de Madrid, con balanceo de blancura y encalado semestrales, calle baja de altos m¨¢stiles, como mar¨ªtima, y que va a dar al mar ferroviario de la nada sin empadronamiento.
-Que me quitan el trabajo, Umbral, las colaboraciones, que ya no me publican, despu¨¦s de tantos anos, y sin una palabra de despido, s¨®lo con el silencio, ya lo ves.
Qu¨¦ me importa a m¨ª el jesuita, el rojo, el consiliario de los que no admiten consejo. Me importa el articulista de toda la vida, de setenta y tantos a?os, el colega que ha escrito en muchos sitios, como ha podido, que siempre ha tenido algo que decir y ha encontrado la manera m¨¢s directa, despreciando la m¨¢s correcta, de decirlo, y ahora le echan a la calle, ni siquiera le echan, sino que le aplican la ley del silencio. Loco oficio ¨¦ste, disparatado oficio, el suyo y el m¨ªo, disparatar cada d¨ªa como profesi¨®n y manutenci¨®n. En el desembarco por sorpresa contra la libertad de expresi¨®n, cae un escritor m¨¢s, un periodista, y lo m¨ªnimo de su caso, que a m¨ª me parece m¨¢ximo, pasar¨¢ callado entre voces mayores, pero se trata del m¨¢s crudo y silente cuchillo contra la expresi¨®n en libertad. Un mismo sol de tarde pen¨²ltima y madrile?a nos traspasa a los dos, ¨¦l, viejo, y yo, manco, mancos o jubilados de palabra, y ¨¦l ha venido a verme con dientes postizos y zapatillas de cuadros, atravesando metros, autobuses, un Madrid que discute hace mil a?os.
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