De Waterloo a Chamart¨ªn
LAS GUERRAS napole¨®nicas han reaparecido dentro de la propia Comunidad. El presidente de Francia posiblemente habr¨¢ encajado muy mal el calificativo de un nuevo Waterloo utilizado para describir la batalla entre brit¨¢nicos, por un lado, y franceses y prusianos, por otro.El nudo del conflicto es que Gran Breta?a ha conseguido ver reducida su contribuci¨®n al presupuesto de la CEE en 4.000 millones de d¨®lares en los pr¨®ximos dos a?os. Y, sobre todo, ha conseguido sembrar la disensi¨®n en el campo adversario, pues lo que dejan de pagar los brit¨¢nicos lo abonar¨¢n los alemanes, siendo los agricultores franceses los grandes beneficiarios.
La posici¨®n clave de la batalla eran las normas del presupuesto de la CEE. El Reino Unido no ha aceptado, en materia agr¨ªcola, seguir sometido a la regla de la preferencia comunitaria, que impone abastecerse en los mercados de la propia Comunidad de las producciones agr¨ªcolas de los Estados miembros. Gran Breta?a segu¨ªa abasteci¨¦ndose en el mercado mundial de cereales, carnes y otros productos ganaderos (Estados Unidos, Nueva Zelanda, Australia). Pero, seg¨²n las reglas,de la CEE, deb¨ªa satisfacer la diferencia entre los precios mundiales y los m¨¢s altos de la Comunidad. Esta imposici¨®n hac¨ªa que el Reino Unido, siendo uno de los pa¨ªses con menor renta por habitante, fuera, despu¨¦s de Alemania Occidental, el que contribuyera en mayor medida al presupuesto de la CEE. Esta regla es precisamente la que se ha roto, y de alg¨²n modo la pol¨ªtica agr¨ªcola com¨²n aparece tocada por el flanco.
La marejada se ha hecho presente en el Gabinete alem¨¢n. Sus economistas han puesto el grito en el cielo ante el hecho de que Alemania Occidental tenga que aumentar su contribuci¨®n al presupuesto comunitario en 1.400 millones de d¨®lares este a?o y el doble el pr¨®ximo. El propio canciller Schinidt ha subrayado, ante el congreso nacional del SPD, que la factura en aumento que le pasan los restantes Estados miembros tendr¨¢ un l¨ªmite a finales de 1991. Schmidt ha dicho que la CEE no puede convertirse en un ?autoservicio para determinados intereses particulares?. Alemania Occidental quiere poner fin a los desequilibrios en los pagos presupuestarios, y el propio canciller ha subrayado que su pa¨ªs ?no podr¨¢ financiar una nueva ampliaci¨®n sin un cambio en la pol¨ªtica agr¨ªcola y una distribuci¨®n m¨¢s,equilibrada de las cargas presupuestarias ?.
Seg¨²n los c¨¢lculos de los expertos de la Comunidad, el a?o 1982 los gastos presupuestarios ser¨¢n superiores a los ingresos. En estas circunstancias, los franceses se han preguntado ?cu¨¢nto queda para sus propios agricultores antes de que los nueve pa¨ªses de la CEE decidan cu¨¢l ser¨¢ la ayuda ofrecida a Espa?a y Portugal cuando se integren en la Comunidad?.
As¨ª, pues, el tema del ingreso de Espa?a en la Comunidad acaba de explotarnos entre las manos, en parte como consecuencia del contencioso de la pol¨ªtica agr¨ªcola. Parece, y es obligado, que el Gobierno y la oposici¨®n planteen ante la opini¨®n p¨²blica espa?ola, con el m¨¢ximo rigor y la suma mayor de informaci¨®n, un asunto tan fundamental para el futuro de nuestra sociedad. Recu¨¦rdese, como contraste, el silencio en el reciente debate parlamentario sobre los problemas que plantea a Espa?a el ingreso en la CEE. Cualquier autonom¨ªa merece, al parecer, mucha m¨¢s atenci¨®n de los partidos pol¨ªticos que el asunto del ingreso en la CEE.
El Ministerio para las Relaciones con Europa se abstuvo, hasta hace poco, de dar noticias que no fueran optimistas, y autoelogiosas sobre su gesti¨®n. Nadie sab¨ªa, a ciencia cierta, lo que estaba ocurriendo en la negociaci¨®n entre Espa?a y la CEE. Nadie se estaba preguntando qu¨¦ ocurrir¨ªa, por ejemplo, el primer a?o de nuestro ingreso. Por ejemplo: ?nuestra contribuci¨®n al presupuesto de la CEE ser¨ªa superior a los beneficios obtenidos? Espa?a se aprovisiona de una serie de productos agr¨ªcolas (ma¨ªz y soja en Estados Unidos, carnes en Am¨¦rica Latina), y se ver¨ªa, por tanto, obligada a pagar la diferencia entre los precios mundiales y los comunitarios. Posiblemente, en los primeros tiempos, Espa?a tendr¨ªa que pagar m¨¢s de lo que obtuviera del presupuesto de la CEE.
Los asuntos europeos han merecido, en general, una atenci¨®n muy marginal del Estado y la sociedad espa?oles. Seguimos viviendo en el provincianismo. Nadie ha planteado con suficiente seriedad los problemas que supone la entrada en la CEE para nuestra econom¨ªa. Suced¨ªa como si bastara con ser democr¨¢ticos y no importase saber si pod¨ªamos vivir en un mundo de dur¨ªsima competencia econ¨®mica. Sin embargo, no constituyen ning¨²n misterio las grand¨ªsimas dificultades con que se est¨¢ encontrando Grecia al iniciar su proceso, de reducci¨®n de aranceles y otros mecanismos de protecci¨®n ante los productos de la Comunidad. Pero los espa?oles ¨ªbamos hacia la integraci¨®n sin conocer y reflexionar sobre sus dificultades.
Es imprescindible preparar la entrada en la Comunidad. Pero tambi¨¦n es necesario no humillarse por la ?pausa? giscardiana y, sobre todo, no caer en la trampa de buscar su intermediaci¨®n, hacer de Francia nuestro acompanante. bilateral. La gran baza de Espa?a para entrar en la Comunidad ser¨ªa dotarse de una industria suficientemente potente que disminuyera la necesidad de exigir importantes ventajas agr¨ªcolas. Porque cuando Espa?a entre en la Comunidad lo probable es que la pol¨ªtica agr¨ªcola com¨²n haya variado sustancial mente, las preferencias comunitarias se.hayan reducido y sea necesario batirse con las producciones de los terceros pa¨ªses, concretamente, de Estados Unidos.
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