La lecci¨®n de la "pausa" giscardiana
El par¨®n de Giscard a Espa?a es, a pesar de todo, una sorpresa. Desde 1962 nuestro pa¨ªs ha sufrido numerosos parones de este estilo en su pretensi¨®n de hacerse un hueco en la Europa comunitaria. Pero siempre se achacaban a la dictadura reinante. Todos cre¨ªamos en esa raz¨®n que, al fin y al cabo, resultaba l¨®gica dado el esp¨ªritu del Tratado de Roma; y la explot¨¢bamos como arma arrojadiza contra el franquismo. (No obstante, los m¨¢s l¨²cidos analistas son conscientes de que, desde el punto de vista t¨¦cnico, en 1962 Espa?a hubiera podido entrar en la CEE con menos problemas que ahora).En Espa?a siempre seguiremos confundiendo la realidad con el deseo. Con un simplismo digno de mejor causa, la vox populi, apoyada por las h¨ªbridas voces de los m¨¢s dispersos pol¨ªticos, estimaba que s¨®lo la estructura dictatorial del Estado imped¨ªa la soluci¨®n del problema de Gibraltar o la adhesi¨®n a la Comunidad Europea.
Sin embargo, los dem¨®cratas de la ¨¦poca ya intu¨ªamos que la dictadura era un argumento evidente, pero tambi¨¦n una coartada f¨¢cil para que ciertos pa¨ªses congelaran sus contenciosos con el nuestro. Es el momento de comprobarlo.
La actitud emblem¨¢tica de Europa con respecto a Espa?a vendr¨ªa hist¨®ricamente definida por el Comit¨¦ de no Intervenci¨®n durante la guerra civil. Creo que en esta instituci¨®n se concentra la curiosa filosof¨ªa del continente hacia nuestro pa¨ªs; filosof¨ªa que es una extra?a amalgama de buenas palabras, hipocres¨ªa y defensa a ultranza de los propios intereses.
El ejemplo franc¨¦s es paradigm¨¢tico. Nadie regala nada. Si acaso, palabras. Y es que en las relaciones internacionales las palabras cuestan poco dinero. A la hora de la verdad, privan los intereses: ?ser¨¢ preciso recordar tan elemental principio a los confiados espa?oles, llenos de obnubilaci¨®n quijotesca y alienante triunfalismo?
Se dice que Giscard ha anunciado la pausa a la ampliaci¨®n del Mercado Com¨²n por motivos electorales. Sea. Por motivos electorales los gobernantes de todos los pa¨ªses -incluido Espa?a- cometen las m¨¢s aberrantes arbitrariedades. Los a?os electorales suelen ser peligrosos para la comunidad internacional, como est¨¢ demostrando el presidente Carter. As¨ª, pues, es aceptable la tesis de que VGE no tiene ning¨²n escr¨²pulo en dejar a Espa?a en la estacada con tal de contentar a ciertos sectores del campesinado franc¨¦s. En cualquier caso, el que fuera nuestro valedor ante la Comunidad, que tantas promesas gast¨® en su diplomacia de flautista de Hamel¨ªn, no siente ning¨²n pudor a la hora de desdecirse. L¨®gica de la historia.
Pero quedarse en este nivel de interpretaci¨®n es no sobrepasar la superficie del problema. No puede ser casualidad que las fuerzas m¨¢s representativas de Francia est¨¦n en contra de la entrada deEspa?a en la CEE. Cuando gaullistas, giscardianos y comunistas dan la mano en un aquelarre en torno a Espa?a es evidente que est¨¢n manifestando la opini¨®n generalizada de su pa¨ªs. Esta es la realidad: la sociedad francesa no desea en el fondo ver a Espa?a en el club europeo. Por varias razones, algunas de ellas conectadas con un impenitente chovinismo y un sutil racismo.
La vox populi francesa sufre ya la presi¨®n concurrencial de sus partenaires europeos y la insolidaridad brit¨¢nica, y no est¨¢ dispuesta a incrementar la presi¨®n con la de un pa¨ªs vecino que adem¨¢s est¨¢ m¨¢s abajo. Espa?a vale como territorio tur¨ªstico, como zona de supuesta colonizaci¨®n cultural, como s¨ªmbolo sobre el que los intelectuales franceses trazan sus bonitos sofismas; pero, cuidado, cuando llega la hora de la verdad, del compromiso real, de la aceptaci¨®n de sacrificios o de ciertos reajustes, la cosa cambia, las palabras se tornan alambradas, la solidaridad se evapora y renace el viejo esp¨ªritu del Comit¨¦ de no Intervenci¨®n. Los espa?oles volvemos a ser des petits sauvages, como se dice en un texto de Aza?a.
Este comentario no quisiera ser un panfleto gal¨®fobo. Intenta simplemente poner las cosas en su sitio. Que los espa?oles aprendan de una vez por todas a conocer el terreno que pisan. Que cuando Giscard (o cualquier otro), con afectuosa dicci¨®n y elegantes ademanes, nos abra verbalmente las puertas de alg¨²n santuario, sepamos leer el texto y lo que hay detr¨¢s, en lugar de echarle los brazos al cuello y llorar de emoci¨®n. Los franceses tienen una amplia tradici¨®n oratoria y les cuesta poco emplear bellas frases prometedoras de amistad y fidelidad.
Hoy nos ha tocado la pausa giscardiana. Antes, repetidamente, hemos sufrido lo manejos de Estados Unidos, y as¨ª sucesivamente. Ley de vida o l¨®gica de la historia. Pero, en definitiva, que dejemos de creer que las amistades son eternas y los matrimonios indisolubles por principio.
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