Infamante campa?a

Cuando Luis Gonz¨¢lez Seara se hizo cargo de la Secretar¨ªa de Estado para la Universidad, dentro del luego dividido Ministerio de Educaci¨®n v Ciencia, pens¨®, desde el primer momento, realizar un censo de aquellas personalidades que, por razones pol¨ªticas e ideol¨®gicas, hab¨ªan realizado una labor importante en el mundo del airte, la ciencia y la investigaci¨®n fuera del ¨¢mbito de la universidad espa?ola, con objeto de integrarlos a todos en la misma.Volvi¨® a plantearse la idea al ponerse al frente del Ministerio de Universidades e Investicaci¨®n, pero descart¨® la posibilidad de que fuera directamente el Gobierno quien dictase por la v¨ªa de un decreto-ley la adscripci¨®n de los catedr¨¢ticos extraordinarios.

Temi¨® que el gesto pudiera ser interpretado como una baza electoralista en tiempos de continuas campa?as electorales y, por otra parte, le pareci¨® l¨®gico que la llamada a los profesores del exilio exterior e interior surgiera de la propia universidad, de sus departamentos, escuelas y facultades. El gesto ser¨ªa, as¨ª, un gesto de todas las universidades espa?olas, a las que el ministro imaginaba rivalizando por hacerse con los servicios de este o aquel eminente profesor o investigador.

Este es el sentido del decreto-ley del pasado verano, por el que se autorizaba a todas las facultades y escuelas t¨¦cnicas superiores a hacer las propuestas de candidatos a c¨¢tedra que considerasen oportunas y necesarias. Las propuestas ser¨ªan presentadas por cada universidad al Ministerio de Universidades e Investigaci¨®n, que las someter¨ªa a la consideraci¨®n del Consejo de Rectores. S¨®lo despu¨¦s del preceptivo informe favorable de los rectores, el ministro de Universidades elevar¨ªa la propuesta de nombramiento al Gobierno.

Se sabe ahora que desde que se hizo p¨²blico dicho decreto-ley surgi¨® una radical oposici¨®n a este proyecto por parte de un grupo de rectores, que, de todos modos, nunca se han atrevido a mostrar en p¨²blico y menos ante el propio ministro su repugnancia a incorporar a las c¨¢tedras de la universidad a ciertas personalidades y mucho menos por una v¨ªa distinta del tradicional sistema del concurso-oposici¨®n.

El pasado d¨ªa 19 de junio, ausente el ministro de la reuni¨®n del Consejo de Rectores justamente en el momento en que entraba en el orden del d¨ªa la cuesti¨®n de los nombramientos, se suscit¨® el sistema de votaci¨®n que habr¨ªa de aplicarse, una vez defendidos por cada rector proponente y por el subsecretario de Universidades e Investigaci¨®n, Manuel Cobo, los m¨¦ritos de cada uno de los candidatos.

Con inusitado ardor, varios miembros del consejo defendieron la oportunidad y conveniencia del voto secreto, ?para decidir con libertad?. Sometido a votaci¨®n el problema, veinte rectores se inclinaron por la votaci¨®n secreta y s¨®lo dos por la votaci¨®n p¨²blica. El resultado final es suficientemente conocido. Cinco candidatos fueron aceptados y otros cinco rechazados. Tambi¨¦n es conocido el clamor de las protestas.

Lo curiosoes que un grupo de rectores, presumibiemente los que vetaron a los cinco profesores rechazados, le han pedido expresamente al ministro de Universidades e Investigaci¨®n que ?el Gobierno haga cesar la infamante campa?a de desprestigio emprendida contra el Consejo de Rectores?. Pues qu¨¦ bien, ?no?