Carta a Carmen
Entre las varias C¨¢rmenes de mis c¨¢rmenes interiores, hoy te escribo a t¨ª, Carmen D¨ªez de Rivera, en el d¨ªa del Carmen, porque t¨² eres m¨¢s Carmen que ninguna en el sentido en que Carmen es carmelo, cartuja, huerto cerrado para muchos, para¨ªso de amistad abierto para pocos, como el de Soto de Rojas.Por eso y porque tengo que escribirle a alguien -a qui¨¦n mejor que a t¨ª misma- lo que t¨² misma me has ense?ado, lo que de ti he aprendido, la transici¨®n tal y como la has ido viviendo y elucidando, cuando en lo m¨¢s escarpado de la conversaci¨®n, de pronto, tu voz dulce y pol¨ªtica dice la verdad sencilla y no vista, siempre bajo la luz de tus ojos, que es una azul ausencia de lo azul. La mujer, Carmen, por mujer -aunque tan en carne viva tengas hoy tu carne-, es m¨¢s encarnadora de las cosas que el hombre, y por eso se han hecho tantas alegor¨ªas femeninas del Progreso, de la Farmacia, de la Patria o de la Justicia. En la mujer no s¨®lo el verbo se hace carne, o sea el hombre, sino tambi¨¦n el verbo pol¨ªtico, y en ti ha encarnado como en nadie la rubia conspiraci¨®n del tardo franquismo, en el despacho agobiado de Dionisio Ridruejo, el esp¨ªritu de la democracia, como una Lisistrata de pantal¨®n vaquero que t¨² has sido, la sinuosidad tan femenina de los pactos de la Moncloa, la ruptura, por fin, del pueblo hacias sus or¨ªgenes, con carisma de orujo y pecho traicionado. No una se?orita aleg¨®rica al costado del monumento a s¨ª mismo que pueda ser Tierno, nada de eso, Carmen, no te me pongas tarasca, pero s¨ª una met¨¢fora de oro constipado, una mujer s¨ªgnica, la s¨ªntesis l¨ªvica y ¨¦tica del desencanto, un signo estructural de ojos azules que ha ido pasando con su abanico de la sombra de Ridruejo a la luz de Tierno, de la sorna de Carrillo al mot¨ªn de las Salesas, toma pac¨ªfica e inversa de la Bastilla cuando la revoluci¨®n se queda en reforma y los guardias, adem¨¢s de pegar, que es lo propio, opinan -?zorras, zorras?-, que eso ya es impropio y no les pagan para opinar, que tampoco son Aranguren.
Vestida de abanico -?usas el que te compr¨¦ en Apodaca?-, venida de la ominosa y onerosa Moncloa a la copa de ¨¢rbol en que hoy vives, leyendo y tosiendo entre oros y verdes ajenos, ya ves que ten¨ªas raz¨®n, que Andaluc¨ªa se perdi¨® pese a tu viaje primaveral y campamental, que el aborto no se autoriz¨®, pese a sus encierros perpetuados para el Espasa por un fot¨®grafo que no se sabe nieto natural e inspir,ido de Delacroix. Cortejada por siglos como galanes, por apellidos como dinast¨ªas, pienso en tu soledad cada tarde, entre dos luces, cuando Espa?a se ensombrece de fracaso y tipograf¨ªa, s¨¦ que est¨¢s en tu nido de mujer, en tu alto piso con libros y sol ¨²ltimo, Justine que lee a Durrell, mujer zurda que lee a Peter Handke, temiendo por la carne acuchillada de la democracia m¨¢s que por tu propia carne dorada de Almer¨ªas, enferma de melancoI¨ªas. Carmen.
No s¨®lo has glosado para m¨ª estos a?os espa?oles, democr¨¢ticos, transicionales, cataclismales -?recuerdas la tarde, cargada de fr¨ªo e inminencia, de las elecciones municipales?-, sino que t¨² misma has ido siendo la glosa, como otra Bien Plantada de m¨¢s estilizada planta, la met¨¢fora en oro blanco de una hora de Espa?a que va de la luz a la sombra, de la libertad a las Salesas, de la democracia a la cafeter¨ªa Galaxia, de la tipograf¨ªa a la piroman¨ªa. En presencia o en ausencia, Carmen, has protagonizado todo, todo , ha ido tras de ti cuando has querido, y luego lo has evitado. Pero lo que no has podido evitar es que, en tu femenina y dulcemente herm¨¦tica capacidad de encarnaci¨®n, en tu iluminada y rubia encarnadura, hayan encarnado unos a?os vertiginosos. Te lo he dicho niuchas veces en tu retiro: ?Qu¨¦ gran pol¨ªtico pierde la escena, Carmen?. Hasta otro d¨ªa del Carmen, si nos alcanza, sigue y vive en tus c¨¢rmenes. S¨¦ que sue?as salud y no s¨®lo para ti: para la democracia. De tu sue?o vivimos, Carmen.
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