?Hay lugar para los intelectuales la pol¨ªtica?
?Por qu¨¦ no intervienen los intelectuales en la pol¨ªtica activa y militante? Es esta una pregunta que se nos hace hoy con frecuencia, como si realmente fuese procedente, como si en efecto hubiese en aqu¨¦lla sitio para nosotros. Durante el siglo XIX, de parlamentarismo ret¨®rico con ribetes dial¨¦cticos, algunos escritores, m¨¢s brillantes y elocuentes que rigurosos, representaron un papel, en definitiva, pol¨ªticamente menor.En ¨¦pocas de desconcierto profundo, como la de las v¨ªsperas del advenimiento de la Rep¨²blica, un Ortega pudo adyuvar a ¨¦l y, m¨¢s tarde, Aza?a, un intelectual, d¨ªgase hoy lo que se quiera, de segundo orden, sirvi¨® de prenda y cauci¨®n republicana al triunfo del partido socialista, que no deseaba. ?Cu¨¢l fue la relaci¨®n de los intelectuales con el partido socialista? Es un tema que, estudi¨¢ndolo en un caso ¨²nico, s¨ª, pero privilegiado, se ha planteado Mar¨ªa Dolores G¨®mez Molleda en su libro El socialismo espa?ol y los intelectuales (1). A trav¨¦s de las cartas de los l¨ªderes obreristas a Unamuno, la autora percibe c¨®mo, una vez m¨ªnimamente afianzado el partido y aprovechando, por una parte, el descr¨¦dito general de los partidos de la Restauraci¨®n y, por la otra, la sensibilizaci¨®n epocal para el problema social, los directores de las revistas socialistas se congratulan de su acercamiento al partido y le invitan, una y otra vez, continuamente, a colaborar en ellas. Particularmente, el per¨ªodo que transcurri¨® de 1898 a 1909 -dos fechas hist¨®ricas- fue el de m¨¢xima aproximaci¨®n de los intelectuales -recordemos al Ortega joven- al socialismo.
En cualquier caso, el hecho de que el partido socialista espa?ol fuese, desde el principio, rigurosamente obrerista y Obrero, reticente para los ?chicos de letras?, muy obsesionado por los problemas de organizaci¨®n del naciente aparato y muy poco interesado por los de la libertad de pensamiento, produjo una incomodidad cierta en los intelectuales cercanos a ¨¦l. Y entre quienes se mantuvieron dentro, Besteiro llev¨® a cabo una cierta escisi¨®n entre su personalidad socialista y su personalidad profesoral, y don Fernando de los R¨ªos, con su gran personalidad intelectual y su muy escaso peso dentro del partido, serv¨ªa a ¨¦ste para mostrar, tantas veces como fuera preciso, prestancia cultural y testimonio de apertura para posiciones no estrictamente marxistas. (Es curioso: en el epistolario que comentamos, las cartas que humanamente nos interesan m¨¢s son las de los ?heterodoxos?: las abundantes de Timoteo Orbe, el m¨¢s ferviente seguidor de Unamuno; las moderadas, de Jos¨¦ Aldaco; las discrepantes, de Felipe Trigo, y las exaltadas, de Tom¨¢s Meabe. Lo que no obsta a que entendamos el juicio que a Besteiro merec¨ªa todo este ?socialismo inventado, arbitrario, personal e inexistente?.)
?Han cambiado mucho las cosas de entonces ac¨¢? Retirado ya, al parecer definitivamente, Enrique Tierno Galv¨¢n del quehacer te¨®rico (hasta el punto de que no sea posible ver la menor correspondencia entre el que en otro tiempo tuvo y su invitaci¨®n tur¨ªstico-cultural al novelista ingl¨¦s Graham Greene), la entrada en la pol¨ªtica activa de un genuino intelectual como Ignacio Sotelo es para m¨ª un experimento apasionante que no s¨¦ ad¨®nde abocar¨¢.
Por de pronto, encontr¨¦ significativo el hecho de que cuando presentamos, hace unos pocos meses, su muy buen libro El socialismo democr¨¢tico (2), el autor consumiese la mayor parte de su tiempo en, por decirlo as¨ª, ?disculparse? de que teniendo una vocaci¨®n intelectual, sobre la que no cabe ninguna duda, se haya dedicado a la pol¨ªtica activa, encuadrado en el aparato ejecutivo de un partido. Dentro del libro, y movi¨¦ndose en el plano te¨®rico, distingue, a mi juicio acertadamente, una tercera v¨ªa, la del ?socialismo democr¨¢tico?, entre las dos del marxismo y la socialdemocracia. Estoy convencido, con ¨¦l, de que la forma actual entre nosotros del marxismo pol¨ªtico, el eurocomunismo, no ha asumido la historia que tiene detr¨¢s de una manera plenamente autocr¨ªtica. Lo que no veo tan claro es su valoraci¨®n negativa de esta ambig¨¹edad, que, seg¨²n pienso, es constitutiva del actual comunismo occidental. Ya no hay marxismo, sino marxismos, dice, y con mucha raz¨®n. Pero es justamente esta posibilidad de preservar una independencia doctrinal lo que hace que -¨¦l mismo lo reconoce- ?hoy en la Europa occidental se constata un renacimiento del marxismo en la universidad y en los medios art¨ªsticos e intelectuales?. Si, en efecto, las dificultades que encontraron un Gide o un Sartre para ser comunistas no digo, de ning¨²n modo, que hayan desaparecido, pero son menores que en sus respectivas ¨¦pocas, y no es menester planear por encima de la pol¨ªtica, como Picasso, para aparecer hoy afiliado, como lo est¨¢n muchos artistas de vanguardia, al partido comunista. La presencia de miembros del PC en actos culturales ?liberales? y su participaci¨®n activa en foros religiosos son ya acontecimientos enteramente normales, e incluso m¨¢s frecuentes, dir¨ªa, que las de militantes socialistas. (Excluyo al propio Sotelo, a quien en el lapso de muy pocos d¨ªas vi en un acto liberal -organizado, es verdad, por un ayuntamiento socialista- y en un acto de izquierda extraparlamentaria.) Por otra parte, la semejanza creciente entre un asalariado cada vez m¨¢s psicol¨®gicamente burgu¨¦s y un proletariado cada vez m¨¢s reformista y menos revolucionario hace que el miembro del partido comunista se sienta fiel y verdadero y pueda conservar as¨ª, m¨¢s all¨¢ de las ambig¨¹edades doctrinales, una minim¨ªstica visceral, emotiva, militante. Dentro de poco, por no decir que ya, todos los dem¨¢s partidos pol¨ªticos parlamentarios lo ser¨¢n, pura y simplemente, de cuadros y electores.
Ignacio Sotelo quisiera evitarlo, pero temo que no lo conseguir¨¢. La tercera v¨ªa, que ¨¦l propugna, requerir¨ªa que existiese una segunda posici¨®n real, la socialdem¨®crata. ?Existe? A mi juicio, no. La fracci¨®n as¨ª denominada dentro de UCD o es simplemente social-liberal o, admitiendo, a los efectos de la discusi¨®n, que estuviera representada por el grup¨²sculo de Francisco Fern¨¢ndez Ord¨®?ez y sus seguidores, carece de stamina, carece de fibra y empe?o para tal menester.
As¨ª pues, el espacio pol¨ªtico reservado a la socialdemocracia, realmente vac¨ªo hoy, pese a las propuestas de Sotelo, tendr¨¢ que ser ocupado (ya lo est¨¢ siendo) por el PSOE. La ?tercera v¨ªa? es, hoy por hoy, en el marco de las actuales estructuras de poder oposici¨®n y de la burocratizaci¨®n intr¨ªnseca a los grandes y centralizados partidos pol¨ªticos, centra partidista: democracia concebida como incesante proceso de democratizaci¨®n, democracia como moral, democracia como tarea de la raz¨®n ut¨®pica.
La ?clase pol¨ªtica? y la nueva sociedad tienen, a mi entender, poco que ver entre s¨ª, por falta de comunicaci¨®n real. Aqu¨¦lla, en sus l¨ªderes, por lo que se afana, o por lo que ¨¦sta piensa que se afana, es, crudamente dicho, por el poder; y en sus partiquinos, por su desfile como figurantes, en el cortejo del poder, en la ostentaci¨®n de sus devaluados cargos y en el aumento del gasto p¨²blico para la multiplicaci¨®n de ¨¦stos y el aumento de su retribuci¨®n. Por el contrario, la gente adulta est¨¢ desmoralizada en sus problemas econ¨®micos y en la fiebre de poder seguir gastando sin ahorrar ni un solo c¨¦ntimo, que se lo llevar¨ªa la trampa. Y la juventud, totalmente desinteresada de los ?jueces? ni siquiera ?prohibidos?, escatimadamente ?permitidos? de la sedicente democracia.
?Por qu¨¦ dije antes que, aun cuando temo que condenado al fracaso, me parece apasionante el experimento de Ignacio Sotelo? En otra ¨¦poca, los intelectuales, aun cuando menos de lo que ellos y los antiintelectuales cre¨ªan, algo ten¨ªan que hacer en pol¨ªtica. Su voz se o¨ªa con atenci¨®n y respeto en el Parlamento, la disciplina del partido no les amordazaba y el hecho de que fueran elegidos por su nombre y apellidos, y no en raz¨®n de figurar en una lista cerrada de la cual no importa a nadie, sino las sigIas del partido y la ?imagen? fabricada de su l¨ªder, contribu¨ªa, sin duda, a su autoridad moral como diputados. Hoy se ha alcanzado la plena perfecci¨®n de un sistema electoral cuyas l¨ªneas maestras ya fueron previstas por Mariano Jos¨¦ de Larra en el art¨ªculo "Dios nos asista". En el da cuenta as¨ª a su suputisto corresponsal del resultado de las elecciones: ?Para que te formes una idea, han sido elegidos los sujetos siguientes: por Barcelona, como llevo dicho, don Juan Alvarez Mendiz¨¢bal. Por C¨¢diz, don Juan Alvarez Mendiz¨¢bal. Por Gerona, don Juan Alvarez Mendiz¨¢bal. Por Granada, don Juan Alvarez Mendiz¨¢bal. Por M¨¢laga, don Juan Alvarez Mendiz¨¢bal. Por Pontevedra, don Juan Alvarez Mendiz¨¢bal, etc¨¦tera?.
?Pues qu¨¦ m¨¢s da, en efecto, que en las listas figuren tales o cuales nombres, que a nadie le importan, si todo el mundo lee ?don Adolfo Su¨¢rez? (hasta que la televisi¨®n del partido no invente otro) o ?don Felipe Gonz¨¢lez? (sin segundos, superfluos, apellidos ninguno de los dos)?
Si, como imagino, Ignacio Sotelo, desanimado, regrest de lleno a su dedicaci¨®n intelectual, acabado el ?experimento?, su caso, despu¨¦s de los de tantos otros, nos confirmar¨¢ en la convicci¨®n de que el intelectual, salvo el que, casi an¨®nimamente, lucha desde la base, no tiene nada qu.e hacer en pol¨ªtica. S¨ª, en cambio, y mucho, por encima y m¨¢s all¨¢, por ,debajo y m¨¢s ac¨¢ de la pol¨ªtica. Y as¨ª pues, pareciendo que hablamos de otra cosa, hablemos, sin pol¨ªtica, de lo que est¨¢ antes y despu¨¦s de ella.
1. Cartas de l¨ªderes del movimiento obrero a Miguel de Unamuno, con una primera parte, a la que directamente se refiere el t¨ªtulo principal, original de la autora. Ediciones Universidad de Salamanca. 1980. 2. Taurus Ediciones, Madrid, 1980.
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