Vengan pa?uelos para el toreo de El Inclusero
Vengan pa?uelos. A la afici¨®n se le ca¨ªa la baba cuando toreaba El Inclusero, que pide un puesto de los de arriba, donde hay sitio para ¨¦l y para cuantos sepan torear. Reposado, medido, inteligente, constru¨ªa las faenas en perfecto ensamblaje con las condiciones de sus toros. Y adem¨¢s, aquello de adelantar la muleta, la franela bien recta y planch¨¢, templar en el giro suave y hondo de la suerte, acompa?ar con la cintura, rematar donde la cadera, ligar... lo hac¨ªa tambi¨¦n. ?Vengan pa?uelos!Para las ferias son obligados los terueles- manzanares-paquirris-capeas, seg¨²n manda la rutina, y en el transcurso de ellas te puede dar un s¨ªncope. Es por el s¨ªndrome del derechazo. La fiesta de toros actual, merced a las imposiciones de los exclusivistas y al reinado de los funcionarios dichos, ha producido el s¨ªndrome del derechazo. Torear apenas ves.
Plaza de Las Ventas
Dos toros de Javier Molina y dos de Louro Fern¨¢ndez, bien presentados, en conjunto manejables. El Inclusero: pinchazo, media, rueda de peones y descabello (ovaci¨®n y salida al tercio). Metisaca, dos pinchazos, bajonazo descarado, aviso y cuatro descabellos (dos vueltas al ruedo). Alfonso Romero: dos pinchazos sin soltar y estocada ca¨ªda (silencio). Estocada corta perpendicular y baja (palmas). Un toro de Molina y otro de Louro, para rejones, mansurrones. Antonio Ignacio Vargas, rej¨®n trasero bajo en cada toro (oreja sin petici¨®n y dos orejas).
De pases, te hartas. E invariablemente acabas con indigesti¨®n.
Ser¨ªa reconfortante para todos que en estas ferias se incluyera cada tarde a un torero que sepa torear. Los hay. Uno de ellos es El Inclusero. Ya que han inventado la corrida mixta (evidentemente, en jueves), inventemos la corrida c¨®ctel, con dos partes de pegapases, una de torero y toros al gusto (si aut¨¦nticos, mejor). No quiero ni imaginar lo que ser¨ªa cada tarde vivir la esperanza de que se puede ver toreo bueno en lugar de esa convicci¨®n (casi siempre confirmada) de aburrimiento mortal con que acudimos a la plaza.
Una faena como la de El Inclusero el domingo al quinto, es una brisa serrana que barre los sofocos derechacistas. Es la reconciliaci¨®n con el arte de torear, que habitualmente desvirt¨²an y envilecen los profesionales del derechazo. Y no se crea que hubo espejismos ni magias. Ni espejismos o magias hubo. El Inclusero, situado el toro en los medios, le ofrec¨ªa el enga?o, somet¨ªa la embestida con la caricia del temple. Lo mismo al natural que en redondo, ligaba tres o cuatro pases, no m¨¢s -que las tandas han de ser cortas-, remataba con enjundia y arte e incrustaba, en su momento oportuno, el car¨ªsimo repertorio muleteril, donde hay quiquiriqu¨ªes, trincherazos, cambios de mano, molinetes, ayudados por bajo y por alto. De estos ¨²ltimos instrument¨® dos hondos y bell¨ªsimos, y de aqu¨¦llos, uno, que debe quedar plasmado en cartel.
Hubo error t¨¦cnico: el final de la faena, por alto, levant¨® m¨¢s la cabeza del toro, que se encampanaba, e impidi¨® que El Inclusero pudiera matar bien. Perdi¨® as¨ª el gran triunfo que ten¨ªa ganado, pero, de cualquier forma, aunque escuch¨® un aviso, dio dos vueltas al ruedo. El Inclusero (que, por cierto, tiene padre, lo conoce y lo ama) y tantos otros toreros arbitrariamente calificados de segunda fila est¨¢n preparados para intervenir en las corridas c¨®ctel para romper la monoton¨ªa de las ferias, hacerlas divertidas y mantener vivo el toreo bueno, que se muere v¨ªctima del s¨ªndrome del derechazo.
En su otro enemigo tambi¨¦n estuvo torer¨ªsimo este inclusero que tiene padre. Alfonso Romero no se acopl¨® con un toro tardo y se qued¨® s¨®lo en aseadito con el muy noble sexto. Antonio Ignacio Vargas, gran jinete en espl¨¦ndidos caballos, tuvo una buena actuaci¨®n, si bien de las tres orejas que cort¨® sobraban dos. El presidente Castro le hizo este obsequio por su cuenta, a lo que, naturalmente, no ten¨ªa ning¨²n derecho, pues no le ponen en el palco para que practique la elegancia social del regalo. Pero a la afici¨®n, por una vez, no le enfad¨® tal frivolidad. Hab¨ªa visto torear y, se daba por muy satisfecha. Otro d¨ªa proveer¨¢ para que el se?or Castro no convierta Las Ventas en la plaza d¨¦ su pueblo.
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