El nuevo sindicalismo aut¨®nomo aparece como un contrapoder en Polonia
Es una verdadera revoluci¨®n pac¨ªfica la que acaba de sancionarse en Polonia con la firma del acuerdo entre el Gobierno de Varsovia y los huelguistas de Szczezin, de Gdansk y m¨¢s tarde, de Silesia. Figurar¨¢ en los manuales de historia entre los grandes acontecimientos de este siglo. Lo creo as¨ª no por mis or¨ªgenes polacos, sino al examinar punto por punto las conquistas arrancadas por Lech Walesa y sus camaradas.En principio no han obtenido otra cosa que el derecho a constituir un sindicato autogestionado para defender sus intereses ele mentales como trabajadores. Pero el acuerdo prev¨¦ que, para cumplir esta funci¨®n, tales sindicatos podr¨¢n oponerse no solamente a la pol¨ªtica de precios y salarios del Gobierno, sino tambi¨¦n sus opciones de inversi¨®n, su plan econ¨®mico a largo plazo e incluso su sistema de informaci¨®n y de censura. As¨ª pues, alrededor de estos problemas se juega el futuro pol¨ªtico e institucional de un pa¨ªs como Polonia.
El nuevo sindicato incluso, si no se presenta como un partido pol¨ªtico, se reserva el derecho a pronunciarse sobre todos los aspectos decisivos de la vida nacional. Aparece por tanto como un contrapoder capaz de condicionar y de controlar el Partido Obrero Unificado Polaco (POUP).
Ciertamente, los acuerdos firmados reconocen el papel dirigente del POUP (consagrado, por otra parte, en la Constituci¨®n) en la sociedad. Pero este papel se convierte en m¨¢s aparente que real desde el momento en que el partido no puede definir por s¨ª solo, con arreglo a su doctrina, una ?l¨ªnea? para el presente y el futuro del pa¨ªs. A partir de ahora deber¨¢ proponer sus soluciones y discutirlas con este sindicato autogestionado, que aparece ya como el representante de los intereses reales de los trabajadores y de sus aliados.
Ruptura del sistema estalinista
A decir verdad, el cambio que acaba de producirse en Polonia marca la primera ruptura verdadera con la teor¨ªa y el sistema institucional del estalinismo. M¨¢s a¨²n: este cambio no ha sido concedido por un grupo dirigente ?iIuminado?, como, a?os ha, el de Dubcek en Praga, sino arrancado a la fuerza por las propias bases, que dispondr¨¢n en adelante del derecho de huelga, derecho que, seg¨²n acaban de demostrar, saben utilizar perfectamente.
Los polacos, desde hace mucho tiempo, tienen reputaci¨®n de ?rom¨¢nticos?. En el transcurso de las dos ¨²ltimas semanas han demostrado, por el contrario, que son antes que nada realistas. Por parte de los huelguistas, esto se ha traducido en una notable capacidad para evitar toda provocaci¨®n, todo gesto desconsiderado. Puede leg¨ªtimamente suponerse, por ejemplo, que no todos los huelguistas de Gdansk llevan a Lenin en el coraz¨®n; pero ninguno de ellos, ni siquiera en los momentos de tensi¨®n o de c¨®lera, se ha permitido grabar la menor inscripci¨®n malintencionada e ir¨®nica sobre el monumento erigido en el centro de los astilleros navales en honor del fundador del Estado sovi¨¦tico.
Y, sin embargo, estos obreros que acaban de dar pruebas de tal autodisciplina, incluso en estos detalles, no han sido capaces de definir la estructura de su movimiento m¨¢s que en plena marcha, despu¨¦s del inicio de la huelga. Antes de ocupar las instalaciones no tuvieron nunca ocasi¨®n de reunirse, de discutir, de preparar sus reivindicaciones. M¨¢s a¨²n: incluso durante los acontecimientos no tuvieron acceso a los medios de comunicaci¨®n, no fueron ?autorizados? a explicar su t¨¢ctica, a apelar a la solidaridad de la poblaci¨®n. Hemos podido ver en nuestros televisores la famosa banderola frente a los astilleros de Gdansk: ??Proletarios de todas las f¨¢bricas: un¨ªos! ?; pero los polacos no.
Realismo o suicidio
Cada noche, Radio Varsovia prodigaba explicaciones embarazosas sobre la situaci¨®n complicada que se ha creado en el pa¨ªs y sobre las negociaciones dif¨ªciles y francas entre el Gobierno y los huelguistas, pero ni una sola vez expuso el punto de vista de Walesa y de sus camaradas. No obstante, este mono polio de la informaci¨®n no sirvi¨® para nada y probablemente se volvi¨® en contra de sus detentadores. Porque la clase dirigente polaca asimila mal las lecciones del pasa do y, esta vez tambi¨¦n, permiti¨® a hombres como Woiciechowski, di rector de la agencia Interpress, hacer insinuaciones difamantes sobre los huelguistas. Ahora bien, en Polonia -como lo demostraron las experiencias de 1956 y 1970 ning¨²n sector de la clase obrera acepta que se insulte a otro. Incluso aquellos que no se declaran en huelga saben que los que la hacen tienen para ello buenas razones y que no est¨¢n manipulados por provocadores o por extremistas.
En el momento del desenlace, despu¨¦s de quince d¨ªas de desaf¨ªo, Polonia se encontraba realmente en v¨ªsperas de una verdadera huelga general. El viernes 29 de agosto, Radio Varsovia se limit¨® a se?alar que ?la situaci¨®n complicada englobaba tambi¨¦n a Silesia?. Para quienes conocen Polonia, esta frase sibilina significaba sencillamente que Gierek y los suyos no ten¨ªan ya a nadie de su lado y que, por tanto, ten¨ªan que firmar lo antes posible el acuerdo con los huelguistas.
Conviene saber que en Polonia todo el mundo, incluida la oposici¨®n, pensaba que los trabajadores de Silesia, mimados desde hace mucho tiempo en cuanto a salarios, y aprovisionamiento por el r¨¦gimen, ten¨ªan que serle fieles a ultranza. En Gdansk, la semana anterior todav¨ªa se ironizaba sobre el mundo cerrado de los mineros, que pasan la vida bajo tierra y no ven lo que ocurre fuera. Ahora bien, en ese mismo momento, una delegaci¨®n de Bytom, capital del carb¨®n, iba camino de la costa con el fin de llevar la adhesi¨®n de los mineros a la banderola unitaria de los huelguistas de los astilleros navales. Y se sabe que toda Silesia ha reivindicado y obtenido el derecho a constituir un sindicato autogestionado, igual que el que comenzaba a estructurarse en Szczecin, Elblag y Gdansk.
?C¨®mo funcionar¨¢ la nueva organizaci¨®n obrera, que el Gobierno no ha conseguido circunscribir ¨²nicamente a la regi¨®n de la costa b¨¢ltica? S¨®lo podr¨¢ desarrollarse a partir de las bases, puesto que no se inserta dentro de ninguna estructura preexistente. Pero podr¨¢ contar no solamente con los mandos intermedios, que se han distinguido durante esta larga huelga, sino tambi¨¦n con el precioso concurso de esos intelectuales que se han puesto al servicio de Walesa como ?consejeros t¨¦cnicos?. Por ¨²ltimo, el KOR, de Jacek Kuron y Adam Michnik, ayudar¨¢ mucho, gracias a la experiencia acumulada desde 1976, a cimentar esa solidaridad entre obreros e intelectuales, que representa una feliz originalidad del actual fen¨®meno polaco.
En cuanto al partido de Edward Gierek, tambi¨¦n se ha visto forza
do a comportarse de una manera realista, porque ha comprendido que todo intento de reprimir la huelga desembocar¨ªa en la guerra civil y significar¨ªa un suicidio nacional. No creo, sin embargo, que, despu¨¦s de haber sobrevivido a la tempestad, el Gobierno de Varsovia pueda aprovecharse de la calma para reconquistar, gracias a su habilidad pol¨ªtica, o mediante una represi¨®n bien calibrada, el terreno perdido. Las comparaciones con el pasado no son de utilidad alguna: nunca una clase dirigente en el Este ha sufrido una derrota como ¨¦sta, y sale de la misma profundamente dividida y traumatizada.
En la c¨²spide polaca no existen solamente halcones y palomas. Hay toda una gama de posturas, de rivalidades, sin olvidar la necesidad de encontrar chivos expiatorios a quienes hacer pagar los infortunios de este verano polaco. ?No se acusa ya al antiguo director de la televisi¨®n, Maciej Szczepanski, a quien Gierek llamaba mi tercer hijo, de una corrupci¨®n digna de la ¨¦poca de los barones ladrones en los Estados Unidos del siglo pasado?
Hombres nuevos
Pero ninguna de estas fracciones del POUP querr¨¢ arriesgarse a un nuevo conflicto con esta clase obrera, que acaba de demostrar su fuerza y que sigue siendo, seg¨²n la doctrina oficial, el pilar fundamental del r¨¦gimen. Solamente una peque?a minor¨ªa de ultras podr¨ªa pensar en recurrir a la ayuda fraternal de la URSS; pero puede darse por sentado que esa fracci¨®n ha hecho ya, durante los acontecimientos, sondeos en Mosc¨² con resultados negativos. Porque Breznev sabe que con un grup¨²sculo de aliados tan desacreditados no conseguir¨ªa nunca hacer ?reinar el orden en Varsovia?.
El fiel de la balanza se inclinar¨¢ as¨ª, en el seno del POUP, en favor de quienes quieren hacer honor a los acuerdos firmados y entablar un di¨¢logo permanente, institucionalizado, con los trabajadores. Pocos son los dirigentes del partido que tienen los papeles en regla para poner en pr¨¢ctica una renovaci¨®n de este tipo.
Pero apenas se haya reanudado la dial¨¦ctica pol¨ªtica no tardar¨¢n en darse a conocer otros hombres. Muy dif¨ªcil les ser¨¢ enfrentarse a Lech Walesa y a su sindicato autogestionado, ayudados por toda una pl¨¦yade de intelectuales de la generaci¨®n de 1956 y 1968.
El buen camino
Por consiguiente, y sin dejarse llevar por triunfalismo alguno, puede afirmarse que la pol¨ªtica, en Polonia, toma por fin el buen camino. La huelga ha hecho salir al pa¨ªs del c¨ªrculo vicioso en el que lo hab¨ªa encerrado una clase dirigente preocupada ¨²nicamente por su poder y en el que renac¨ªan, necesariamente, nostalgias del pasado, desesperanzas o ideolog¨ªas extravagantes. Los acuerdos de Gdansk han sentado las bases de un desarrollo proyectado hacia el futuro, y de este proceso, para el bien de todos, podr¨¢ surgir con el tiempo una Polonia realmente ?popular?.
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