El terror a las masas
Se cumple este a?o el cincuenta aniversario de la edici¨®n libresca de La rebeli¨®n de las masas y se quejan los disc¨ªpulos del nulo inter¨¦s que el acontecimiento orteguiano provoca en los discursos de nuestra intelectualidad, siempre tan atenta a la ret¨®rica de las efem¨¦rides. Es verdad que son escasas las referencias expl¨ªcitas a uno de los libros m¨¢s le¨ªdos y discutidos en lo que va de siglo, y no solamente en este pa¨ªs, o que se airean cronolog¨ªas literatas bastante m¨¢s injustificables que ¨¦sta, pero tambi¨¦n es cierto que si analizamos el comportamiento de la m¨¢s relumbrona y dicharachera clase intelectual espa?ola ante los hechos socioculturales calificados y cuantificados de masas, hay que concluir que la influencia orteguiana, como la innombrable procesi¨®n, va por dentro. Medio siglo despu¨¦s de que el ensayista madrile?o diagnosticara en El Sol ?el advenimiento de las masas al pleno poder¨ªo social?, cuando todav¨ªa era impensable la revoluci¨®n de los mass media y no pod¨ªa sospecharse que la era industrial se diluir¨ªa naturalmente en la edad de la informaci¨®n, la actitud de nuestros intelectuales dominantes, en plena irrupci¨®n de las muchedumbres en los escenarios tradicionales de la cultura, no difiere lo m¨¢s m¨ªnimo de la aristocratizante y apocal¨ªptica premonici¨®n de Ortega y Gasset.Leo precisamente estos d¨ªas del aniversario las conclusiones de nuestros m¨¢s sonoros literatos acerca de los devastadores efectos de la televisi¨®n, las frecuencias moduladas, los m¨¢s vendidos, la iconograf¨ªa popular, las bandas sonoras, las jergas y dem¨¢s expresividades de masas, sobre la lengua, la cultura o las tradiciones nacionales, y tengo la impresi¨®n agridulce de andar todav¨ªa metido por entre las p¨¢ginas amarillentas y manoseadas de aquella edici¨®n Austral de La rebeli¨®n... ?Estar¨¢n hablando de los mass media en orteguiano sin saberlo, como una nueva versi¨®n subtitulada de aquel monsieur Jourdain, o simplemente se trata de la particular y retorcida manera que tienen algunos de celebrar el cincuentenario del famoso panfleto libresco? En cualquier caso, estos desprop¨®sitos sobre el asunto de, las multitudes resultan m¨¢s arcaicos que los del maestro: Ortega hablaba de las masas en profec¨ªa, no, como lo hacen ahora sus ap¨®crifos ep¨ªgonos, en cobard¨ªa.
El terror a las masas, el miedo a los medios, est¨¢ sirviendo en este pa¨ªs como discriminador sem¨¢ntico y bochornoso de actitudes culturales y sociales. Lo que se critica con desconcertante unanimidad en esas jornadas, simposios o semanas acad¨¦micas que cada dos por tres re¨²nen a los representantes de la ?cultura culta? -en rigor, a los literatos- no son los contenidos espec¨ªficos de la televisi¨®n o de la radio -estos programas, aquellos organigramas-, sino la existencia misma de los mass media; al igual que hicieron los apocal¨ªpticos de las anteriores generaciones cuando el cinemat¨®grafo empez¨® a ser espect¨¢culo de multitudes, o se desarroll¨® vertiginosamente la industria de la reproducci¨®n masiva, o surgi¨® el ¨¦xito de ventas.
Ritos y susurros acad¨¦micos
Lo que se intenta conjurar a trav¨¦s de los ritos y susurros congresuales y acad¨¦micos es, sencillamente, la presencia de las masas en el hecho cultural o, como hubiera dicho Ortega sin pelos en la lengua, ?la pretensi¨®n del alma vulgar de afirmar el derecho a la vulgaridad?. Es decir, el derecho a las semejanzas, a las similitudes, a las analog¨ªas y a las repeticiones, que as¨ª definen ahora la nueva vulgaridad, confundiendo encantadoram ente, como en los mejores tiempos,de la sociedad agraria, repetici¨®n con generalidad e imaginando que la diferencia todav¨ªa funciona como originalidad.
No conozco ning¨²n pa¨ªs m¨¢s o menos industrializado en el que sus m¨¢s reconocidos y admirados intelectuales osen manifestar en p¨²blico, con orgullo y como prueba de buen gusto, que no ven la televisi¨®n, que no escuchan la radio, que ?el cine es un arte me nor con relaci¨®n a la literatura? o que la imagen mantiene con la escritura tratos pervertidores. Ni siquiera recitan aquel evangelio del apocal¨ªptico seg¨²n Umberto Eco para preservarse del estre mecedor sonido de la cuarta trompeta que al cabo de la aper tura de los sellos anuncia la pre sencia demoledora de las langos tas, o sea de las masas. Lo que los nuestros reprochan a los media no es su dependencia del mercado capitalista o su manipulaci¨®n interesada por los ?grupos econ¨®micos?, ni siquiera el posible conformismo de los mensajes, sino que esos tinglados provocan una cultura radical mente vulgar porque forman parte del hecho industrial, son dependientes del proceso tec nol¨®gico y, en consecuencia, anulan los tradicionales privilegios del literato decimon¨®nico: el control artesanal sobre el lenguaje, la expresi¨®n, la narraci¨®n y la comunicaci¨®n; lo que, en defini tiva, fue el control de lo social in illo tempore, cuando la escritura novel¨ªstica era el discurso en el que la sociedad se reconoc¨ªa.
Al margen del libro de Regis Debray, ignoro de d¨®nde habr¨¢ sacado Amando de Miguel que esos ?bonitos? en aceite de oliva, que ¨¦l intenta presentar en escabeche, se mueren por manipular los medios de comunicaci¨®n. Ocurre precisamente todo lo contrario: intentan transformar sa miedo a los media -a las masas- en pose distante y aristocratizante para fingir la diferencia en el mercado del trabajo cultural. Que yo sepa, la relaci¨®n de la clase literata espa?ola con los mass media es hist¨®ricamente decinion¨®nica, pat¨¦ticamente elitista y espl¨¦ndidamente cerril. No se trata de que nuestra intelectualidad surque poco o mucho las denostadas ondas hercianas, ni siquiera de que las nuestras sean cindas atroces, que a veces lo son; se trata, a fin de cuentas, del prof¨²ndo desprecio que en sus escritos -especialmente cuando practican el g¨¦nero desgarrador del ?me duele Espa?a?, otro util¨ªsirno discriminador sem¨¢nticomanifiestan por unos hechos de eivilizaci¨®n que, p¨®nganse como se pongan, articulan el nuevo paradigma cultural, como sabe y iepite cualquier adolescente anglosaj¨®n, incluso los bachilleres franceses.
Objetos, consumidores, necesidades
Las masas son ahora, no en tiempos de Ortega, el escenario de la cultura, la moral de lo cotidiano, el signo de la modernidad, el lenguaje inexcusable de la sociedad. Ortega escribi¨® sus art¨ªculos en El Sol en 1929, o sea en el momento de la gran crisis, cuando el mundo occidental entendi¨® que para continuar vendiendo aquellos objetos de la primera revoluci¨®n industrial y crear otros nuevos era necesario producir consumidores. Medio siglo despu¨¦s, en plena saturaci¨®n consum¨ªstica, lo que producen son necesidades: ocios, sexualidad, seguridad, sanidad, ianiversalidad... Y en esta serie transformat¨ªva, m agn¨ªficarr¨ª ente narrada por Baudrillard, la que nos llev¨® del fascinante mundo de los objetos al para¨ªso del consumo, para acabar en el gal¨¢ctico imperio de la necesidad, las masas han sido algo m¨¢s que ? protagonistas?: han liquidado el ciclo hist¨®rico de lo social. O, como repite el mismo autor: ?Las masas han organizado el fant¨¢stico espect¨¢culo de la descomposici¨®n del capital, del valor y del saber?.
Frente a los mass media se pueden mantener actitudes cr¨ªticas, como ante cualquier acontecimiento zool¨®gico. Incluso, a riesgo de incurrir en manifiesta cursiler¨ªa, me atrevo a afirmar que en el pa¨ªs de la RTVE las posiciones cr¨ªticas de los radicales americanos, italianos o alemanes, por simples ejemplos, desempe?ar¨ªan una muy higi¨¦nica y divertida funci¨®n corrosiva, sobre todo si, adem¨¢s de denunciar por en¨¦sima vez los chanchullos econ¨®micos y pol¨ªticos de Prado del Rey, nos dedic¨¢ramos tambi¨¦n al juego de los propios significados, intentando diferenciar, si no es mucho pedir, la televisi¨®n como elemento clave del nuevo paradigma cultural de la RTVE como fen¨®meno administrativo. Digo que se puede, se debe, o lo que sea, mantener una posici¨®n cr¨ªtica ante los media, pero es rid¨ªculo mantener la acad¨¦mica posici¨®n del avestruz en nombre de unos vagos principios literatos, eternos e inmutables, que hasta hacen sospechar de los novelistas que escriben frecuentemente en los peri¨®dicos, y si no, que se lo cuenten a Umbral.
Ni se es est¨²pido por seguir los cuarenta principales o ver la televisi¨®n, ni se es exquisito por escuchar a Malher o leer a James. Hace medio siglo que la repetici¨®n no es sin¨®nimo de estupidez, ni la diferencia, de exquisitez. Precisamente desde que Ortega se vio obligado a escribir La rebeli¨®n de las masas, un libro que en su escandalosa actualidad espa?ola lleva la penitencia.
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