Ortega
Se cumplen veinticinco a?os de la muerte de Ortega y hay una conspiraci¨®n a favor para hacer algunas cosas en memoria del hombre que, no s¨®lo no se ha ido de nuestra memoria, sino que es parte fundamental de ella, ya que mucho de lo que recordamos -entendiendo esto aproximadamente por cultura- lo aprendimos en ¨¦l, de ¨¦l, por ¨¦l.Asisto a un almuerzo con Antonio Tovar, Emilio Lled¨®, Javier Muguerza, Ruiz-Castillo, Gonz¨¢lez-Mas y otras gentes para fraguar una mesa redonda sobre el tema (ahora se dice ?el tema?, aunque Ortega sea en s¨ª un mill¨®n de temas) Tovar, dentro del liberalismo cl¨¢sico La¨ªn/Mar¨ªas, formando tr¨ªo con ellos, es, pues, uno de los tres mosqueteros o lanceros bengal¨ªes de la causa orteguiana, y que tiene de com¨²n con el maestro la familiaridad intelectual germ¨¢nica. Emilio Lled¨®, siempre capaz de transformar su intelectualidad en cordialidad, me parece a m¨ª que va a ser cabeza de puente del ?sector critico? en el tema orteguiano. Javier Muguerza representa ese pensamiento joven, de su¨¦ter gordo y pipa esc¨¦ptica, que no ha ca¨ªdo en la facilidad freudoharapienta de asesinar al padre y decir que Ortega ya no tiene nada que aportamos (hasta el latinoch¨¦ ganador del Lara, que vive y escribe en Madrid, tiene que ampararse en Lope de Vega cuando le preguntan los periodistas por un escritor espa?ol).
Ruiz-Castillo, derechohabiente del gran editor del 98 y de Mir¨®, nos cuenta que su hermano Arturo, el cineasta, hizo una pel¨ªcula sobre Ortega, pel¨ªcula que secuestra (con tantas otras cosas) Televisi¨®n Espa?ola, y que hasta ahora no ha respondido a la petici¨®n del corto. Gonz¨¢lez-Mas, de la Cruz Roja, me habla de la acracia rural y pastoril como oposici¨®n a la acracia ?del porro y Malasa?a?, que debe suponer vagamente que es la que yo patrocino. ?Y la acracia de Ortega?
Ortega no es un pensador ¨¢crata, naturalmente, sino que aspira siempre a construir sistemas, jerarqu¨ªas, proyectos sugetivos de vida en com¨²n. Las ¨²ltimas mocedades, no tan lejos de Ortega como pudiera parecer, han decidido que el proyecto m¨¢s sugestivo de vida en com¨²n es ponerse ahora mismo a vivir en com¨²n. Incluso en comuna. Ortega, efectivamente, lleva adelante, con tejer y destejer, con tomar y dejar, unos cuantos sistemas fundamentales de vida, de historia, de pol¨ªtica, de cultura. Todo el antiorteguismo nacional (hay un antiorteguismo nacional como hay un anticlericalismo, nacional, que no son sino el env¨¦s de lo que niegan) se resume para m¨ª en la frase de un escritor gallego, frustrado y perorante, ya fallecido, que solt¨® una tarde, en el silencio del Caf¨¦ Gij¨®n, cuando pasaba por sobre las cabezas de los excarcelados el ¨¢ngel f¨¦rreo de la dictadura:
-Un d¨ªa voy a escribir yo un art¨ªculo que se va a acabar esa co?a de Ortega.
Todo el caf¨¦ se ri¨® ?como una muchacha?, que dir¨ªa Dylan Thomas, y lo cierto es que los enemigos ,de Ortega, creyendo hacerle un reproche, le hac¨ªan el mayor elogio y le situaban ya en el futuro:
-Un sistema, don Jos¨¦, un sistema. Es usted fragmentario.
Luego hemos conocido la ca¨ªda de los sistemas. Adorno confiesa quejuega a hacer filosof¨ªa m¨¢s all¨¢ de la imposibilidad de filosofar y Alejandro Rossi recuerda a Jos¨¦ Gaos, el ?Ortega? del exilio, como un devoto de los sistemas cerrados, o sea, ya, un pensador antiguo. Lo que salva a Ortega de ser Gaos -genialidad aparte- es precisamente la incapacidad de confinarse en un sistema propio o ajeno. Con probad¨ªsimo rigor mental para edificar una catedral filos¨®fica, Ortega se siente tentado a diario por el fragmentarismo, como Her¨¢clito, como los presocr¨¢ticos, como Baudelaire, Nietzsche o Cioran. Sab¨ªa ya que la filosof¨ªa s¨®lo puede ser coyuntural, porque coyuntural y cotidiano es el hombre. Por eso nos es contempor¨¢neo.
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