Ortega, desenfocado
El p¨²blico fue lo ¨²nico notable el mi¨¦rcoles 22 y jueves 23 en la Cruz Roja. Ortega es origen, es el fondo; no tiene que hacerse notar porque es el fondo, apenas tiene que notarse. Los ocho ponentes, en cambio, por un lado, y el p¨²blico, por otro, eran figura, las dos figuras de esa configuraci¨®n. Son, de hecho, figuras complementarias; en esta ocasi¨®n, sin embargo, el p¨²blico -que no dijo nada- se ve claro y los ponentes -que dijeron de todo- a duras penas nos dejaban ver. ?Qu¨¦ sucedi¨®? Los ponentes se dividieron en dos grupos: el de los que daban testimonio de su relaci¨®n personal con Ortega y el de los que dan testimonio de su convencimiento de la vigencia intelectual de Ortega. Result¨® lo primero encantador, interesante y sincero, pero aleatorio, como siempre son las biograf¨ªas. Lo segundo result¨® dogm¨¢tico. Ambos grupos desatendieron el consejo de Ortega: ?Quien quiera ense?arnos una verdad que no nos la diga, que nos sit¨²e de modo que la descubramos nosotros?. Ocho ponentes durante cuatro horas nos dijeron una verdad tras otra. Florilegio de verdades orteguianas selectas. Verdades todas ellas, es de suponer, autenticadas; verdades de gran lujo, adem¨¢s, gratuitamente dadas a la audiencia. Es l¨¢stima que nadie se tomara la molestia de situar al p¨²blico de modo que el p¨²blico pudiera descubrirlas por s¨ª mismo. (Parece ser que falt¨® tiempo). El fen¨®meno era especialmente c¨®mico en el caso de los fil¨®sofos. Paralizados en el seno de una verbosidad galopante, parece ser que se olvidaron de que al fil¨®sofo ?el radicalismo de la filosof¨ªa no le permite aceptar para sus frases otro modo de verdad que el de total evidencia fundado en intuiciones adecuadas?. La ¨²nica evidencia evidentemente puesta a nuestra disposici¨®n era la aleatoria evidencia autobiogr¨¢fica.?A qu¨¦ viene esta agresion por mi parte? Entre los ponentes se hallan admirados maestros m¨ªos, amigos personales. ?A qu¨¦ viene esta agresi¨®n? Ortega hubiera respondido: ?Un imperativo debiera gobernar los esp¨ªritus y orientar las voluntades: el imperativo de selecci¨®n?. Si vamos a hablar de Ortega ahora en Espa?a -y vamos a hacerlo-, entonces hay que hablar no s¨®lo con calor o con afecto; hay que hablar con cabeza, hay que afinar la punter¨ªa. Excepci¨®n hecha de unos cuantos momentos brillantes y honrosos, las dos sesiones me parecieron a m¨ª desenfocadas. Yo, que me sent¨ªa, como es natural, ?de la parroquia?, sal¨ª ileso; o¨ª contar alguna nueva an¨¦cdota, resbal¨¦ dulcemente al hilo consabido de docena y media de lugares comunes... orteguianos. Era delicadamente angust¨ªoso. Era absurdo.
Utilizaci¨®n fosilizada
Pero, como digo, sal¨ª ileso. Brillantemente resbal¨¦, asent¨ª, ced¨ª, se pas¨® un buen rato. Lo grave es que fat¨ªdicamente coincidiera la conmemoraci¨®n del 25 aniversario de la muerte de Ortega con la utilizaci¨®n -Insisto, a mi juicio- mec¨¢nica, desactivada, fosilizada de sus frases, sus ideas m¨¢s caracter¨ªsticas. Yo sal¨ª ileso: me qued¨¦ donde estaba, pero ?y todos aquellos bachilleres de Urda y de Consuegra y Madridejos que en la tarde del jueves 23 llenaban la sala? Aplaud¨ªan bastante. Es posible que el festivo aire de don Francisco Umbral les recordara que ?aquello?, dentro de ser como una clase, era lo m¨¢s parecido al Gran Teatro Cirujeda que ten¨ªan a mano.
Supongo que Ortega, ¨¦l personalmente, se hubiera divertido. El asunto es saber qu¨¦ ha ocurrido. Est¨¢ claro que a ninguno de los ocho participantes, a ninguno de los organizadores, falta competencia profesional o entusiasmo. ?De d¨®nde, entonces, puede venir el desenfoque? ?Podr¨ªa venir de una inconsciente trivializaci¨®n de la funci¨®n del p¨²blico? Daba la impresi¨®n de que el nivel medio de las ponencias se hab¨ªa calculado atendiendo al m¨ªnimo denominador com¨²n, a un imberbe de Consuegra, una se?ora baronesa y un ilustre cirujano, pongo por caso. ?Van a ser muchos y van a ser de todos los pelajes?, yo tuve la impresi¨®n de haber o¨ªdo.
?Como el pol¨ªtico, es el escritor consustancialmente hombre p¨²blico?, escrib¨ªa Ortega en El Sol el 30 de octubre de 1927. Un escritor que es consustancialmente hombre p¨²blico por definici¨®n cuenta con el p¨²blico para... llegar a ser el que es. M¨¢s a¨²n: tiene en ¨²ltima instancia que tratar de crear un p¨²blico dotado de ?un formidable apetito de todas las perfecciones?, porque lo que ¨¦l llegue a ser y lo que llegue a ser su p¨²blico casi coinciden sin reserva (idealmenfe, al menos). Cualquier cosa que digamos acerca de Ortega tender¨¢ a ser desenfocada cada vez que -exponiendo lo mismo- el menos inteligente de cualquier audiencia dada no entienda y el m¨¢s inteligente se aburra. El pensamiento de Ortega, la obra de Ortega est¨¢ pendiente de un hilo todav¨ªa.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.