Tom¨¢s Rodr¨ªguez Bachiller
En el pasado aciago verano se nos ha ido para siempre -entre otros claros varones- un hombre excepcional: una fina inteligencia y un esp¨ªritu liberal del mejor temple. Para muchos, tambi¨¦n, un gran amigo que tuvo el don poco frecuente de saber congregar en torno suyo a personas de muy distinta oriundez intelectual y vocacional, pero unidas, sin duda, por la com¨²n atracci¨®n que, sobre ellas ejerc¨ªa la especie de estimulante irradiaci¨®n cordial que de ¨¦l emanaba. Estoy hablando de don Tom¨¢s Rodr¨ªguez Bachiller, una de las "m¨¢s conocidas y distinguidas figuras de la Universidad espa?ola de nuestro tiempo. Varias generaciones de matem¨¢ticos s¨¦ beneficiaron de su docencia; una docencia extraordinaria, seg¨²n testimonio un¨¢nime, tanto por la informaci¨®n actual¨ªsima y de primera mano en que se sustentaba, como por la impecable claridad expositiva, la cristalina precisi¨®n con que sab¨ªa presentar los m¨¢s dif¨ªciles conceptos, despleg¨¢ndolos en el orden riguroso de sus nexos y concatenaciones l¨®gicas, hasta lograr hacerlos di¨¢fanos: un ?arte? verdaderamente magistral, de estirpe cartesiana. Pero no me corresponde a m¨ª hablar de este aspecto, el m¨¢s conocido y ?p¨²blico?, por as¨ª decirlo, de su personalidad. Mi prop¨®sito, en estas l¨ªneas, es solamente dedicar un recuerdo sencillo y veraz, como a ¨¦l le hubiera gustado, a manera de homenaje y a la vez de despedida, al hombre cabal y aut¨¦ntico que fue Tom¨¢s Rodr¨ªguez Bachiller, ofreciendo en breve bosquejo los rasgos para m¨ª m¨¢s significativos, o m¨¢s entra?ables, de su imagen, tal y como ¨¦sta se refleja en el claro espejo de una amistad inalterada a lo largo de m¨¢s de cuarenta a?os.
Un hombre de tertulia
Conoc¨ª a don Tom¨¢s -as¨ª le llam¨¢bamos, familiarmente, sus amigos m¨¢s j¨®venes - reci¨¦n acabada la guerra civil, en su tertulia del caf¨¦ Ibiza (en la plaza del Callao), y desde entonces mantuve con ¨¦l trato ininterrumpido. Fue Bachiller durante toda su vida hombre de tertulia. Concurri¨® a la de la Revista de Occidente, desde antes de la guerra civil, aunque yo no tuve ocasi¨®n de encontrarme entonces con ¨¦l, pues Ortega se reun¨ªa con nosotros, a la saz¨®n sus alumnos, en la sede de la revista, en la Gran V¨ªa, a horas diferentes de las de la tertulia ordinaria de ?los mayores?. S¨ª coincidimos mucho, en cambio, en la de B¨¢rbara de Braganza, antes y despu¨¦s de la muerte de Ortega. Bachiller tuvo su propia tertulia, primero, como he dicho, en el Ibiza; despu¨¦s, en el Roma, de Serrano; a veces -aunque no con continuidad- en el Lyon, y en otros lugares. Cuando yo me incorpor¨¦ a la Universidad de Puerto Rico, en enero de 1956, se constituy¨® all¨ª, con ocasi¨®n de mi llegada, y en parte por iniciativa m¨ªa -en gran parte, tambi¨¦n, por la de Manuel Garc¨ªa Pelayo, Gabriel Franco, Alfredo Matilla, Pedro Bravo, entre otros-, otra tertulia, en su mayor¨ªa, aunque no con exclusividad, de espafioles universitarios, de la que Bachiller -profesor en aquella universidad desde hac¨ªa alg¨²n tiempo- fue inmediatamente uno de los puntales. Esta tertulia, mantenida en el Swiss Chalet, de Santurce, en la zona Metropolitana, tuvo larga y pr¨®spera vida -todav¨ªa subsiste, aunque, al parecer, ya en saz¨®n declinante-, y por ella pasaron muchos ilustres representantes de la intelectualidad espa?ola. Una n¨®mina de las personas que conoc¨ª y trat¨¦ a trav¨¦s de las tertulias de Bachiller -para no hablar de otras en las que ¨¦l fue tambi¨¦n contertulio- ser¨ªa tan larga y prolija que no puedo ni intentarla aqu¨ª. S¨ª dir¨¦ que en todas ellas se daba, por los menos, el com¨²n denominador de una ?simpat¨ªa? b¨¢sica con la peculiar personalidad de don Tom¨¢s, y en este sentido puede decirse que tales tertulias fueron una aut¨¦ntica ?creaci¨®n? suya.
Intelectual humanista
Fue Rodr¨ªguez Bachiller un matem¨¢tico de sesgo humanista, de una curiosidad intelectual abierta a todos los hor¨ªzontes de la cultura. En la muy nutrida biblioteca de su casa de El Viso, junto a los libros cient¨ªficos, se encontraban abundantes muestras de obras filos¨®ficas y literarias, cl¨¢sicas y modernas, muchas de ellas en su idioma original, pues pod¨ªa leer en franc¨¦s, ingl¨¦s, italiano y alem¨¢n, y lo hac¨ªa habitualmente. Otra de sus grandes aficiones era la m¨²sicade la que fue un muy buen conocedor Ycatador. Le recuerdo volviendo del viejo San Juan, de recalada de la tertulia sab¨¢tica del Swiss Chalet, cargado con un rico bot¨ªn de discos y con una sonrisa resplandeciente.
Tuvo Bachiller la suprema elegancia de saber renunciar a muchas metas, codiciadas por la mayor¨ªa, y para cuya consecuci¨®n se hallaba sobradamente dotado: fama, publici,lad -por ejemplo-, con sus secuelas econ¨®mico-sociales, etc¨¦tera. Lo que de todo ello alcanz¨®, sin embargo, fue ?a pesar de?... No le interesaba en absoluto, por supuesto, la rutinaria, filistea ?promoci¨®n profesional? -a trav¨¦s, verbigracia, de libros de texto, ponencias en congresos internacionales-, art¨ªculos en revistas especializadas, y, simult¨¢nea y correlativamente, cultivo insistente de relaciones ad hoc con personajes o con entidades influyentes del gremio o de la Administraci¨®n. Todo ese tejemaneje de hormiguita burocr¨¢tico-intelectual era algo inconciliable con su esp¨ªritu libre de criatura del buen Dios que ama la.vida por s¨ª misma y piensa que no vale la pena sacrificar sus sencillos goces -un buen libro, un buen concierto, una buena pel¨ªcula, un buen viaje, y, sobre todo, una buena conversaci¨®n con amigos escogidos ante una taza de caf¨¦-, para engrosar el ya hipertr¨®fico acervo de los llamados ?bienes culturales? con unos cuantos escritos m¨¢s (aunque pudo hacerlos, tan buenos y quiz¨¢ mejores que muchos que circulan con el marchamo de excelentes), si ¨¦stos no han de aportar al estado actual de la ciencia algo verdaderamente insustituible.
Deliberada "improductividad"
En ciertas coyunturas hist¨®ricas -y creo que superlativam ente en la nuestra- puede ser un m¨¦rito y una positiva ?aportaci¨®n? la sabia y deliberada ? improductividad ?, sobre todo si tiene como contrapartida el incremento de otros ?bienes culturales? -¨¦stos aut¨¦nticos- en trance de ocaso y necesitados de conservaci¨®n y fomento. Por ejemplo: la amistad, la tertulia, el cult¨ªvo inteligente de c¨ªrculos privados de convivencia y comunicaci¨®n humana, hoy dram¨¢ticamente amenazados de extinci¨®n, en aras de formas de vida crecientemente formalizadas, socializadas o mas?ficadas, y, en esa medida, desmeduladas y exentas de contenido humano. Tuvo Bachiller profunda conciencia de esta situaci¨®n y reaccion¨® a ella,de un modo espont¨¢neo y personal, haciendo de su vida un contraejemplo -siempre civilizado y culto, eso s¨ª, afable y sin hiel, como correspondiera a un buen epic¨²reo de nuestro tiempo-; un sereno y gratificante alegato contra la ingente ola de pedanter¨ªa, insinceridad e irresponsabilidad seudocient¨ªfica que nos anega desde hace por lo menos medio siglo.No quiso, en efecto, que se le confundiera con la legi¨®n de los falsarios, de los pigmeos de la inteligencia disfrazados de gigantes o cabezudos, de los traficantes en ?g¨¦neros? intelectuales averiados o caducos, pero retocados, eso s¨ª -como el burro del gitano-, con una cosm¨¦tica conceptual o ling¨¹¨ªstica simuladora de novedad y de rigor. Eludi¨®, pues, cuidadosaMente toda complicidad con tal estado de cosas y mostr¨® con su conducta algo de lo que puede hacer hoy un hombre honesto que, llamado a la vida intelectual, quiere ser fiel a su verdad y no hacer de ella taimada, o descarada, granjer¨ªa.
Fue su vida, en suma, un tributo t¨¢cito y jovial, dentro de la profesi¨®n cient¨ªfica -en la que, repito, siempre se mantuvo informado y al d¨ªa-, a la dignidad del hombre; encarn¨® en ella una versi¨®n original de posible humanidad espanola, plenamente inserta en los intereses m¨¢s actuales de la cultura universal y, a la vez, cimentada en las viejas y alquitaradas virtudes de la sabidur¨ªa mediterr¨¢nea. Un modo de ser y de sentir que, en diferentes asunciones individuales, compartieron con ¨¦l los mejores hombres de su generaci¨®n y de las inmediatas, con los que tuvo estrecho trato y amistad: el clima mental y moral, en fin, del mejor liberalismo espa?ol. En su habitual sonrisa, aparentemente ingenua, casi infantil, destellaba, en efecto, suavemente, esa lumbre de ben¨¦vola iron¨ªa que hemos visto lucir en otras nobles y selectas personalidades, y que revela, junto a ese fondo de milenario saber humano que no se hace ilusiones, la m¨¢s amplia y exquisita tolerancia.
Y fue, sin duda, con esa sonrisa como un d¨ªa del pasado mes de julio se march¨® hacia el viaje definitivo, como el que abandona una tertulia inacabada -la gran tertulia de la vida-, silenciosamente, para no molestar.
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