El gran elector
?En otro tiempo, cuando en nuestras familias nac¨ªa un ni?o particularmente bien dotado, todo el mundo esperaba que llegara a ser alg¨²n d¨ªa presidente de Estados Unidos; hoy, por el contrario, se ruega a Dios para que no lo sea?. Esta sentencia, o¨ªda recientemente de labios de una rica norteamericana, contribuye quiz¨¢ a explicar la mediocridad tanto del actual ocupante de la Casa Blanca como del principal candidato.En efecto, Estados Unidos ya no es el jard¨ªn del Ed¨¦n que, hace dos siglos, cre¨ªan los padres fundadores poder poner definitivamente al abrigo de las ambiciones, las discordias y la corrupci¨®n en las que, por desgracia suya, se complac¨ªa Europa. Tampoco es ya la patria universal de la libertad, abierta a todos aquellos que ya nada pod¨ªan esperar de su pa¨ªs natal. Tampoco es ya la mayor potencia de todos los tiempos, garante, por el ¨¦xito de su econom¨ªa, por la virtud de sus instituciones, por el peso de sus armas, de la libertad del mundo.
Despu¨¦s de la humillaci¨®n de Vietnam, despu¨¦s de la verg¨¹enza del esc¨¢ndalo Watergate, despu¨¦s de la sonada ca¨ªda del r¨¦gimen imperial iran¨ª, en el que hab¨ªan basado su pol¨ªtica en Oriente, Estados Unidos se ha encontrado inerme, tanto frente a los barbudos imanes que han tomado a sus diplom¨¢ticos como rehenes en Teher¨¢n, como frente a los no menos barbudos guerrilleros que se han alzado con el poder en su ex coto reservado de Nicaragua. El paro, la inflaci¨®n y el desequilibrio del comercio exterior han alcanzado sus m¨¢s altas cotas. El Gobierno es impotente para hacer adoptar las medidas de ahorro de energ¨ªa que requiere la situaci¨®n de los suministros. Otro tanto cabe decir del restablecimiento del servicio militar, muy necesario, sin embargo, ante la aplastante superioridad num¨¦rica del Ej¨¦rcito sovi¨¦tico.
Eisenhower, en los tiempos en que era presidente, hab¨ªa puesto un d¨ªa en tela de juicio la ?fibra moral? de los franceses, que ¨¦l ,consideraba muy enferma, y se criticaron acerbamente sus palabras. Ahora bien, ?qu¨¦ dir¨ªa hoy entonces de la de sus compatriotas, en los que el optimismo y el dinamismo proverbiales han dado paso a la inquietud y la duda? ?Cu¨¢l no ser¨¢ la presunci¨®n de aquellos que pretenden dirigir los destinos del pa¨ªs para creer que van a sacarlo del atolladero, a restablecer su prestigio y su autoridad en el mundo, a asegurar la prosperidad de todos, a garantizar, en fin, el mantenimiento de una paz cada vez m¨¢s amenazada?
La tarea es tanto m¨¢s dif¨ªcil cuanto que los mecanismos institucionales, plagiados de la democracia antigua, si bien estaban perfectamente adaptados a las necesidades de los reci¨¦n nacidos Estados Unidos (pa¨ªs puritano, de dimensiones y ambiciones modestas, donde se daba fundamentalmente la explotaci¨®n familiar), ya no concuerdan con las necesidades de una superpotencia. El hu¨¦sped de la Casa Blanca est¨¢ siempre en la brecha, cogido entre los fuegos muchas veces contradictorios de sus innumerables consejeros, obligado a zigzaguear, a arbitrar constantemente entre los innumerables grupos de presi¨®n que inter¨ªtan influenciarle, a intentar ?vender? su pol¨ªtica a la Prensa, a la opini¨®n, al Congreso. Est¨¢ obligado, asimismo, a sumirse ea el estudio de informes econ¨®micos o militares de una tecnicidad extrema y, por ¨²ltimo, debe tomar, ora en el acto, a ra¨ªz de una situaci¨®n s¨²bita, ora a largo plazo, decisiones dram¨¢ticas.
Superm¨¢n ser¨ªa el ¨²nico capacitado para asumir tantas responsabilidades. Ahora bien, como es notorio, ni Carter, ni Reagan, ni Anderson, son Superm¨¢n. Del presidente saliente ha dicho su rival republicano que se hab¨ªa convertido en un maestro del fracaso. Y quiz¨¢ por ello, sin duda, pretende ser reelegido con tanta energ¨ªa, a pesar de las amargas d¨¦cepcicnes que ha sufrido su evidente -andor con la prueba de fuego del poder; no quiere en modo alguno que la historia s¨®lo le recuerde como un incapaz, buen hombre desde luego, pero no hecho para tan alta misi¨®n. De Ronald Reagan, a quien Jack Anderson ha dado el sobrenombre de la ?superstar de la XVIIIth Century Fox?, para subrayar as¨ª hasta qu¨¦ punto es anacr¨®nico, se oye decir frecuentemente que, con la edad, llegar¨¢ a ser un presidente como Eisenhower, es decir, que reinar¨¢ m¨¢s que gobernar¨¢. En lo que se refiere a Anderson, el m¨¢s intelectual de los tres, lo cual no es dif¨ªcil, es p¨²blico y noterio que no ha conseguido abrir brecha.
En estas condiciones, pocos son los norteamericanos que esperan alg¨²n milagro en el escrutinio del pr¨®ximo d¨ªa 4 de noviembre. Por otra parte, muchos de ellos acabar¨¢n por apuntarse en la ya larga lista de los partidarios tradicionales de Ja abstenci¨®n. La mayor¨ªa de los que acudan a las urnas votar¨¢ sin ilusi¨®n y m¨¢s bien en contra que a favor. En contra de un hombre que se ha convertido en el s¨ªmbolo del ocaso de Estados Unidos o bien en contra de un adversario qqe ha interpretado demasiadas veces en el cine el papel de vaquero para que no se sospeche que es un trigger-happy, un ligero de gatillo. Ni que decir tiene que ninguno de los candidatos ha dudado un segundo en aprovechar a fondo esta baza. Visto por Reagan, Carter conduce el pa¨ªs a la capitulaci¨®n; visto por Carter, Reagan lo conduce a la tercera guerra mundial.
La prueba del poder
La prueba del poder es la ¨²nica que ha permitido juzgar al presidente saliente, por lo que ser¨¢ tambi¨¦n la ¨²nica que permita juzgar a aquel que con tanta ansia desea ocupar su puesto. Pero pueden producirse sorpresas. Eisenhower, durante su campa?a electoral, critic¨® en¨¦rgicamente la pasividad de los dem¨®cratas, a los que acusaba de haber dejado Europa Oriental. en manos de los comunistas. A su consigna de contenci¨®n de la amenaza sovi¨¦tica, ¨¦l opon¨ªa la suya de rechazo de la invasi¨®n. A pesar de ello, fue el m¨¢s pac¨ªfico de los presidentes; en efecto, se neg¨® a intervenir en Indochina, como se lo pidieron los franceses, abandon¨® a su suerte a los h¨²ngaros alzados contra Mosc¨² y oblig¨® a Ed¨¦n, Guy Mollet y Ben Guri¨®n a evacuar Egipto. Nixon, que antesde su elecci¨®n era la imagen misma del cruzado de la guerra fr¨ªa, retir¨® a los americanos de aquella misma Indochina en donde los hab¨ªan hundido los dem¨®cratas Kennedy y Johrison, firm¨® la paz con los rojos de Pek¨ªn, que hab¨ªan sido mantenidos hasta entonces en una absurda cuarentena, y estableci¨® con los rojos de Mosc¨² unas relaciones tan buenas como nunca las hab¨ªa habido antes ni despu¨¦s.
Nada permite afirmar que Reagan no va a hacer lo mismo, pero nada tampoco lo garantiza, habida cuenta, sobre todo, de que entre sus m¨¢s inmediatos colaboradores, procedentes principalmente del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Georgetown, se cuenta un grupo de ?duros?, convencidos aparentemente de la necesidad y la posibilidad de conseguir, adoptando posiciones firmes en todos los problemas, grandes ¨¦xitos frente a la URSS, ante la clara superioridad militar de que dispone y seguir¨¢ disponiendo ¨¦sta en los a?os venideros. Se trata, sin duda, de una buena dosis de presunci¨®n, y as! se explica que, a fin de cuentas, a pesar de la escasa estima que les inspiran sus cualidades intelectuales, la mayor¨ªa de los dirigentes europeos se pronuncian, sin decirlo, por Carter.
En cualquier caso, se trata tan s¨®lo, por parte de ellos, de un piadoso deseo, porque el imperio americano no concede el derecho de voto a los habitantes de sus protectorados. De hecho, el ¨²nico extranjero que ser¨¢ admitido para participar en la elecci¨®n del presidente de Estados Unidos es el im¨¢n Jomeini. No deja de ser parad¨®jico pensar que quiz¨¢ sea ¨¦l, y la decisi¨®n que tome con respecto a los rehenes (inseparable a su vez de la invasi¨®n iraqu¨ª), quien determine, en definitiva, la identidad del pr¨®ximo jefe del mundo que se llama libre...
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.