La cultura de nuestros pol¨ªticos
La progresiva desconfianza moral que en diferentes grados suscitan los pol¨ªticos de la democracia se funda en su falta de sensibilidad para conectar con las preocupaciones b¨¢sicas del com¨²n de los ciudadanos, pero tambi¨¦n en vagos sentimientos respecto a la ignorancia de los m¨¢s altos dirigentes.Si los miembros del mundo de la cultura y de la creaci¨®n art¨ªstica han empezado nuevamente a dar la espalda a la terrible y virtuosa suficiencia de una gran parte de los agresivos pol¨ªticos de la etapa constitucional es porque sospechan que las personas que llegan a los altos c¨ªrculos pol¨ªticos han sustituido al libro serio y h asta al peri¨®dico por los memor¨¢ndum, los dossier y los res¨²menes de Prensa que les permitan rellenar su memoria de lecturas apresuradas y mutiladas, de teor¨ªas mal entendidas y peor digeridas.
Dado el desierto cultural y pol¨ªtico que las j¨®venes generaciones han heredado en este pa¨ªs es posible que esto deba ser as¨ª, pero lo desconcertante es que muchos gobernantes han traspasado ya el l¨ªmite en que pod¨ªan avergonzarse por el bajo nivel de sus esparcimientos y de su alimento espiritual, y que no hay un contexto cultural que sea capaz de provocar en ellos, con sus reacciones, esa inquietud.
La insensatez y mediocridad pol¨ªtica de quienes confunden el Estado eficaz con el Estado tecnocr¨¢tico, convirtiendo a la ideolog¨ªa productivista en la base de la justificaci¨®n de la acci¨®n de gobierno, ha eliminado de la escena pol¨ªtica a verdaderos estadistas, como en su ¨¦poca lo fuera Aza?a, en los que la dedicaci¨®n a las tareas de la gobernaci¨®n supon¨ªa la culminaci¨®n natural de la vida intelectual. Y para modernizar y regenerar este pa¨ªs, aun sin excesivas pretensiones de transformaciones profundas, los dirigentes pol¨ªticos deber¨ªan caracterizarse por su memoria hist¨®rica y cultural y por el af¨¢n de reflexionar sobre la realidad rastreando las huellas de una tradici¨®n democr¨¢tica y renovadora en nuestra vida nacional, que hunde sus huellas en la Ilustraci¨®n. en los liberales de C¨¢diz, en los revolucionarios de 1968, en la instituci¨®n libre de ense?anza y en la empresa cultural y, educativa de la II Rep¨²blica.
Precisamente esa falta de ideas y de capacidad intelectual para ordenar arm¨®nicamente la realidad ha generado, durante la transici¨®n de la dictadura a la democracia, una tendencia enfermiza a la transacci¨®n y al compromiso pol¨ªtico que, m¨¢s all¨¢ de b¨²squeda de la unidad necesaria para poder hacer la Constituci¨®n de toda la naci¨®n, ha degenerado ya en un compromiso ?peyorativo? que consiste en trabajar no sobre ideas y principios, sino sobre palabras, tachando unas y poniendo otras que dan menos miedo o que pueden ser interpretadas a gusto de todos, sustituyendo as¨ª la claridad por la confusi¨®n.
Para nuestros audaces, joviales v mediocres Gervasios, Curieles, Terceras y i¨®venes Turcos -y, naturalmente, para ese p¨ªcaro sagac¨ªsimo que es el presidente del Gobierno-, la contienda pol¨ªtica es un simple regateo de intereses contrapuestos, un tender la vela al viento que pasa, sustituyendo. la interpretaci¨®n responsable de los acontecimientos por el disfraz de ¨¦stos en un laberinto de relaciones pliblicas.
Al final ya ver¨¢n c¨®mo estos pol¨ªticos del mal menor van a acabar construyendo, en nombre del realismo, una realidad paranoica totalmente suya.
Frente a ellos hay hombres p¨²blicos en los que el conocimiento y el poder coinciden en la misma persona. Dejo aparte a algunos respetables diputados de Coalici¨®n Democr¨¢tica, para los que la cultura no es sino elegancia, flor en el ojal o, a lo sumo, erudici¨®n. M¨¢s exactamente, me refiero a los pocos habitantes que conozco del hemiciclo de la carrera de San Jer¨®nimo, a los que cuando a veces se les distingue por su intransigencia -que no intolerancia- es porque aqu¨¦lla es s¨ªntoma de la honradez y de pensamiento pol¨ªtico prop¨ªo. Por eso resulta obligado admitir la importancia que para la eficacia parlamentaria tienen personas como Alfonso Guerra, Tamames, Peces-Barba, Bandr¨¦s o Alzaga, por su libertad de Juicio y su independencia de esp¨ªritu.
En una democracia se necesitan dos cosas: un pueblo culto y unos dirigentes pol¨ªticos, que, si son hombres de raz¨®n, sean al menos razonablemente, responsables ante la opini¨®n p¨²blica. Ambos parecen no prevalecer ahora, y, por tanto, la cultura carece de aplicabilidad democr¨¢tica en Espa?a. Y no olvidamos que la renovaci¨®n cultural y art¨ªstica expresa el sentido de la unidad moral de un pa¨ªs y est¨¢ estrechamente vinculada con las exigencias de renovaci¨®n econ¨®mico-social.
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