Tania Doris o la dulce viudez
En el teatro madrile?o de La Latina acaba de reaparecer Tania Doris como protagonista de la revista c¨®mica titulada La dulce viuda, original de Jim¨¦nez y Garc¨ªa, con m¨²sica de DoIz, Soto y Lobato. Junto a la estrella principal, ?la belleza europea?, descuellan dos actores c¨®micos: Luis Cuenca y Eugenia Roca. La obra, en la que se intercalan sin ton ni son diversos n¨²meros musicales, posee todos los trucos a la vieja usanza para desencadenar las carcajadas del respetable sin reparos.Desenvuelta, ub¨¦rrima y con gancho, Tania Doris se come de un plumazo a todo el que se asoma al escenario. Un optimista dir¨ªa que es la pen¨²ltima estrella espa?ola de la agonizante revista musical. Un pesimista sabe que ni torres m¨¢s altas ni m¨¢s sabrosas brevas volver¨¢n a caer. Las alegres chicas de Colsada, confusas y nerviosas, aletean ante esos signos tan carnales de milagro postrero y verdadero. Los azorados espectadores buscan ansiosamente sombra en los secretos evidentes, interrogantes, poderosos e ingenuos de la amazona valenciana.
Ella, que conoce los balcones del mundo fantasmal, aparenta dejarse querer con perezosa rebeli¨®n. Pero, como Luis Cuenca va a saber en hueso propio, media un abismo del tacto al acto. Estrafalario y persuasivo, Luis Cuenca es en la vida irreal Silvino Capa Ranas, personale que, antes de caer enfermo, trabajaba en una f¨¢brica de macarrones. Era el encargado de meterse por los agujeros para limpiarlos. Y ahora es solicitado para marido ficticio de Doris, bastante encandilada por el hecho de que una eminente doctora le asegura que el maltrecho Silvino guarda como oro en pano un formidable macarr¨®n.
La hermana de Silvino, Mariana (Eugenia Roca), arlimar¨¢ el movido desarrollo de ese enredo. Y empieza por cantar con otro acento: ?Yo me pongo en los ¨¢rboles / cuando escucho los p¨¢jaros, /sobre todo los mi¨¦rcoles?. El espectador que corea mejor recibe este homenaje: ??Un aplauso para el p¨¢jaro del se?or! ?.
Hay intrigas de los a?os veinte, alusiones actuales, decorados delirantes, n¨²meros musicales con corsarios de tebeo y estruendo de naufragio permanente. Hay persecuciones, boda por lo alto y por lo bajo, chistes terribles, verde chamusquina y octogenario burriqueo. Luis uenca mantiene el peso del pasado sobre sus fr¨¢giles hombros. Es un actor c¨®mico como la copa de un pino. Tania Doris, lista y generosa, le deja la oportunidad de lucirse. Y otro tanto le permite a Eugenia Roca, que saca carcajadas h¨²medas hasta del desierto. Tania Doris se regocija con lo que oye; baila y canta; sabe poner los dientes largos. Dulcemente, se entrena para ser viuda alegre. Y, al final, cuando decide pasar del tacto al acto, lo logra doblemente.
Resurrecto y virgen, Luis Cuenca se despide con unos versos: ?La revista se termina / y tambi¨¦n termino yo. / Que tard¨¦is mucho en morir. / Adi¨®s, amigos, adi¨®s?. En esa despedida se resume el aroma de La dulce viuda, una candorosa picard¨ªa que vale la pena ver. Estrechos, abstenerse.
Babelia
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