Terremoto y pol¨ªtica
LA NATURALEZA es, muchas veces, demag¨®gica; podr¨ªa hablarse de una demagogia de lo natural que, de cuando en cuando, levanta implacable y brutalmente las capas de encubrimiento con que se encubren las verdaderas situaciones. El terremoto de Italia ha llegado cuando se polemizaba sobre el esc¨¢ndalo del petr¨®leo: comisiones, robos, especulaciones con la escasez y la carest¨ªa; y hasta el asesinato de un periodista cuando descubr¨ªa y denunciaba personajes relacionados con el partido en el poder -la Democracia Cristiana- Los esc¨¢ndalos son ahora frecuentes -no s¨®lo en Italia-, pero de corto alcance; tropiezan con una red de defensas y de embotamiento de las sensibilidades que terminan por amortiguarlos. En todo ello, el terremoto act¨²a con la velocidad de un buen creador de melodramas y destripa el fondo del pa¨ªs; denuncia a los sostenedores de un Estado que lo han convertido en ineficaz e insensible. La famosa rapidez florentina de la pol¨ªtica italiana parece reservada a las reacciones de su mundo interior, a su circuito cerrado; cuando es el pa¨ªs quien necesita esa viveza, se encuentra con unos at¨®nitos pol¨ªticos-propietarios, funcionarios-propietarios que no est¨¢n adiestrados para eso. Propietarios de sus plazas, de su rostro y su palabra parlamentaria, de sus consensos y sus acuerdillos s¨®rdidos; de los bienes que administran.Por algo fue un italiano -Gaetano Mosca- el que descubri¨® la noci¨®n de ?clase pol¨ªtica? como n¨²cleo cerrado, impermeable, que se perpet¨²a a s¨ª mismo sin fecundaci¨®n del exterior, sin contacto con la realidad del pa¨ªs o perdi¨¦ndolo cada vez m¨¢s. Aunque en el mundo de hoy nadie est¨¢ autorizado moralmente a tirar la primera piedra contra este vicio rampante que est¨¢ devorando democracias. La clase pol¨ªtica italiana ha llegado a acomodarse, a lo largo de tantos a?os de poder exclusivo, en un sentido de la propiedad del pa¨ªs y sus asuntos. La corrupci¨®n nace muchas veces con ese sentido que permite al que la comete mantenerse ante s¨ª mismo y ante sus iguales dentro de una tergiversaci¨®n del derecho, a ejercerla como algo connatural con su estado pol¨ªtico y la capacidad de poder que no cesa. Quienes ejercen ese vicio empiezan por apropiarse de las banderas y terminan metiendo la mano en el bolsillo de los dem¨¢s, y, para un c¨ªnico, lo peor no es esto, sino su ineficacia.
La ineficacia del Gobierno italiano ante una emergencia que desgraciadamente se repite con mucha frecuencia est¨¢ siendo antol¨®gica, seg¨²n sus v¨ªctimas y seg¨²n los testigos; los socorros a los afectados por el terremoto est¨¢n llegando antes del extranjero y de fuentes particulares que del propio Gobierno. Y se dibuja ya la dificultad de reconstrucci¨®n y ayuda por falta de fondos. Mientras -y la demagogia se dibuja de nuevo con su trazo implacable-, la clase del poder se enriquece por v¨ªas naturales y antinaturales. El propio presidente Pertini -que, quiz¨¢ por anciano, es a¨²n cultivador de la conciencia y de la ¨¦tica dentro de la clase pol¨ªtica- ha hablado ya de exigir responsabilidades (la Constituci¨®n no le permite demasiadas exigencias); el ministro del Interior ha dimitido, pero el presidente del Consejo, Cossiga, le ha acogido bajo su manto. Dif¨ªcilmente protector; la acusaci¨®n cae tambi¨¦n sobre ¨¦l, y envuelve al partido de gobierno permanente.
Podr¨ªa ocurrir que esta vez la crisis en Italia viniera por esta v¨ªa repentina, por esta denuncia de la Naturaleza. Estaba anunciada. Ya la Democracia Cristiana empezaba a estar p¨²blicamente abandonada por la Iglesia y el Vaticano; e incluso este caso ha sido capitalizado por el Papa y sus excelentes servidores, mientras iba en contra del Gobierno y hasta de la concepci¨®n del Estado tal como ha ido degenerando.
Una lecci¨®n que hay que observar detenidamente. A veces una riada o un terremoto pueden barrer m¨¢s que un lento desgaste parlamentario. Porque se llevan el barniz, la superposici¨®n, el invento. Y dejan la realidad tan descarnada como los cad¨¢veres.
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