Paco Nieva
Paco, Francisco Nieva, paleto de La Mancha recastado en la amistad parisiense de Georges Bataille, underground de los sesenta, autor para amigos, iron¨ªa bondadosa (el ¨²nico gran conversador de Madrid que no necesita recurrir a la calumnia para hacer la caricatura de alguien), siempre entre las gallinejas de Ram¨®n y El Ojo batailliano, dandy rural que al fin volver¨ªa a trocar el terciopelo ilustrado por la pana manchega, como ahora, cuando anda la madrugada madrile?a con una manta de pueblo, como un carromatero (claro que la manta, en ¨¦l, queda como un echarpe italiano), o sale tan desmanganillado a saludar al p¨²blico que le reclama en su gran obra La se?ora T¨¢rtara (Marquina).?D¨®nde est¨¢n los frutos culturales de la democracia?, me preguntan las marquesas atravesadas. Es lo que he dicho siempre: est¨¢n donde estaban ya, hace diez o quince a?os, cuando el hoy difunto John Lennon, apedreado por la muerte y un admirador inverso (cuid¨¦monos de los ?admiradores inversos?, como ya advert¨ªa don Marcelino Men¨¦ndez y Pelayo), iniciaba el descubrimiento de la nueva Atl¨¢ntida de la libertad (una Atl¨¢ntida de las dimensiones de Ibiza, m¨¢s o menos) en el submarino amarillo. Yellow submarine. Amarillo es, amarillo es, y amarillo de vida nocturna era aquel Paco Nieva de Oliver, que conviv¨ªa en su estudio del barrio del Ni?o Jes¨²s, post/Urbis, con tiranosaurios que luego sacaba en sus cuentos, con maniqu¨ªes de teatro y chimeneas hist¨®ricas y no s¨¦ si ap¨®crifas. Lo que pasa es que el personal no se enteraba, porque el personal estaba a ver si el Madrid se llevaba otra Copa de Europa, pero aquel general superlativo habla muerto culturalmente diez a?os antes de morir.
Fernando Savater, Leopoldo Mar¨ªa Panero, Francisco Nieva, Juan Benet, no eran entonces sino el aire de un crimen, el que la censura franquista perpetraba todos los d¨ªas contra ellos, pero las flores culturales, imaginativas y teatrales del futuro se abr¨ªan ya en la noche de los tiempos y, cuando m¨¢s conspiratoria estaba la madrugada, embozada de fr¨ªo, Resistencia, ¨¦ticas de Buero y est¨¦ticas de Celaya, aparec¨ªa Paco Nieva, de negro y collares, de greguer¨ªa y sonrisa, como el Cocteau clandestino y madriles que ven¨ªa de tomarse un orujo con los primeros descargadores del pescado en la Puerta de Toledo (Puerta de las Lilas madrile?a), o de discutir un cuento moral, en franc¨¦s, con Voltaire, cuento de donde ha sacado La se?ora T¨¢rtara, o sea la muerte, que Eduardo Haro ha explicado muy bien en este peri¨®dico, y que arrinca con una iron¨ªa del (entonces) futuro pos¨ªndustrialismo y acaba con una endecha al yo individual (cultiva tu propio huerto o el de Voltaire), lo cual puede dejarnos m¨¢s o menos desconvencidos, pero evidentemente conecta con la marxoacracia alldel d¨ªa. Los protagonistas, el idealista y la criada (a los idealistas siempre les han gustado las criadas, empezando o terminando por Marx), ser¨¢n felices, pero no se sabe si comer¨¢n muchas perdices, porque ¨¦l se ha ganado su independencia matando, muchos muertos que gozan de buena salud esc¨¦nica, y, sobre todo, porque ah¨ª est¨¢ la muerte, reinona y bujarrona, que Nieva tiene encerrada en su casa/estudio, ?por su gusto y por el m¨ªo?, como dec¨ªa Juan Ram¨®n de la poes¨ªa.. Muchas noches, cuando le veo y le escucho, como un Barbey d?Aurevilly de pana y costumbrismo, pienso que, despu¨¦s de haber desayunado chocolate con churros en San Gin¨¦s, le espera en casa la se?ora T¨¢rtara, fastuosa y enlutada, con la que vive escandalosamente amancebado, Herrero de Mi?¨®n, t¨ªo.
?El mayor hombre de teatro que hoy tenemos en Espa?a? Quiz¨¢ s¨ª. No le falta m¨¢s que salir a interpretar o situarnos en nuestra butaca con una linterna. ?Umbral, si vieras c¨®mo me gusta el teatro malo?. Como a Valle. Entre Valle y Giradoux est¨¢ este fin¨ªsimo manchego de La Mancha cruda y ruda.
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