Inocentes
Ahora que, muerto ya el pintor, se han convertido los picassos definitivamente en piezas de museo y, objeto de comercializaci¨®n, un proveedor de material de escritorio me regala el calendario del a?o con una reproducci¨®n espl¨¦ndida del famoso Pablo, de arlequ¨ªn. Colgado en una pared frente a m¨ª, lo miro una vez y otra. Y al contemplar la imagen de ese ni?o encantador a quien su padre retratara con la ternura del rosa, del dorado, del amarillo, del azul, sobre una mancha de negro mate, no puedo dejar de pensar en el destino lastimoso de la criatura que, abrumada sin duda por el peso insufrible de un padre tal, terminar¨ªa por quitarse la vida -una vida in¨²til que s¨®lo por esa pintura hab¨ªa de quedar justificada; un destino reducido a servir de pretexto a esta inmortal pintura y, despu¨¦s de concluido el lienzo, vac¨ªo ya para siempre.Desde la obra de Picasso vagan mis pensamientos hacia otros retratos de ni?os malogrados. A, mi memoria acude, sobre todo, el pr¨ªncipe Baltasar Carlos, de quien Vel¨¢zquez nos ha dejado no menos de cinco im¨¢genes. Se conserva en Viena uno de los retratos, remitido en su d¨ªa a la familia imperial para que conociera la faz de su nuevo miembro, venido al mundo para despertar alegres expectativas de futuro. El museo de Boston exhibe un cuadro donde el pintor de la corte emparej¨®, para contraste de gusto renacentista y barroco, al rubio nenito, tan peque?o que apenas sabe tenerse en pie, con deforme enano de su misma talla. Y en el Prado tenemos al pensativo cazador infantil y al glorioso, incre¨ªble jinete, para incesante admiraci¨®n de turistas.
Alegres expectativas de un mejor futuro hab¨ªa despertado el nacimiento de Baltasar Carlos. Han llegado a nosotros unos versos muy conceptuosos donde, Quevedo celebra la ceremonia de la jura del seren¨ªsimo pr¨ªncipe don Baltasar Carlos en domingo de la transfiguraci¨®n. ?Juraron vasallaje y obediencia?, informa el poeta, ?y besaron la mano que no sabe / cuanto en su soberana descendencia / de augusta majestad gloriosa cabe; / mas, con anticipada providencia, / monarca sin edad, se muestra grave; / que al tiempo le dispensa Dios las leyes / para la suficiencia de los reyes?. No quiso Dios dejar que el tiempo hiciera aqu¨ª su obra. El seren¨ªsimo infante muri¨® antes de alcanzar la esperada suficiencia, y todo qued¨® en nada.
Tambi¨¦n se me representa a este prop¨®sito el grabado alem¨¢n del siglo XVIII, que retrata al ni?o prodigio Christian Heinrich Heineken, aureolado de hermosa loa. A diferencia de Baltasar Carlos, cuya incumplida promesa de felicidad dimanaba de sus circunstancias externas y no de personales dotes; a diferencia del hijo de Picasso, cuyo ¨²nico m¨¦rito estaba en la mano del pintor (o de Jackie Coogan, el kid que Chaplin hizo inolvidable en su pel¨ªcula, pero cuya ulterior existencia ha sido la de un actor mediocre), Christian Heinrich era un genio que, a los dos a?os de su edad, asombraba al mundo para morir cuando s¨®lo ten¨ªa cuatro. Su caso me impresion¨® tanto como puede atestiguar un cuento m¨ªo, El prodigio...
Este cuento quiso ser par¨¢bola o alegor¨ªa de la futilidad de las pretensiones mundanales, siempre de nuevo abatidas por el olvido con que el tiempo implacable, marchitando las flores de la gracia, burlando los esfuerzos del poder, desmintiendo los halagos de la fortuna, frustra cualquier ilusi¨®n de pervivencia; pues aun el recuerdo grabado en epitafios de bronce o m¨¢rmol termina por borrarse y perderse. S¨®lo acaso la obra de arte que nos transporta a la esfera exenta de lo imaginario ser¨¢ capaz alguna vez de concedemos el respiro de una pr¨®rroga, leve perduraci¨®n de una sombra en simulacro de eternidad.
A la vista de tantos pr¨ªncipes ni?os que no lograron superar la adolescencia, y de quienes el pincel o el cincel nos han legado una imagen, aunque no siempre el nombre; de otros ni?os que, elevados a la fama por mano de artista, sobrevivieron -para mofa de su fama precoz- en triste o abyecta mediocridad; de algunos pocos que, no habiendo podido quiz¨¢ resistir la violencia del genio cuya llama brillara en ellos, deslumbrante, por un momento, se malograron lastimosamente, ?cu¨¢l ser¨¢ -nos preguntamos, perplejos- el secreto de tan desatinados destinos? Junto a esos retratos de v¨¢stagos reales despojados por una muerte temprana de la grandeza que les aguardaba sobre la tierra, vemos en los museos, entre tantas otras escenas de la Biblia, cuadros que pintan la degollaci¨®n de inocentes a la que, reci¨¦n nacido, escap¨® por providencia divina Nuestro Salvador. Y, perplejos, nos preguntamos qu¨¦ hubiera sido de nosotros sin esa providencia; qu¨¦ hubiera sido de nuestra pobre humanidad si la crueldad del rey Herodes hubiese alcanzado el fin siniestro que persegu¨ªa...
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