El billete y el suicidio
Pienso que la cruenta desaparici¨®n de Romain Gary ha pasado en Espa?a m¨¢s inadvertida de lo que se merec¨ªa el notable escritor. Nacido de madre rusa, de un padre incierto y de otro m¨¢s probable, Iv¨¢n Musjukine, famoso actor de cine mudo de los a?os treinta, Romain Gary era una mezcla de distintas razas y diversos pa¨ªses: jud¨ªo, asi¨¢tico, europeo, franc¨¦s, lituano. Tal diversidad produjo un ser fascinante, encantador, culto, sensible, liberal, un gran profesional en los numeros¨ªsimos oficios a que se dedic¨®. Novelista que vend¨ªa 100.000 ejemplares de cada obra, cr¨ªtico, hombre de cine, autor teatral, premio de la cr¨ªtica en 1945 y Goncourt en 1956, fue tambi¨¦n Gary un hombre de acci¨®n. Piloto de guerra, compa?ero de la Liberaci¨®n y Cruz de Guerra, comendador de la Legi¨®n de Honor, diplom¨¢tico, viajero atento e infatigable, secretario de Embajada en Sof¨ªa y Berna, portavoz en Nueva York de la delegaci¨®n francesa en la ONU, c¨®nsul general en Los Angeles, era tambi¨¦n un play boy para los horteras que creen que vestir con elegancia, besar la mano a las se?oras, apreciar un buen vino y tener gustos refinados es patente de playboyismo. Apasionado por la justicia, por la libertad, por los derechos de las minor¨ªas, por el amor, y tambi¨¦n por el honor, pero del honor como un riesgo y r¨ªo como un privilegio, de aquel honor casi extinguido que implicaba estar dispuesto a morir por el rey, por la patria y hasta por azar. Y, desde luego, tambi¨¦n por amor. Controlaba una inmensa ternura y le gustaban las manzanas, el caf¨¦, los elefantes, las ranas, los juguetes de los ni?os y las mujeres.Hace tres o cuatro a?os, Jos¨¦ Luis de Vilallonga -ten¨ªa que ser Jos¨¦ Luis de Vilallonga, atento siempre a lo que sucede m¨¢s all¨¢ ,de nuestros estrechos l¨ªmites- me regal¨® un libro para m¨ª desconocido entonces y que sigue si¨¦ndolo para quienes han escrito en los peri¨®dicos sobre Romain ,Gary, puesto que ninguno lo ha citado en las necrol¨®gicas escritas a ra¨ªz de su suicidio. El libro -no traducido al espa?ol, creo- se llama como aquellos letreros del Metro neoyorquino que indican que el billete no Y ale ya para m¨¢s transbordos: ?Au-dela de cette limite votre ticket n'est plus valable?.
Se trata de una novela cruda, amarga, inmisericorde, pero tambi¨¦n tierna y rom¨¢ntica. A m¨ª me pareci¨®, y me parece, uno de los relatos m¨¢s importantes de los ¨²ltimos treinta a?os. Es un libro hermos¨ªsimo sobre la fragilidad del hombre y su declive sexual, que habla sin tapujos de esa secreta y temerosa observaci¨®n de s¨ª mismo en lugar de estar atento a quien comparte la ¨ªntima relaci¨®n amorosa. El hombre suele negarse a reconocer la gran parte de derrota que hay en el hecho de ser hombre. Porque es fastidioso seguir siendo joven cuando se es ya viejo, y lo es tambi¨¦n conceder, a cierta edad, una importancia desesperada al sexo.
El hombre envejece mal cuando su esp¨ªritu es joven, como las mujeres hermosas que son dulces envejecen peor que las otras. No resignarse a lo inevitable conduce al desastre. Cuando se es viejo tan s¨®lo por los a?os y una pena de amor no provoca el infarto, que es lo digno, queda el recurso del suicidio, que es, al fin y al cabo, un medio de expresi¨®n. Recurrir al suicidio representa en muchos casos la pretensi¨®n de preservar la imagen de campe¨®n, del vencedor en las batallas de la vida que no est¨¢ dispuesto ahora, al final del recorrido, a admitir su decadencia y su derrota. Est¨¦ticamente es hermoso. Es admitir que uno tiene derecho a decidir sobre sus propios restos, sobre lo que queda de uno cuando a¨²n no est¨¢ muerto del todo. Es, quiz¨¢, irse ?cuando va a empezar el tiempo del mundo que se acaba?, seg¨²n el verso de Val¨¨ry.
Si Romain Gary fue un moralista, est¨¢ bien claro que lo ser¨ªa de otra moral bien distinta a aquella, ramplona, que est¨¢ siempre pendiente de lo que hacen los hombres cuando se quitan el pantal¨®n y olvidan hip¨®critamente que las verdaderas canalladas se hacen cuando se va vestido. El diablo no suele hacer sus diabluras en la cama de los enamorados; est¨¢ en los bancos, en los Gobiernos, en los cuarteles, en las empresas, en los juzgados. Y est¨¢ tambi¨¦n el diablo en los pasillos de los hospitales y en las s¨®rdidas salas comunes donde sufren los pobres, acaba de escribir Jean Lacouture en el pr¨®logo del libro del profesor Milliez Medecin de la libert¨¦, que es urgente leer.
La felicidad amorosa es siempre un crimen pasional que mata a todos los amores precedentes, pero si el amor apasionado es turbulento y se considera insatisfecho acaba en aut¨¦ntica sangre y en esc¨¢ndalo y se lee en las cr¨®nicas de sucesos de los peri¨®dicos, que es donde se publican las verdaderas historias de amor. Nada m¨¢s humano que los actos inhumanos.
En Les cerfs- volants, su ¨²ltimo libro -?atenci¨®n, se?ores, ?cerfs-volants? debe traducirse ?las cometas? y no ?ciervos volantes?!- reconoce Romain Gary haber utilizado la imaginaci¨®n como arma de defensa, porque desesperarse no es m¨¢s que una sumisi¨®n. ?Le fallar¨ªa al final el truco? Es posible. Porque a ras de suelo todav¨ªa m¨¢s que cuando est¨¢n volando, los hombres, igual que las cometas, tienen necesidad de amor. Si falta ¨¦ste, el tratado de paz con uno mismo es muy dif¨ªcil de firmar.
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