El concilio del amor
El autor de moda hoy en el Vaticano no es el laureado Milosz (ni su m¨¢s o menos olvidado t¨ªo), pese a las conexiones nacionales que le unen con el m¨¢ximo jerarca de esa min¨²scula teocracia; tampoco se habla en la Santa Sede de David Balfour ni del autor de La gloria de don Ramiro. El escritor del momento es -mejor dicho, vuelve a ser- Jacobo Benigno Bossuet, familiarmente llamado el ¨¢guila de Meaux, pero que antes de esa sede episcopal ocup¨® la de Condom (?predestinado?) y del que los estudiantes (le literatura francesa en el bachillerato s¨®lo suelen recordar aquello. tan bonito de: ?iLa reina se muere! ?La reina ha muerto!?. Adem¨¢s de sus celebradas oraciones f¨²nebres, empero, de sus lecciones providencialistas sobre la historia universal y de diversas pol¨¦micas con Malebranche Y Leiniz, Bossuet escribi¨® tambi¨¦n un Tratado de la concupiscencia, que, o mucho me equivoco, o es ahora libro de cabecera de m¨¢s de un obispo y de, al menos, un papa. Escrito en el suntuoso estilo de finales del siglo XVII, ¨¢pice cl¨¢sico de la lengua francesa, este tratado comenta en sus varias implicaciones estas palabras de la primera ep¨ªstola de san Juan: ?No am¨¦is al mundo ni las cosas que est¨¢n en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no est¨¢ en ¨¦l. Porque todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida?. Bossuet comienza describiendo los diversos horrores de nuestro cuerpo pecador, sus furores y vapores, la pasi¨®n y frenes¨ª que nos agita durante el d¨ªa y que turba nuestras noches. El mal se encuentra ligado a nuestra carne por ley inexorable, bien sea que nos resistamos a ¨¦l o que nos dejemos arrastrar por sus solicitaciones. Detalla entonces la inaplacable menesterosidad de nuestros sentidos, bien representada por la glotoner¨ªa insaciable, por la avidez de nuestros ojos, que nuncan se cansan de ver para poseer y de poseer para ver, por los desvar¨ªos de la curiosidad exacerbada, por la soberbia y el amor propio, entre los que cuentan con plaza destacada, ay, el orgullo literario y filos¨®fico...Pero, claro, en materia de concupiscencia lo m¨¢s grave no puede ni mencionarse siquiera sin peligro. Vean c¨®mo alude con precauciones y elipsis al quid del problema el santo obispo de Condom: ?Y ahora, ?qui¨¦n osar¨ªa pensar en otro placer de los sentidos, en otros excesos que se declaran de una manera harto m¨¢s peligrosa? ?Qui¨¦n, repito, osar¨ªa hablar de ellos y qui¨¦n no piensa en ellos sin peligro hasta para execrarlos? Una vez m¨¢s, oh Dios: ?qui¨¦n osar¨ªa hablar de esta profunda y vergonzosa plaga de la naturaleza, de esta concupiscencia que une el alma al cuerpo por lazos tan tiernos a una que tan violentos, de los que es tan dif¨ªcil desprenderse y que producen en el g¨¦nero humano tan espantables des¨®rdenes? ?Tierra tres veces desgraciada, de donde surgen continuamente humo tan espeso y vapores tan negros como los que se desprenden de esas pasiones tenebrosas! ?Tierra tres veces desgraciada, cuyas pasiones tenebrosas nos ocultan el cielo y la luz, de donde parten tambi¨¦n rel¨¢mpagos y truenos de la justicia divina contra la corrupci¨®n del g¨¦nero humano!?. Esa ?profunda y vergonzosa plaga de la naturaleza? ha tenido, entre otras nefastas consecuencias, el traernos a todos al mundo, y aqu¨ª no hay m¨¢s remedio que concederle cierta raz¨®n a Bossuet en sus lamentaciones. Pero no crean que va a darnos m¨¢s detalles cuando vuelva a mencionar el asunto, sino que aludir¨¢ de nuevo a ¨¦l para decir que cuando se piensa en eso m¨¢s vale pensar sin pensar. Excitante procedimiento que convierte los paradis¨ªacos escarceos de nuestros primeros padres en una historia cochina (lo que probablemente fue): ?El placer de los sentidos se experiment¨® muy pronto en todo el cuerpo, y ya no fue solamente el fruto prohibido, que plac¨ªa a la vista y al gusto. Ad¨¢n y Eva realizaron el uno con el otro una tentativa harto m¨¢s peligrosa que todas las dem¨¢s sensibles, y, obligados a pensar en ello nosotros mismos, preciso es que de ello desviemos nuestro pensamiento?. Me imagino a los obispos reunidos en la capilla Sixtina en pleno concilio del amor, tratando de no perder los nervios al pensar sin pensar en la peligrosa tentativa de Ad¨¢n y Eva, rodeados, para colmo, de los frescos de Miguel Angel... En verdad, hasta que no se frecuenta a los padres de la Iglesia no se sabe lo que es realmente pornograf¨ªa.
Pero donde Bossuet se nos aparece como m¨¢s a la altura de los tiempos es cuando comienza a hablar de los abusos del matrimonio; s¨ª, del matrimonio y no contra el matrimonio. Que el matrimonio es un abuso, eso nadie lo duda: primero, un abuso de confianza; despu¨¦s, un abuso de paciencia: ??Hasta cu¨¢ndo, Catalina...??. Pasado cierto tiempo es ineluctable que se comience a bizquear hacia la mujer del pr¨®jimo y se busque ?el amor de la hermosa desconocida que entrega su cuerpo sin dar su nombre?, como dec¨ªa el Miguel de Ma?anara de Miloscz n¨²mero 1. ?Y en los felices casos en que eso no ocurre y el fiel marido sigue gustando de su mujer con frenes¨ª de ius prima noctis? Pues peor que peor.
?Observa san Agust¨ªn que hay m¨¢s personas capaces de guardar una continencia perpetua e inviolable que personas capaces de guardar las leyes de la castidad matrimonial, y un amor desordenado a la propia mujer es a menudo, seg¨²n el mismo Padre, un atractivo secreto a amar a otras?. Y luego grazna, acongojado, el ¨¢guila de Meaux: ??Oh flaqueza de la miserable humanidad que nunca se deplorar¨¢ suficientemente!?. De modo que ni descar¨¢s a la mujer de tu pr¨®jimo como si fuera la tuya ni desear¨¢s a 12. tuya hasta el punto de que parezca la de tu pr¨®jimo. ?Temblad, mujeres demasiado amadas, porque nuestros hombres os enga?an con vosotras mismas! Moraleja: la carne siempre miente..., y en esto no me extra?ar¨ªa que Lacan acudiese en socorro de Bossuet. De modo que no parece quedar otro remedio, como recomienda a continuaci¨®n nuestro obispo, que atenerse a aquello de san Pablo de que ?los que tienen mujeres deben vivir como si no las tuviese, y las esposas como si no tuvieran por ende maridos, y unos y otras sin sentirse demasiado ligados a la carne?. Nuevo maquiavelismo pornogr¨¢fico: pensar corno si no se pensase, pasar de matrimonio estando casado... Quiz¨¢ una nueva astucia para a?adir secreto picante al matrimonio y lograr que ¨¦ste pueda competir en condici¨®n de pecaminosa igualdad con las seducciones del divorcio y la promiscuidad ?Para qu¨¦ ir a buscar fuera morbosas maravillas que, bien mirado -o mal deseado-, tambi¨¦n puede proporcionar la vida. conyugal? Animo, pues. Se medir¨¢ que todo esto es profundamente insano. Pero tambi¨¦n aqu¨ª nos sale al paso Bossuet, poni¨¦ndonos en guardia contra el exceso de salud y felicitando a san Bernardo por deplorar la salud perfecta de los pocos de sus monjes que la pose¨ªan. En efecto, a salud es incompatible con la santidad, y mucho me temo que tambi¨¦n con el cristianismo. ?Ser¨¢ al menos reconciliable con la civilizaci¨®n occidental?
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