El eco de John Lennon
Un hombre de negocios brit¨¢nico, diputado conservador de larga tradici¨®n en los Comunes, me preguntaba -y se preguntaba hace unos d¨ªas c¨®mo era posible que la muerte de Lennon a manos de un perturbado seguidor hubiera tenido en Estados Unidos mayor repercusi¨®n que el asesinato de Kennedy, desde el punto de vista del fervor popular. ?Nadie ha tenido la capacidad de obtener diez minutos de silencio meditabundo de un inmenso y espont¨¢neo gent¨ªo congregado en el Parque neoyorquino a petici¨®n de la misteriosa compa?era del fallecido?. ?Algo se est¨¢ cuarteando en el edificio de nuestra sociedad?, a?adi¨® en tono admonitorio. El eco de la desaparici¨®n del cantante y compositor ha sido, en efecto, inmenso y reiterativo. Una cuerda sensible del mundo joven fue pulsada por la tragedia inesperada, arrancando tina nota de profunda y desesperada melancol¨ªa. No era s¨®lo la brutal interrupci¨®n de la vida del artista lo que empujaba al emotivo y multitudinario duelo, sino, de alguna manera, el hecho de celebrar el final de una ¨¦poca. La beatleman¨ªa tuvo su lugar en un tiempo determinado y en unas generaciones concretas de Gran Breta?a, primero, y de Norteam¨¦rica, despu¨¦s. La proliferaci¨®n discogr¨¢fica, radiof¨®nica y televisiva hicieron el milagro de su difusi¨®n universal. El planeta entero se contagi¨® no s¨®lo de un comp¨¢s, sino tambi¨¦n de una sinton¨ªa.En el profundo y poco conocido sistema de los ritmos vitales y c¨®smicos de la vida del hombre hay un cierto n¨²mero de latidos que responden a coordenadas sustanciales de la existencia. Las madres saben que la pulsaci¨®n de su coraz¨®n es el sonido tranquilizador del ni?o reci¨¦n brotado de su seno. El ritmo circadiano o cotidiano definido en 1960 por Halberg en Estados Unidos forma parte de nuestra vida fisiol¨®gica, como el lun¨¢tico o el solar. Es evidente, aunque todav¨ªa mal conocido, el influjo de los compases r¨ªtmicos en el ¨¢nimo de los hombres. La antiqu¨ªsima presencia de las cajas o tambores en las formas de actividad militar tiene su ra¨ªz en esa oscura pero evidente relaci¨®n. Pienso que la generaci¨®n del beatle que se engendr¨® en las noches de la guerra y posguerra mundiales y lleg¨® a su adolescencia en los a?os sesenta fue una explosiva b¨²squeda en pos de un nuevo ritmo que diera expresi¨®n a una delicuescencia que atra¨ªa hacia s¨ª la amargura. vital que flotaba en el aire y la absorb¨ªa lentamente a trav¨¦s de la canci¨®n y de su acento. No soy experto musical y escribo como profano. La nueva forma de expresi¨®n sonora que represent¨® el lennonismo creo que fue, ante todo, la irrupci¨®n de un pulso alternativo distinto en el flujo musical de la danza y del canto populares. Su inmediato y enorme atractivo ten¨ªa que ver con el aire de inocencia e idealismo de los tiempos iniciales del
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cuarteto adolescente. ?Las canciones lentas paraban el coraz¨®n; las r¨¢pidas inyectaban adrenalina en las venas; pasaban de la ternura amorosa susurrada al grito fabuloso de la aventura?, escrib¨ªa un cr¨ªtico de aquellos tiempos.
Escuch¨¦ muchas veces, en Par¨ªs y en Nueva York, esa intercadencia que lo invad¨ªa todo como un hurac¨¢n anglosaj¨®n de sentimiento y desgarro, ruptura y esperanza, frustraci¨®n y consuelo. Porque el fen¨®meno era en ingl¨¦s como se produjo, y se continu¨® luego en ingl¨¦s americano. Fue universal en el concepto y en el mensaje, pero brit¨¢nico en su esencia y formalismo. Y, por supuesto, en la insolencia y en el desaf¨ªo. El capital de popularidad social adquirido por la ola beat quiso ser aprovechado en distintas direcciones, como ocurre siempre cuando se toca con acierto una vena neur¨¢lgica a la que responde masivamente la convocatoria de la gente. Por eso hubo sucesivamente involuciones y desv¨ªos y actitudes progres y reclusiones dom¨¦sticas en sus protagonistas. Se pas¨® del Vietnam y el amor permisivo y el pacifismo y las drogas al paternalismo amamantador. Por eso tambi¨¦n, un mal d¨ªa, al desaparecer el empresario que manten¨ªa la dif¨ªcil unidad del grupo se deshizo ¨¦ste en una inexorable dispersi¨®n que acab¨® literalmente con una determinada ¨¦poca. La era del rock-beatle fue la orquestaci¨®n de los sue?os y esperanzas de una generaci¨®n. Se dijo que el frenes¨ª de esta m¨²sica juvenil y contestataria era un himno arrollador de la alegr¨ªa del vivir del triunfo del hombre sobre la muerte y los usuales alabarderos de ¨¦sta. Es posible que sea as¨ª. A m¨ª, personalmente, me impresionaba por el dejo final de melancol¨ªa que llevaba consigo. En el Mercader de Venecia hace decir Shakespeare a Jessica: ?Nunca estoy alegre cuando escucho buena m¨²sica?. Acaso la raz¨®n de esas palabras est¨¦ en su condici¨®n de ser un lenguaje universal. Y, como explic¨® Byron, si el hombre tuviera o¨ªdos hallar¨ªa armon¨ªas en todas las cosas como recogidas del eco de las esferas universales. Donald Andrews, en su The simphony of life, llega a describir el movimiento arm¨®nico de los sonidos como caso particular de una interpretaci¨®n general del universo con clave musical y matem¨¢tica, a un tiempo, en la que las formas geom¨¦tricas de los instrumentos vienen condicionadas por esa armon¨ªa inmanente. Tambi¨¦n se estudia ahora la influencia de la m¨²sica sobre todo lo que vive -animales, plantas y hasta bacterias- con resultados sorprendentes, pues cada especie revela una resonancia preferente y distinta. ?C¨®mo va a ser el g¨¦nero humano indiferente a esa vinculaci¨®n profunda? El episodio de esta nueva m¨²sica fue un hecho sociol¨®gico de nuestro siglo tan importante en su ¨¢rea espec¨ªfica como la era del ¨¢tomo, la invasi¨®n de la telem¨¢tica, la astron¨¢utica espacial o el descubrimiento de la mol¨¦cula b¨¢sica com¨²n de la vida en el planeta.
Nadie se conmovi¨® ni se alarm¨® en Occidente por la revoluci¨®n rock. Su historia fue la de un rastro fulgurante, como un gran rel¨¢mpago de sonidos y canciones que apareci¨® de repente en el horizonte y que llevaba dentro de s¨ª una carga de riqueza imaginativa, fuerza desbordante y el dardo de la iron¨ªa, punzante y agresivo contra los principios y los prejuicios de la sociedad en que se mov¨ªan. Pero el establishment pol¨ªtico m¨¢s r¨ªgido de la Europa democr¨¢tica, el de la Monarqu¨ªa brit¨¢nica, reconoci¨® p¨²blicamente la trascendencia del nuevo clima art¨ªstico que representaban Lennon y sus muchachos, condecor¨¢ndoles oficialmente en memorable ocasi¨®n a despecho de sus burlas y desdenes p¨²blicos y atroces. En Estados Unidos el duelo de Lennon ha sido compartido por el Gobierno y los dos presidentes, el incumbente y el vencedor, porque en un sistema democr¨¢tico una marea de esta naturaleza no puede pasar inadvertida, ni dejar de integrarse en alguna medida en la din¨¢mica social. Tambi¨¦n es sintom¨¢tico que la Uni¨®n Sovi¨¦tica haya prohibido en su territorio la conmemoraci¨®n popular del cantante asesinado. La libertad con m¨²sica, cantada por muchos, es funesta y arriesgada para el dogmatismo excluyente y autoritario. Cuando del Gobierno de nuestra reina Isabel II desterr¨® al bardo del fuerismo vasco, Jos¨¦ Mar¨ªa Iparraguirre, en 1857, la justificaci¨®n del hecho fue la de que ?un vagabundo con buena voz, talento musical y una guitarra pod¨ªa poner en pie, de nuevo, al pa¨ªs entero? tras de s¨ª.
Es curioso anotar el dato de la importante fortuna amasada por el artista hippie. Seg¨²n los ¨²ltimos c¨¢lculos, alcanzaban sus bienes m¨¢s de doscientos millones de d¨®lares, sin tener en cuenta el r¨ªo de dinero incesante que supone la caudalosa demanda de sus casetes y discos. Lennon era uno de los hombres m¨¢s ricos de Gran Breta?a y quiz¨¢ el de mayor ingreso anual del Reino Unido. Tambi¨¦n Picasso fue el espa?ol m¨¢s rico de nuestro tiempo a pesar de su atuendo bohemio, su vida sencilla y su carn¨¦ del PCE. Es un nuevo hecho hist¨®rico que surge en nuestro siglo XX, el del artista que se convierte en supermillonario a trav¨¦s de su arte. Imaginaos a Fidias due?o del mayor tesoro de Atenas; al Masaccio propietario de un palacio en Florencia; a Mozart viviendo en su castillo en el Tirol. La gran riqueza es ahora, en ocasiones, la recompensa en vida del genio creador.
Oyendo cantar al coro de los cuatro j¨®venes se adivina aquello que quiso decir John Lennon de que al grabar los discos o en las actuaciones p¨²blicas el rockero, ?deb¨ªa dar todo de s¨ª, abrir su esp¨ªritu hacia los dem¨¢s y hacerse, por ello mismo, vulnerable?. Esa entrega a una vor¨¢gine de tensiones y luchas hac¨ªa de la vida de estos hombres un drama cotidiano. El arte les consum¨ªa con su arrolladora y voraz secuela de espect¨¢culo, de negocio y de publicidad. Doscientos millones de discos vendidos en el mundo entero, hasta la fecha, representan una cifra estad¨ªstica abrumadora. ?Esto es una cosa que finalmente acaba con uno?, gustaba de repetir el hombre que ahora ha caldo v¨ªctima de un oscuro psic¨®pata que suplantaba su personalidad. El riesgo de los locos es el duro precio que paga la fama burbujeante. Longfellow, el gran poeta norteamericano que tradujo los sonetos de Lope de Vega al ingl¨¦s, escribi¨® en la Leyenda Dorada un bello poema, ?The singers?, del que son estas estrofas que pod¨ªan servir de epitafio a John Lennon: ?Dios envi¨® a los cantantes a la tierra con canciones de tristeza y de regocijo para que tocasen el coraz¨®n de los hombres y les trajeran de vuelta al cielo?.
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