Las elecciones americanas
Acaba de repetirse (la vez n¨²mero 40) ese formidable rito cuatrienal de las elecciones norteamericanas, que han hecho al presidente n¨²mero 40, a la totalidad de los miembros de la C¨¢mara de Representantes, o un tercio de los senadores, y a un buen n¨²mero de los gobernadores de los Estados miembros de la Uni¨®n.En el proceloso mundo de hoy, gran parte de la Humanidad est¨¢ pendiente de esas elecciones, que determinan el rumbo de la pol¨ªtica del pa¨ªs m¨¢s rico y poderoso del mundo; las decisiones de la Casa Blanca (sobre todo con el apoyo del Senado, ¨¢rbitro de la pol¨ªtica exterior) pueden tener efectos decisivos e inmediatos sobre la estrategia de la OTAN, sobre la situaci¨®n en Oriente Pr¨®ximo, sobre la industria aeron¨¢utica o sobre el precio de la soja. No es menos cierto que en uno de esos a?os es tambi¨¦n m¨¢s probable que los dirigentes sovi¨¦ticos lo aprovechen, mientras la pelota est¨¢ en el tejado, para echar su zarpa sobre Hungr¨ªa o sobre Afganist¨¢n.
Las elecciones americanas pueden ser vistas por ello con gran optimismo o gran pesimismo, seg¨²n el ¨¢ngulo de visi¨®n. Es admirable ver a un gran pueblo repetir cada cuatro a?os ese gigantesco proceso, seguro de que a los cuatro a?os m¨¢s tarde podr¨¢ volver a repetirlo, y entonces rectificar lo que hoy no resulte bien. Pero tambi¨¦n puede observarse, como dice Pierre Salinger (que fue jefe de Prensa del presidente Kennedy) que ?cada cuatro a?os, los americanos juegan a la ruleta rusa; eligen a un hombre con la esperanza de que sea el mejor sin saber c¨®mo va a gobernar?.
Desde la Constituci¨®n, que pronto va a cumplir dos siglos, hasta la crisis de los a?os treinta, las elecciones americanas se celebraron dentro de una sociedad muy din¨¢mica, en constante expansi¨®n de sus fronteras, que conoci¨® la guerra civil y el asesinato de alg¨²n presidente, pero sin duda alguna en cuanto al modelo de la sociedad americana y su ?destino manifiesto?. Por el contrario, desde la elecci¨®n de F. D. Roosevelt, en medio de la primera gran crisis econ¨®mica mundial, todas las elecciones han sido elecciones de crisis. La segunda guerra mundial, las guerras de Corea y de Vietnam, los avances sovi¨¦ticos en Africa y en Afganist¨¢n, han creado un clima de inseguridad, de resistencia civil, de verse acumular los sue?os de una generaci¨®n que crey¨® en ?la guerra para acabar todas las guerras?, mientras que la crisis de la energ¨ªa lleg¨® en alg¨²n momento a provocar colas y carencias en las gasolineras de California.
En medio de todo ello, la presidencia americana, el punto m¨¢ximo de la responsabilidad del sistema americano, empez¨® a acusar el peso de estas crisis continuadas. Roosevelt, reelegido hasta tres veces (rompiendo el famoso precedente de Jorge Washington, de una sola reelecci¨®n); Kennedy, asesinado brutalmente en Dallas; Johnson, que no pudo presentarse a la reelecci¨®n, destrozado por la guerra de Vietnam, y lo que ya fue lo incre¨ªble, Nixon y su vicepresidente, destruidos a la vez por Watergate y el ambiente general de desconfianza que se cre¨®, dando paso a Ford, el primer presidente no elegido de la historia norteamericana. Quedaba as¨ª abierto el paso a la experiencia Carter, un hombre de provincias que se perdi¨® en Washington nada m¨¢s llegar a la capital.
Esa experiencia ha terminado con una presidencia desbordada y despreciada dentro y fuera de Am¨¦rica; con los dos Congresos menos eficientes de muchos a?os en cuanto a legislaci¨®n y con una actitud manifiesta del p¨²blico americano de cansancio de nuevos proyectos de la Administraci¨®n; del aumento constante del gasto p¨²blico y de los impuestos; del crecimiento de las burocracias, y, en definitiva, de todo lo que se hab¨ªa aceptado como bueno desde la crisis de los a?os treinta.
Al mismo tiempo, los americanos fueron tomando conciencia de los peligros de una inflaci¨®n galopante, impulsada por las crecientes importaciones de petr¨®leo (a los nuevos precios del crudo), por las masivas compras a cr¨¦dito y por el d¨¦ficit presupuestario, con aumento el a?o 1979 de un 18% en los precios al consumo y un 20% en los precios al por mayor; de la tendencia a una productividad decreciente; de la competencia cada vez m¨¢s agresiva de las industrias japonesa y alemana. En particular, la inflaci¨®n ?ha trastornado todas las respuestas pol¨ªticas?, como afirm¨® el semanario Newsweek, sobre todo al ver la total incapacidad de la Administraci¨®n para ofrecer ninguna respuesta buena.
Los problemas exteriores, por su parte, han presionado sobre las conciencias americanas, cada. vez menos capaces de aceptar la impotencia de sus dirigentes. Ha surgido lo que alguien ha llamado el ?nuevo patriotismo?, un vigoroso impulso de superar el trauma de Vietnam (sobre el cual se han hecho ya autoan¨¢lisis de la potencia de pel¨ªculas como El cazador y Coming home) y Watergate, y de celebrar el segundo centenario de Estados Unidos con el orgullo y el honor nacional en alto. El tema de los rehenes, en particular, ha ahondado en la conciencia nacional; s¨®lo un pa¨ªs d¨¦bil, gobernado por d¨¦biles, puede ser sometido a una humillaci¨®n semejante.
Ese mismo patriotismo, sin embargo, mantuvo durante alg¨²n tiempo en duda a los americanos, decididos a apoyar a la bandera y al presidente en tiempo de crisis. Despu¨¦s del fracaso de la expedici¨®n liberadora de los rehenes, la suerte qued¨® echada en contra de Carter.
El intento de reemplazarle como candidato, dentro de su propio partido, por el m¨¢s joven de los Kennedy estaba destinado al fracaso. Kennedy ten¨ªa la espalda rota y el tejado de vidrio, pero adem¨¢s su imagen ?progre? iba a contrapelo del movimiento de la opini¨®n americana.
Del lado republicano las cosas fueron m¨¢s sencillas. Ford era un candidato que no pod¨ªa ganar, pero s¨ª dividir irremediablemente a su partido, el Grand Old Party; Anderson era un corredor o?ginal, que acabar¨ªa como independiente (en perjuicio de Carter); Connally no era identificado como un claro republicano, tras una larga carrera del lado dem¨®crata; Bush llegaba demasiado pronto para el primer puesto.
Ronald Reagan result¨® el candidato ideal. Era t¨ªpicamente republicano, netamente conservador, claramente firme, y, al mismo tiempo, indudable representante de la sociedad democr¨¢tica americana. De familia modesta en Illinois, rehace su vida en California; es el primer presidente de un sindicato que llega a la Casa Blanca; la experiencia le har¨¢ un buen gobernador de California y un luchador pol¨ªtico excepcional.
Una vez m¨¢s se ha deshecho la posibilidad de un tercer partido; los americanos saben que la demociacia tiene bastantes dificultades para a?adirle las sutilezas de la representaci¨®n proporcional y los equilibrismos de un centro que no sea la moderaci¨®n de los dos partidos protagonistas. La solidez pol¨ªtica de los anglosajones reside en esto: un sistema m¨¢s s¨®lido que complicado, que todo el mundo pueda entender, y con un juego suficiente para el Gobierno y la oposici¨®n, no una capea permanente de todos. El representante Anderson, como en su d¨ªa el viejo Roosevelt, el senador La Follette o el gobernador Wallace, no ha conseguido sacar a los americanos de sus casillas.
Y ahora se trata de gobernar. El sistema federal permite a los Estados de la Uni¨®n un amplio control de sus asuntos locales, pero todas las grandes decisiones diplom¨¢ticas, militares, econ¨®micas y presupuestarias se toman en Washington. A nadie se le ocurre enfrentar las banderas e insignias locales con la bandera de las estrellas y las barras ni hacer un nacionalismo californiano, tejano o neoyorquino, ni promover (con un acento m¨¢s bien variable) un idioma diferente del ingl¨¦s. Pero la naci¨®n entera mira al Tribunal Supremo, al Congreso de Estados Unidos y a la Casa Blanca para las grandes decisiones nacionales.
Del Tribunal Supremo espera que diga la ¨²ltima palabra en materia constitucional. Durante mucho tiempo esa interpretaci¨®n fue conservadora y contraria a las tentaciones del presidente y del Congreso de aumentar con exceso los poderes administrativos por medio de la legislaci¨®n. Se lleg¨® a hablar del ?gobierno de los jueces? y de una ?tercera C¨¢mara?. En la ¨²ltima generaci¨®n, el Supremo norteamericano se pas¨® al lado contrario y fue m¨¢s all¨¢ que el Congreso, sobre todo en materia de derechos humanos. Ser¨¢ muy interesante observar la l¨ªnea de los nombramientos para el Supremo que realicen el nuevo presidente y el nuevo Senado.
Del Congreso espera una legislaci¨®n decidida para hacer frente a la seria crisis econ¨®mica, y muy especialmente al problema de la energ¨ªa. Espera una contenci¨®n del elevad¨ªsimo gasto p¨²blico y una limitaci¨®n de los poderes de la burocracia, que no han dejado de crecer en los ¨²ltimos cincuenta a?os.
Pero es en la Casa Blanca donde se concentran las miradas y las esperanzas de muchos americanos. All¨ª est¨¢ el centro clave de propuesta, de decisi¨®n y de responsabilidad. All¨ª hay una persona f¨ªsica y ¨²nica, de la que se espera liderazgo y capacidad de soluciones. Se est¨¢ cansado de vacilaciones y de medias tintas; se reclama autoridad y soluciones.
El tiempo dir¨¢ lo que efectivamente se consigue, pero el comienzo de una nueva Administraci¨®n es un destello de esperanza. Fuera de Estados Unidos, muchos la ponemos tambi¨¦n en una nueva etapa de clarificaci¨®n, de ordenaci¨®n, de firmeza, sin las cuales los valores sociales se convierten en fantasmagor¨ªa de buenas intenciones.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.