La mujer que escribi¨® un diccionario
Hace tres semanas, de paso por Madrid, quise visitar a Mar¨ªa Moliner. Encontrarla no fue tan f¨¢cil como yo supon¨ªa: algunas personas que deb¨ªan saberlo ignoraban qui¨¦n era, y no falt¨® quien la confundiera con una c¨¦lebre estrella de cine. Por fin logr¨¦ un contacto con su hijo menor, que es ingeniero industrial en Barcelona, y ¨¦l me hizo saber que no era posible visitar a su madre por sus quebrantos de salud. Pens¨¦ que era una crisis moment¨¢nea y que tal vez pudiera verla en un viaje futuro a Madrid. Pero la semana pasada, cuando ya me encontraba en Bogot¨¢, me llamaron por tel¨¦fono para darme la mala noticia de que Mar¨ªa Moliner hab¨ªa muerto. Yo me sent¨ª como si hubiera perdido a alguien que sin saberlo hab¨ªa trabajado para m¨ª durante muchos a?os.Mar¨ªa Moliner -para decirlo del modo m¨¢s corto- hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribi¨® sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario m¨¢s completo, m¨¢s ¨²til, m¨¢s acucioso y m¨¢s divertido de la lengua castellana. Se llama Diccionario de uso del espa?ol, tiene dos tomos de casi 3.000 p¨¢ginas en total, que pesan tres kilos, y viene a ser, en consecuencia, m¨¢s de dos veces m¨¢s largo que el de la Real Academia de la Lengua, y -a mi juicio- m¨¢s de dos veces mejor. Mar¨ªa Moliner lo escribi¨® en las horas que le dejaba libre su empleo de bibliotecaria, y el que ella consideraba su verdadero oficio: remendar calcetines. Uno de sus hijos, a quien le preguntaron hace poco cu¨¢ntos hermanos ten¨ªa, contest¨®: ?Dos varones, una hembra y el diccionario?. Hay que saber c¨®mo fue escrita la obra para entender cu¨¢nta verdad implica esa respuesta.
Mar¨ªa Moliner naci¨® en Paniza, un pueblo de Arag¨®n, en 1900. O, como ella dec¨ªa con mucha propiedad: ? En el a?o cero". De modo que al morir hab¨ªa cumplido los ochenta a?os. Estudi¨® Filosof¨ªa y Letras en Zaragoza y obtuvo, mediante concurso, su ingreso al Cuerpo de Archiveros y Bibliotecarios de Espa?a. Se cas¨® con don Fernando Ram¨®n y Ferrando, un prestigioso profesor universitario que ense?aba en Salamanca una ciencia rara: base f¨ªsica de la mente humana. Mar¨ªa Moliner cri¨® a sus hijos como toda una madre espa?ola, con mano firme y d¨¢ndoles de comer demasiado, aun en los duros a?os de la guerra civil, en que no habla mucho que comer. El mayor se hizo m¨¦dico investigador, el segundo se hizo arquitecto y la hija se hizo maestra. S¨®lo cuando el menor empez¨® la carrera de ingeniero industrial, Mar¨ªa Moliner sinti¨® que le sobraba demasiado tiempo despu¨¦s de sus cinco horas de bibliotecaria, y decidi¨® ocuparlo escribiendo un diccionario. La idea le vino del Learner's Dictionary, con el cual aprendi¨® el ingl¨¦s. Es un diccionario de uso; es decir, que no s¨®lo dice lo que significan las palabras, sino que indica tambi¨¦n c¨®mo se usan, y se incluyen otras con las que pueden reemplazarse. ?Es un diccionario para escritores?, dijo Mar¨ªa Moliner una vez, hablan do del suyo, y lo dijo con mucha raz¨®n. En el diccionario de la Real Academia de la Lengua, en cambio, las palabras son admitidas cuando ya est¨¢n a punto de morir, gastadas por el uso, y sus definiciones r¨ªgidas parecen colgadas de un clavo. Fue contra ese criterio de embalsamadores que Mar¨ªa Moliner se sent¨® a escribir su diccionario en 1951. Calcul¨® que lo terminar¨ªa en dos a?os, y cuando llevaba diez todav¨ªa andaba por la mitad. ?Siempre le faltaban dos a?os para terminar?, me dijo su hijo menor. Al principio le dedicaba dos o tres horas diarias, pero a medida que los hijos se casaban y se iban de la casa le quedaba m¨¢s tiempo disponible, hasta que lleg¨® a trabajar diez horas al d¨ªa, adem¨¢s de las cinco de la biblioteca. En 1967 -presionada sobre todo por la Editorial Gredos, que la esperaba desde hac¨ªa cinco a?os- dio el diccionario por terminado. Pero sigui¨® haciendo fichas, y en el momento de morir ten¨ªa varios metros de palabras nuevas que esperaba ver incluidas en las futuras ediciones. En realidad, lo que esa mujer de f¨¢bula hab¨ªa emprendido era una carrera de velocidad y resistencia contra la vida.
Su hijo Pedro me ha contado c¨®mo trabajaba. Dice que un d¨ªa se levant¨® a las cinco de la ma?ana, dividi¨® una cuartilla en cuatro partes iguales y se puso a escribir fichas de palabras sin m¨¢s preparativos. Sus ¨²nicas herramientas de trabajo eran dos atriles y una m¨¢quina de escribir port¨¢til, que sobrevivi¨® a la escritura del diccionario. Primero trabaj¨® en la mesita de centro de la sala. Despu¨¦s, cuando se sinti¨® naufragar entre libros y notas, se sirvi¨® de un tablero apoyado sobre el respaldar de dos sillas. Su marido fing¨ªa una impavidez de sabio, pero a veces med¨ªa a escondidas las gavillas de fichas con una cinta m¨¦trica, y les mandaba noticias a sus hijos. En una ocasi¨®n les cont¨® que el diccionario iba ya por la ¨²ltima letra, pero tres meses despu¨¦s les cont¨®, con las ilusiones perdidas, que hab¨ªa vuelto a la primera. Era natural, porque Mar¨ªa Moliner ten¨ªa un m¨¦todo infinito: pretend¨ªa agarrar al vuelo todas las palabras de la vida. ?Sobre todo las que encuentro en los peri¨®dicos?, dijo en una entrevista. ?Porque all¨ª viene el idioma vivo, el que se est¨¢ usando, las palabras que tienen que inventarse al momento por necesidad?. S¨®lo hizo una excepci¨®n: las mal llamadas malas palabras, que son muchas y tal vez las m¨¢s usadas en la Espa?a de todos los tiempos. Es el defecto mayor de su diccionario, y Mar¨ªa Moliner vivi¨® bastante para comprenderlo, pero no lo suficiente para corregirlo.
Pas¨® sus ¨²ltimos a?os en un apartamento del norte de Madrid, con una terraza grande, donde ten¨ªa muchos tiestos de flores, que regaba con tanto amor como si fueran palabras cautivas. Le complac¨ªan las noticias de que su diccionario hab¨ªa vendido m¨¢s de 10.000 copias, en dos ediciones, que cumpl¨ªa el prop¨®sito que ella se hab¨ªa impuesto y que algunos acad¨¦micos de la lengua lo consultaban en p¨²blico sin ruborizarse. A veces le llegaba un periodista desperdigado. A uno que Ie pregunt¨® por qu¨¦ no contestaba las numerosas cartas que recib¨ªa le contest¨® con m¨¢s frescura que la de sus flores: ?Porque soy muy perezosa?. En 1972 fue la primera mujer cuya candidatura se present¨® en la Academia de la Lengua, pero los muy se?ores acad¨¦micos no se atrevieron a romper su venerable tradici¨®n machista. S¨®lo se atrevieron hace dos a?os, y aceptaron entonces la primera mujer, pero no fue Mar¨ªa Moliner. Ella se alegr¨® cuando lo supo, porque le aterrorizaba la idea de pronunciar el discurso de admisi¨®n. ??Qu¨¦ pod¨ªa decir yo ?, dijo entonces, ?si en toda mi vida no he hecho m¨¢s que coser calcetines??.
Copyright 1981, Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez-ACI.
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