Weg von hier, das ist mem Ziel
Mi padre me cont¨® una vez una f¨¢bula china que es para m¨ª -por encubrir p¨²dicamente en la barata y estereotipada expresi¨®n inglesa una declaraci¨®n tan enf¨¢ticamente subjetiva- the most wonderful tale I ever heard, pero de la que ni ¨¦l me lleg¨® a decir la fuente ni la ¨¦poca, ni nada he vuelto a saber despu¨¦s por ning¨²n otro conducto: el emperador de la China quer¨ªa inmensamente a una ¨²nica hija que ten¨ªa y temeroso de darla en matrimonio a un hombre que la hiciese sufrir orden¨® a los mandarines que recorriesen el imperio entero y encontrasen al joven que tuviese el rostro de la perfecta santidad. Al fin, de entre todos los aspirantes que de las m¨¢s apartadas regiones de la China fueron tra¨ªdos a la corte, se eligi¨® el que acab¨® siendo dado en matrimonio a la hija del emperador, a la que, no defraudando la elecci¨®n, supo, en efecto, hacer siempre dichosa, viviendo con ella amorosa y santamente hasta el fin de sus d¨ªas. Mas cuando estaba siendo amortajado y adornado para la sepultura, un cortesano not¨® junto a su sien con la yema de los dedos el borde de una delgad¨ªsima m¨¢scara de oro que cubr¨ªa su rostro. ??Ha prevaricado! ?, grit¨® el mandar¨ªn, al tiempo que arrancaba de un golpe la m¨¢scara para hacer manifiesta la terrible y sacr¨ªlega impostura; pero cu¨¢l no ser¨ªa el asombro y la admiraci¨®n de todos los presentes, al ver que el semblante que entonces se mostr¨® a sus ojos ten¨ªa las facciones absolutamente id¨¦nticas a las de la m¨¢scara.Una historia inmortal como es ¨¦sta ser¨¢ siempre capaz de desplegar, cada vez que vuelva a ser contada, un abanico entero de interpretaciones diferentes, todas igualmente leg¨ªtimas, y su ¨²ltima luz filos¨®fica y moral est¨¢ tal vez tan s¨®lo en la confrontaci¨®n y conciliaci¨®n de todas ellas; queda, pues, entendido que la que aqu¨ª se va a dar y comentar no quiere ser m¨¢s que una de tantas, valga por lo que valiere y sin menoscabo alguno de la validez de cualquier otra: ning¨²n semblante humano puede configurar en sus facciones ?el rostro de la perfecta santidad? como un semblante natural, porque la santidad no nace del interior, como un fruto espont¨¢neo de la naturaleza, sino que es inducida y conformada desde fuera, como una obra del esp¨ªritu. La imagen de la perfecta santidad no ser¨¢ nunca en ning¨²n joven m¨¢s que una m¨¢scara postiza, es decir, un modelo artificioso, y la santidad misma habr¨¢ de ser, por tanto, afectaci¨®n, ficci¨®n, invenci¨®n, alienaci¨®n. La m¨¢scara de oro de la perfecta santidad no fue al principio m¨¢s que prenda de promesa con la que el alma respond¨ªa a la llamada del esp¨ªritu, al soplo exterior que despierta y solicita a la naturaleza para que, liber¨¢ndose de su inerte servidumbre, elev¨¢ndose sobre s¨ª misma, encame bajo el dictado del esp¨ªritu la figura viviente de la santidad. Unicamente cuando toda una vida de perfecci¨®n y de virtud haya sabido cumplir la promesa de la m¨¢scara, la propia naturaleza habr¨¢ hecho verdaderas, respecto de s¨ª misma, las facciones postizas y el semblante de carne habr¨¢ llenado e imitado desde dentro hasta el ¨²ltimo repliegue del rostro del esp¨ªritu, hasta alcanzar la identidad completa. Por eso tan s¨®lo a la hora de la muerte puede encontrarse el rostro de la perfecta santidad no s¨®lo como m¨¢scara, sino tambi¨¦n como semblante natural, pues la f¨¢bula nos ense?a al mismo tiempo c¨®mo la santidad no yace como un dep¨®sito en el ser, sino que vive como un aliento en el obrar.
Excusando la mejor o peor fortuna con que es desarrollada en su teatro, la concepci¨®n del albedr¨ªo encontr¨®, sin duda, su imagen m¨¢s feliz y m¨¢s fecunda en don Pedro Calder¨®n: el albedr¨ªo, la verdadera libertad que elige e inventa -sea cual fuere en el hombre su medida-, domina la conducta y est¨¢ sobre las obras, como el actor teatral sobre la acci¨®n que representa; un mundo de hombres plenamente libres ser¨ªa un mundo en el que las almas guardar¨ªan con respecto a su hacer y padecer un modo y una forma de deliberaci¨®n e independencia comparables con los que en el teatro disfrutan los actores con respecto al papel que representan, al texto que recitan y a los hechos que fingen. La luminosa idea calderoniana de que en
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la ut¨®pica ciudad del albedr¨ªo emancipado y llevado hasta su plenitud, la existencia tendr¨ªa que ser sentida y enfrentada como ficci¨®n y representaci¨®n, hubo de ser magistralmente recogida, tres siglos m¨¢s tarde, por Franz Kafka, en el teatro natural de Oklahoma, de su novela Am¨¦rica. Otro brev¨ªsimo relato de Kafka, titulado La partida -respecto del cual abrigo personalmente la plena convicci¨®n de que no es sino una espl¨¦ndida par¨¢frasis del relato de la vocaci¨®n de Buda-, pone en labios del que parte la siguiente respuesta a la pregunta sobre cu¨¢l es su meta: Weg von hier, das ist ..mein Ziel (Fuera de aqu¨ª, tal es mi meta).
El esp¨ªritu llama desde fuera, desde lejos, y el lugar hacia donde acaso quiere atraer a los llamados, por ser un verdadero exterior, por oponerse al lugar de la naturaleza, que es un lugar dado, determinado y conocido, s¨®lo se deja definir por modo negativo. Bajo las m¨¢s diversas fisonom¨ªas concretas, toda gran moral se ha caracterizado siempre por cimentar su posibilidad y cifrar su impulso y su sentido en la condici¨®n de sujeto proteico y perfectible que distingue al hombre. Es f¨¢cil imaginar qu¨¦ sentimiento es el que hace que en muchas m¨¢s historias o leyendas de vocaci¨®n o conversi¨®n de cuantas pudieran ser atribuidas al azar o la estad¨ªstica recurran hechos, acciones o figuras en que resulta suscitado, apuntado o referido un exterior. O es el alto exterior de donde Saulo oye venir la voz en el camino de Damasco, o es la intemperie total hacia la que Francisco de As¨ªs vuelve sus pasos con la m¨¢s absoluta desnudez por toda pertenencia, o es el desierto hacia el que salen los que escuchan la voz del que clama en el desierto, o es el weg-von-hier del jinete kafkiano, que lleva un Buda oculto bajo el pecho, o es el gran exterior hac¨ªa el que por s¨ª solas se abren de par en par las puertas del palacio y la ciudad ante el caballo del pr¨ªncipe Gautama; siempre hay un fuera, un exterior, una intemperie enf¨¢ticamente referida, y no como ¨¢mbito est¨¢tico, sino como horizonte de un partir o como lejan¨ªa de donde se nos llama, all¨ª donde alguien responde al soplo del esp¨ªritu. ?Ser¨¢ el exterior sentido como el sitio del esp¨ªritu por contraposici¨®n a una naturaleza cuyo ensimismamiento y servidumbre se configura y representa en forma de interior? El movimiento hacia la santidad parece haber tenido siempre un aspecto de salida; el llamado por el esp¨ªritu responde siempre poni¨¦ndose en camino, pero no hay determinaci¨®n de meta positiva: ya se ha puesto en camino y a¨²n no sabe si va; lo que s¨ª sabe, en cambio, perfectamente bien, es que se va; la referencia al lugar del que se va es siempre la dominante en la determinaci¨®n del movimiento que responde a la llamada, y a menudo se recarga y acent¨²a con dram¨¢ticos rasgos de activa negaci¨®n, como cuando Francisco, el hijo de Pedro Bernard¨®n, remacha su partida despoj¨¢ndose, antes de franquear las puertas de la ciudad de As¨ªs, de las ¨²ltimas prendas que cubr¨ªan su cuerpo. M¨¢s que de ir a parte alguna, y menos todav¨ªa de llegar, se trata de partir. El impulso del esp¨ªritu se cumple en la partida, y el que parte ya ha respondido a la llamada; la santidad perfecta est¨¢ todav¨ªa tan lejos como una vida entera, pero el peregrino tiene ya en la diestra, firmemente empu?ado, el b¨¢culo de luz del albedr¨ªo.
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