Cunqueiro
Entre Lezama Lima y obispo de Mondo?edo, como un can¨®nigo de Santiago que se hubiese venido en tren y de paisano, a visitar una prima monja y comer en Bot¨ªn, Alvaro Cunqueiro aparec¨ªa por Madrid de tarde en tarde, con gafas de m¨¦dico de s¨ª mismo que se recetaba todo el rato setas dif¨ªciles, dulcer¨ªo del santoral y lechones enteros, a m¨¢s de alg¨²n vino prior.Vargas Llosa, en su quiz¨¢ prematuro estudio sobre Garc¨ªa-M¨¢rquez (tan generoso, por otra parte: cu¨¢ndo aqu¨ª hubiera escrito alguien sobre un compa?ero/rival de generaci¨®n), le encuentra a Cien a?os de soledad precedentes en los n¨®rdicos y en el Orlando de Virginia Woolf (indudables), pero ni una sola lectura espa?ola. Mi natural homenaje a la genialidad absoluta que dicta la novela del colombiano, me hace suponerle lector, sin duda, de Valle-Incl¨¢n y Alvaro Cunqueiro, porque todo el fantasismo de los suramericanos est¨¢, antes que en modelos anglosajones, en los gallegos. Torrente-Ballester, con su Saga/fuga, no hizo una imitaci¨®n, como creen/leen los torpes de o¨ªdo literario, sino una reivindicaci¨®n: la fantas¨ªa, al castellano, se la pone el gallego. Alguna vez almorc¨¦ con el asombroso, sencillo y abacial Alvaro Cunqueiro, en restaurantes madrile?os que yo, madrile?o, naturalmente no conoc¨ªa:
-Lo que yo hubiese querido ser, Umbral, es cocinera de un ministro- me dec¨ªa.
Yo creo que conservaba una idea entre mitol¨®gica y provinciana de las cocineras y los ministros.
?... Y al Oeste, Portugal?, escribi¨® lejanamente Pedro de Lorenzo. Al Oeste, Galicia y la fantas¨ªa n¨®rdica. La imaginaci¨®n que le falta al castellano de Castilla. Vicente Risco, Rosalia, Castelao, Blanco-Amor, Cela, Torrente, Cunqueiro.
Quien no sepa leer la fantas¨ªa fon¨¦tica -y no s¨®lo fon¨¦tica- que hay bajo el primer realismo de Cela, es que no sabe leer. Arriba y a la izquierda, con igual situaci¨®n que en el cerebro humano, est¨¢ en Espa?a la imaginaci¨®n. Mi admirado y entra?able Juan Cueto (en cuyos c¨ªrculos cunqueirianos le ruego me tramite) se pregunta por la conspiraci¨®n de silencio en torno a Cunqueiro. Hay que decirlo: Cunqueiro, primeramente, fue falangista. Y qu¨¦. Garcilaso fue imperialista. El socialrealismo hizo una antolog¨ªa po¨¦tica ignorando a Juan Ram¨®n. En nuestra literatura hay tambi¨¦n una permanente latente guerra civil. Aparte de que de la obcecaci¨®n antifranquista de la izquierda hay que culpar tambi¨¦n a Franco, naturalmente, porque en la Rep¨²blica de las letras (ahora vale la frase hecha) hubiese contado la calidad literaria, no la adhesi¨®n /desadhesi¨®n al Movimiento. Cunqueiro es uno de los primeros poetas y prosistas del siglo en dos idiomas peninsulares, castellano y gallego, y Un hombre que se parec¨ªa a Orestes no me es en nada inferior a otro libro que tengo fan¨¢ticamente rele¨ªdo: Cien a?os de soledad. Pero cuando le dieron el Nada? al Orestes de Cunqueiro, se lleg¨® a la avilantez de escribir que era una mala novela, escrita de encargo para el premio. Balzac y Dostoievski escribieron para pagar deudas, y no es que entre los prosistas m¨ªos tengan un altar, pero parece que les sal¨ªa seguido y han interesado al universo. El lector espa?ol se perplejiz¨® con el boom latinoch¨¦ (tan admirable) porque no sabe nada del permanente boom espa?ol. Valle y Cunqueiro est¨¢n en Carpentier (¨¦l me lo reconoc¨ªa, aunque ya s¨¦ que no vale argumentar con muertos), como Quevedo est¨¢ en Borges y Ram¨®n en Cort¨¢zar.
La literatura no es el Campeonato de Liga, pero a nuestro lector de Feria del Libro conviene recordarle estas cosas. Cunqueiro, obispo dulcemente blasfemo en su catedral de lluvia, muere sin que le haya importado nada de esto. Como debe ser.
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