Bartok y Beethoven, por Claudio Arrau y Rafael Orozco
Con un equilibrado e interesante programa, el director h¨²ngaro Mlklos Erd¨¦lyi (Budapest, 1928) se ha presentado en el ciclo de la Orquesta Nacional. Claudio Arrau (viernes y s¨¢bado) y Rafael Orozco (domingo) protagonizaron el concierto Emperador, de Beethoven. El viejo le¨®n, sobre el que escribimos hace unos d¨ªas, con motivo de su recital, testimoni¨® los valores personales y los de una escuela, la germana, que acaso t¨ªene en Arrau su ¨²ltimo gran representante: serenidad, profundidad de concepto, elocuencia bien entendida que no atenta a la m¨¢s exigente l¨®gica expositiva, resplandecen en el artista chileno, casi octogenario, para juntar vitalidad de esp¨ªritu y experienc¨ªa med¨ªtativa.Nuestro Rafael Orozco evidenci¨® su calidad musical, su temple y su nervio, su af¨¢n de claridad y su comedido aliento po¨¦tico. En ambos casos, la colaboraci¨®n de la ONE, dirigida por Erd¨¦lyi, fue mediana: los solistas no tuvieron respuesta adecuada ni en la calidad sonora ni en el matiz. Una vez m¨¢s ha de pensarse en los problemas de ensayos.
Obras de Beethoven y Bartok
Orquesta Nacional Director: M. Erd¨¦lyi. Solistas: Claudio Arrau, Rafael Orozco, K. M¨¦sz?ly y Gy?rgy Melis. - Teatro Real. 13, 14 y 15 de marzo.
M¨¢s a¨²n cuando El castillo de Barba Azul, que la ON E pon¨ªa por vez primera en sus atriles, debi¨® acaparar la mayor parte del tiempo disponible. La ¨®pera de Bela Bartok, escrita en 1911, no se estrena en Hungr¨ªa hasta 1918, bajo la direcci¨®n de Egisto Tango. Alemania la conoce (en traducci¨®n de Ziegler) cuatro a?os despu¨¦s; llega a Madrid, a los 39 a?os de su estreno mundial, de la mano de C¨¦sar Mendoza Lasalle, en noviembre de 1957; Smatacek y la Sinf¨®nica de RTVE. la programan en 1969, y en el Festival Internacional de Barcelona (1970) Antonio Ros Marb¨¢ la interpreta con la Orquesta de la Ciudad Condal y los solistas Irmgard Seefried y Walter Berry.
Ahora hemos podido admirar una versi¨®n de gran calidad, pues tanto la mezzo -Katalin M¨¦sz?l- y como el bar¨ªtono -Gy?rgy Melisposeen medios vocales de primer orden y talento interpretativo capaz de desentra?ar la estremecedora m¨²sica del Barba Azul bartokiano.
El tema del cuento de Perrault -escrito en 1697- parece proceder de la historia del caballero Gilles de Retz, ajusticiado en Nantes a mediados del siglo XV, y ha dado lugar a diversos tratamientos literarios y musicales. En el terreno de la ¨®pera o teatro musical, se adjudica a Gretry la primac¨ªa con su Raoul Barbe Bleue, comedia en prosa con arietas, sobre texto de Sedaine, estrenada en 1791. En nuestro siglo se suceden los Barba Azul de Paul Dukas, sobre Maeterlinck (1907); Bartok, sobre Balasz (1911), y Reznicek, sobre Eulenberg, (1920), sin olvidar la opereta de Offenbach, sobre Meilhac y Halevy, de 1866, estrenada en Madrid, seg¨²n versi¨®n espa?ola de Povedano y Vidal, tres a?os m¨¢s tarde.
Un mundo de Kafka
Desde el punto de vista ideol¨®gico, El castillo de Barba Azul fue definido por el propio Bartok con estas precisas palabras: ?En este castillo de tinieblas y soledad -representaci¨®n del alma humana- la ¨²ltima palabra es angustia y llanto: es un mundo de Kafka?, lo que lleva muy lejos el simbolismo de Maeterlinck, cuando el mismo tema es tratado por Bela Baiasz.
Musicalmente se advierte la influencia del Pelleas debussyano para la musicilizaci¨®n del idioma el franc¨¦s en un caso, el h¨²ngaro en otro. En cuanto a procedimientos, ni puede olvidarse cierta presi¨®n impresionista ni tampoco la confesada admiraci¨®n de Bartok por Strauss, cuyo poema As¨ª hablaba Zarathustra (,onmueve al compositor cuando lo escucha, en 1902.
Anotemos otra confesada ascendencia bartokiana, capaz -seg¨²n sus palabras- de desplazar la del binomio Wagner-Strauss: la de Franz Llszt. Despu¨¦s de vencer una primera actitud de antipat¨ªa -provocada por el falso hungarismo tziganista de las rapsodias-, el renovado estudio y el detenido an¨¢lisis de Liszt (A?os de peregrinaje Armon¨ªas po¨¦ticasy religiosas, Sinfon¨ªa Fausto), Bartok descubre la verdadera importancia de su compatr¨ªota para la evoluci¨®n ulterior de la m¨²sica. Puestos a buscar coordenadas, tampoco ser¨ªa l¨ªcito pasar por alto el tenebrismo nacionalista de Moussorgsky, su especial manera de extraer de las tradiciones material y caracter¨ªsticas capaces de alumbrar un arte nuevo.
En definitiva, la fuerza mayor reside en el talento creador del m¨²sico h¨²ngaro, en la t¨®nica exasperada de su dramatismo, en la imaginaci¨®n para acertar con coloraciones intr¨ªnsecamente teatrales, no s¨®lo desde un punto de vista exterior, sino tambi¨¦n como penetraci¨®n psicol¨®gica de personajes y acciones. En tal sentido, El castillo de Barba Azul es un proceso de creciente tensi¨®n que va del clima misterioso y oscuro a la desesperaci¨®n; del halo impresionista a la cruel realidad expresionista.
Todo el repertorio bartokiano est¨¢ aqu¨ª vivo, para endurecerse en El mandar¨ªn maravilloso, para volver, de otra forma, en la M¨²sica para celesta. Y en cuanto a procedimientos, largo ser¨ªa tratar cuanto sugiere una obra de este calibre, no s¨®lo en lo que m¨¢s llama la atenci¨®n -la invenci¨®n instrumental-, sino en la evoluci¨®n tem¨¢tica, sencilla y compleja a la vez. (Al lector interesado recomierldo el trabajo de Glorgy Kroo Monothematik und dramaturgie in Bartok's B¨¹hnenwerken, revista Studia Musicol¨®gica, Budapest, 1963).
Todo cuanto en el acompa?amiento de Beethoven fue mediocre en el director Miklos Erd¨¦lyi se torn¨® gran calidad y potencia dram¨¢tica, estupenda veracidad, riqueza de contrastes, sutileza de ambientaci¨®n po¨¦tica en El castillo... Lo que justific6 el gran ¨¦xito conseguido por ¨¦l, la orquesta y los excelentes cantantes h¨²ngaros Katal¨ªn M¨¦sz?ly y Giy?rgy Melis.
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