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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Libertad y democracia para Argentina

Si algo sabemos los escritores es que las palabras pueden llegar a cansarse y a enfermarse, como se cansan y se enferman los hombres o los caballos. Hay palabras que a fuerza de ser repetidas, y muchas veces mal empleadas, terminan por agotarse, por perder poco a poco su vitalidad. En vez de brotar de las bocas o de la escritura como lo que fueron alguna vez, flechas de la comunicaci¨®n, p¨¢jaros del pensamiento y de la sensibilidad, las vemos o las o¨ªmos caer como piedras opacas, empezamos a no recibir de lleno su mensaje o a percibir solamente una faceta de su contenido, a sentirlas como monedas gastadas, a perderlas cada vez m¨¢s como signos vivos y a servirnos de ellas como pa?uelos de bolsillo, como zapatos usados.Los que asistimos a reuniones como esta sabemos que hay palabras-clave, palabras-cumbre que condensan nuestras ideas, nuestras esperanzas y nuestras decisiones, y que deber¨ªan brillar como estrellas mentales cada vez que se las pronuncia. Sabemos muy bien cu¨¢les son esas palabras en las que se centran tantas obligaciones y tantos deseos: libertad, dignidad, derechos humanos, pueblo, justicia social, democracia, entre muchas otras. Y ah¨ª est¨¢n otra vez esta noche, aqu¨ª las estamos diciendo porque debemos decirlas, porque ellas aglutinan una inmensa carga positiva sin la cual nuestra vida, tal como la entendemos, no tendr¨ªa el menor sentido, ni como individuos ni como pueblos. Aqu¨ª est¨¢n otra vez esas palabras, las estamos diciendo, las estamos escuchando. Pero en algunos de nosotros, acaso porque tenemos un contacto m¨¢s obligado con el idioma que es nuestra herramienta est¨¦tica de trabajo, se abre paso un sentimiento de inquietud, un temor que ser¨ªa f¨¢cil callar en el entusiasmo y la fe del momento, pero que no debe ser callado cuando se le siente con la fuerza y con la angustia con que a mi me ocurre sentirlo.

Una vez m¨¢s, como en tantas reuniones, coloquios, mesas redondas, tribunales y comisiones, surgen entre nosotros palabras cuya necesaria repetici¨®n es prueba de su importancia; pero a la vez se dir¨ªa que esa reiteraci¨®n las est¨¢ como limando, desgastando, apagando. Digo: libertad, digo democracia, y de pronto siento que he dicho esas palabras sin haberme planteado una vez m¨¢s su sentido m¨¢s hondo, su mensaje m¨¢s agudo, y siento tambi¨¦n que muchos de los que las escuchan las est¨¢n recibiendo a su vez como algo que amenaza convertirse en un estereotipo, en un clis¨¦ sobre el cual todo el mundo est¨¢ de acuerdo porque esa es la naturaleza misma del clis¨¦ y del estereotipo: anteponer un lugar com¨²n a una vivencia, una convenci¨®n a una reflexi¨®n, una piedra opaca a un p¨¢jaro vivo.

Definici¨®n inequ¨ªvoca

?Con qu¨¦ derecho digo aqu¨ª estas cosas? Con el simple derecho de alguien que ve en el habla el punto m¨¢s alto que haya escalado el hombre buscando saciar su sed de conocimiento y de comunicaci¨®n, es decir, de avanzar positivamente en la historia como ente social, y de ahondar como individuo en el contacto con sus semejantes. Sin la palabra no habr¨ªa historia y tampoco habr¨ªa amor; ser¨ªamos, como el resto de los animales, mera perpetuaci¨®n y mera sexualidad. El habla nos une como parejas, como sociedades, como pueblos. Hablamos porque somos, pero somos porque hablamos. Y es entonces que en las encrucijadas cr¨ªticas, en los enfrentamientos de la luz contra la tiniebla, de la raz¨®n contra la brutalidad, de la democracia contra el fascismo, el habla asume un valor supremo del que no siempre nos damos cuenta. Ese valor, que deber¨ªa ser nuestra fuerza diurna frente a las acometidas de la fuerza nocturna, ese valor que nos mostrar¨ªa con una m¨¢xima claridad el camino frente a los laberintos y las trampas que nos tiende el enemigo, ese valor del habla lo manejamos a veces como quien pone en marcha su autom¨®vil o sube la escalera de su casa, mec¨¢nicamente, casi sin pensar, d¨¢ndolo por sentado y por v¨¢lido, descontando que la libertad es la libertad, y la justicia es la justicia, as¨ª tal cual y sin m¨¢s, como el cigarrillo que ofrecemos o que nos ofrecen.

Hoy, en que tanto en Espa?a como en muchos otros pa¨ªses del mundo se juega una vez m¨¢s el destino de los pueblos frente al resurgimiento de las pulsiones m¨¢s negativas de la especie, yo siento que no siempre hacemos el esfuerzo necesario para definirnos inequ¨ªvocamente en el plano de la comunicaci¨®n verbal, para sentimos seguros de las bases profundas de nuestras convicciones y de nuestras conductas sociales y pol¨ªticas. Y eso puede llevarnos en muchos casos a luchar en la superficie, a batirnos sin conocer a fondo el terreno donde se libra la batalla y donde debemos ganarla. Seguimos dejando que esas palabras que transmiten nuestras consignas, nuestras opciones y nuestras conductas se desgasten y se fatiguen a fuerza de repetirse dentro de moldes avejentados, de ret¨®ricas que inflaman la pasi¨®n y la buena voluntad, pero que no incitan a la reflexi¨®n creadora, al avance en prof¨®dnidad de la inteligencia, a las tomas deposici¨®n que signifiquen un verdadero paso adelante en la b¨²squeda de nuestro futuro.

T¨¦cnicas de infiltraci¨®n

Todo esto ser¨ªa acaso menos grave si frente a nosotros no estuvieran aquellos que, tanto en el plano del idioma como en el de los hechos, intentan todo lo posible para imponernos una concepci¨®n de la vida, del Estado, de la sociedad y del individuo, basada en el desprecio elitista, en la discriminaci¨®n por razones raciales y econ¨®micas, en la conquista de un poder omn¨ªmodo por todos los medios a su alcance, desde la destrucci¨®n f¨ªsica de pueblos enteros hasta el sojuzgamiento de aquellos grupos humanos que ellos destinan a la explotaci¨®n econ¨®mica y a la alienaci¨®n individual. Si algo distingue al fascismo y al imperialismo como t¨¦cnicas de infiltraci¨®n, es precisamente su empleo tendencioso del lenguaje, su manera de servirse de los mismos conceptos que estamos utilizando aqu¨ª esta noche para alterar y viciar su sentido m¨¢s profundo y proponerlos como consigna de su ideolog¨ªa. Palabras como patria, libertad y civilizaci¨®n saltan como conejos en todos sus discursos, en todos sus art¨ªculos period¨ªsticos. Pero para ellos, la patria es una plaza fuerte destinada por definici¨®n a menospreciar y a amenazar a cualquier otra patria que no est¨¦ dispuesta a marchar a su lado en el desfile de los pasos de ganso. Para ellos, la libertad es su libertad, la de una minor¨ªa entronizada y todopoderosa, sostenida ciegamente por masas realmente masificadas. Para ellos, la civilizaci¨®n esel estancamiento en un conformismo permanente, en una obediencia incondicional. Y es entonces que nuestra excesiva confianza en el valor positivo que para nosotros tienen esos t¨¦rminos puede colocarnos en desventaja, frente a ese uso diab¨®lico del lenguaje. Por la muy simple raz¨®n de que nuestros enemigos han mostrado su capacidad de insinuar, de introducir paso a paso un vocablo que se presta como ninguno al enga?o, y si por nuestra parte no damos al habla su sentido m¨¢s aut¨¦ntico y verdadero, puede llegar el momento en que ya no se vea con la suficiente claridad la diferencia esencial entre nuestros valores pol¨ªticos y sociales y los de aquellos que presentan sus doctrinas vestidas con prendas parecidas; puede llegar el d¨ªa en que el uso reiterado de las mismas palabras por unos y por otros no dej¨® ver ya la diferencia esencial de sentido que hay en t¨¦rminos tales como individuo, como justicia social, como derechos humanos, seg¨²n que sean dichos por nosotros o por cualquier demagogo del imperialismo o del fascismo. Hubo un tiempo, sin embargo, en que las cosas no fueron as¨ª. Basta mirar hacia atr¨¢s en la historia para asistir al nacimiento de esas palabras en su forma m¨¢s pura, para sentir su temblor matinal en los labios de tantos visionarios, de tantos fil¨®sofos, de tantos poetas. Y eso, que era expresi¨®n de utop¨ªa o deje ideal en sus bocas y en sus escritos, habr¨ªa de llenarse de ardiente vida cuando una primera y fabulosa colvulsi¨®n popular las volvi¨® realidad en el estallido de la Revoluci¨®n Francesa. Hablar de libertad, de igualdad y de fraternidad dej¨® entonces de ser una abstracci¨®n del deseo para entrar de lleno en la dial¨¦ctica cotidiana de la historia vivida. Y a pesar de las contrarrevoluciones, de las traiciones profundas que habr¨ªan de encarnarse en figuras como las de un Napole¨®n Bonaparte y las de tantos otros, esas palabras conservaron su sabor m¨¢s humano, su mensaje m¨¢s acuciante, que despert¨® a otros pueblos, que acompa?¨® el nacimiento de las democracias y la liberaci¨®n de tantos pa¨ªses oprimidos a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del nuestro. Esas palabras no estaban ni enfermas ni cansadas, a pesar de que, poco a poco, los intereses de una burgues¨ªa ego¨ªsta y despiadada empezaba a recuperarlas para sus propios fines, que eran y son el enga?o, el lavado de cerebros ingenuos o ignorantes, el espejismo de las falsas democracias como lo estamos viendo en la mayor¨ªa de los pa¨ªses industrializados que contin¨²an decididos a imponer su ley y sus m¨¦todos a la totalidad del planeta. Poco a poco esas palabras se viciaron, se enfermeraron a fuerza de ser violadas por las peores demagogias del lenguaje dominante. Y nosotros, que las amamos porque en ellas alienta nuestra verdad, nuestra esperanza y nuestra lucha, seguimos dici¨¦ndolas porque las necesitamos, porque son las que deben expresar y transmitir nuestros valores positivos, nuestras normas de vida y nuestras consignas de combate.

Un ejemplo entre muchos puede mostrar la c¨ªnica deformaci¨®n del lenguaje por parte de los opresores de los pueblos. A lo largo de la segunda guerra mundial, yo escuchaba desde mi pa¨ªs, la Argentina, las transmisiones radiales por ondas cortas de los aliados y de los nazis. Recuerdo, con un asco que el tiempo no ha hecho m¨¢s que multiplicar, que las noticias difundidas por la radio de Hitler comenzaban cada vez con esta frase: ?Aqu¨ª Alemania, defensora de la cultura?. S¨ª, ustedes me han o¨ªdo bien, sobre todo ustedes, los m¨¢s j¨®venes, para quienes esa ¨¦poca es ya apenas una p¨¢gina en el manual de historia. Cada noche la voz repet¨ªa la misma frase: ?Alemania, defensora de la cultura?. La repet¨ªa mientras millones de jud¨ªos eran exterminados en los campos de concentraci¨®n, la repet¨ªa mientras los te¨®ricos hitleristas proclamaban sus teor¨ªas sobre la primac¨ªa de los arios puros y su desprecio por todo el resto de la humanidad considerada, como inferior. La palabra cultura, que concentra en su infinito contenido la definici¨®n m¨¢s alta del ser humano, era presentada como un valor que el hitlerismo pretend¨ªa defender con sus divisiones blindadas, quemando libros en inmensas piras, condenando las formas m¨¢s audaces y hermosas del arte moderno, masificando el pensamiento y la sensibilidad de enormes multitudes. Eso suced¨ªa en los a?os cuarenta pero la distorsi¨®n del lenguaje es todav¨ªa peor en nuestros d¨ªas, cuando la sofisticaci¨®n de los medios de comunicaci¨®n la vuelve a¨²n m¨¢s eficaz y peligrosa, puesto que ahora franquea los ¨²ltimos umbrales de la vida individual, y desde los canales de la televisi¨®n o las ondas radiales puede invadir y fascinar a quienes no siempre son capaces de reconocer sus verdaderas intenciones.

Mi propio pa¨ªs, Argentina, proporciona hoy otro ejemplo de esta, colonizaci¨®n de la inteligencia por deformaci¨®n de la palabra. En momentos en que diversas comisiones internacionales investigan las denuncias sobre los miles y miles de desaparecidos en el pa¨ªs, y daban a conocer informes aplastantes donde todas las formas de violaci¨®n de los derechos humanos aparec¨ªan probadas y documentadas, la Junta Militar organiz¨® una propaganda basada en el siguiente eslogan: ?Los argentinos somos derechos y humanos?. As¨ª, esos dos t¨¦rminos indisolublemente ligados desde la Revoluci¨®n Francesa y en nuestros d¨ªas por la Declaraci¨®n de las Naciones Unidas, fueron insidiosamente separados, y la noci¨®n de derecho pas¨® a tomar un sentido totalmente disociado de su significaci¨®n ¨¦tica, jur¨ªdica y pol¨ªtica para convertirse en el elogio demag¨®gico de una supuesta manera de ser de los argentinos.

Pero acaso no haya en esos momentos una utilizaci¨®n m¨¢s insidiosa del habla que la utilizada por el imperialismo norteamericano para convencer a su propio pueblo y a los de sus aliados europeos de que es necesario sofocar de cualquier manera la lucha revolucionaria en El Salvador. Para empezar se escamotea el t¨¦rmino ?revoluci¨®n?, a fin de negar el sentido esencial de la larga y dura lucha del pueblo salvadore?o por su libertad -otro t¨¦rmino que es cuidadosamente eliminado-, todo se reduce as¨ª a lo que se califica de enfrentamientos entre grupos de ultraderecha y de ultraizquierda (estos ¨²ltimos denominados siempre como ?marxistas?), en medio de los cuales la Junta de Gobierno aparece como un agente de moderaci¨®n y de estabilidad que es necesario proteger a toda costa. La consecuencia de este enfoque verbal totalmente falseado tiene por objeto convencer a la poblaci¨®n norteamericana de que frente a toda situaci¨®n pol¨ªtica considerada como inestable en los pa¨ªses vecinos, el deber de Estados Unidos es defender la democracia dentro y fuera de sus fronteras, con lo cual ya tenemos bien instalada la palabra ?democracia? en un contexto con el que naturalmente no tiene nada que ver. Y as¨ª podr¨ªamos seguir pasando revista al doble juego de escamoteos y de tergiversaciones verbales que, como se puede comprobar cien veces en ese y en tantos otros casos, termina por influir en mucha gente y, lo que es peor, golpea las puertas de nuestro propio discurso pol¨ªtico con las armas de la televisi¨®n, de la Prensa y del cine, para ir generando una confusi¨®n mental progresiva, un desgaste de valores, una lenta enfermedad del habla, una fatiga contra la que no siempre luchamos como deber¨ªamos hacerlo.

?Pero en qu¨¦ consiste ese deber? Detr¨¢s de cada palabra est¨¢ presente el hombre como historia y como conciencia, y es en la naturaleza del hombre donde se hace necesario ahondar a la hora de asumir, de exponer y de defender nuestra concepci¨®n de la democracia y de la justicia social. Ese hombre que pronuncia tales palabras, ?est¨¢ bien seguro de que cuando habla de democracia abarca el conjunto de sus semejantes sin la mejor restricci¨®n de tipo ¨¦tnico, religioso o idiom¨¢tico? Ese hombre que habla de libertad, ?est¨¢ seguro de que en su vida privada, en el terreno del matrimonio, de la sexualidad, de la paternidad o la maternidad, est¨¢ dispuesto a vivir sin privilegios at¨¢vicos, sin autoridad desp¨®tica, sin machismo y sin feminismo entendidos como rec¨ªproca sumisi¨®n de los sexos? Ese hombre que habla de derechos humanos, ?est¨¢ seguro de que sus derechos no se benefician c¨®modamente de una cierta situaci¨®n, social o econ¨®mica frente a otros hombres que carecen de los medios o la educaci¨®n necesarios para tener conciencia de ellos y hacerlos valer?

Es tiempo de decirlo: las hermosas palabras de nuestra lucha ideol¨®gica y pol¨ªtica no se enferman y se fatigan por s¨ª mismas, sino por el mal uso que les dan nuestros enemigos y el que en muchas circunstancias les damos nosotros. Una cr¨ªtica profunda de nuestra naturaleza, de nuestra manera de pensar, de sentir y de vivir, es la ¨²nica posibilidad que tenemos de devolverle al habla su sentido m¨¢s alto, limpiar esas palabras que tanto usamos sin acaso vivirlas desde adentro, sin practicarlas aut¨¦nticamente desde adentro, sin ser responsables de cada una de ellas desde lo m¨¢s hondo de nuestro ser. S¨®lo as¨ª esos t¨¦rminos alcanzar¨¢n la fuerza que exigimos en ellos, s¨®lo as¨ª ser¨¢n nuestros y solamente nuestros. La tecnolog¨ªa le ha dado al hombre m¨¢quinas que lavan las ropas y la vajilla, que les devuelven el brillo y la pureza para su mejor uso. Es hora de pensar que cada uno de nosotros tiene una m¨¢quina mental de lavar, y que esa m¨¢quina es su inteligencia y su conciencia; con ella podemos y debemos lavar nuestro lenguaje pol¨ªtico de tantas adherencias que lo debilitan. S¨®lo as¨ª lograremos que el futuro responda a nuestra esperanza y a nuestra acci¨®n, porque la historia es el hombre y se hace a su imagen y a su palabra.

Este texto recoge las palabras pronunciadas por Julio Cort¨¢zar en el acto celebrado en el Centro Cultural de la Villa de Madrid, el 6 de marzo de este a?o, convocado por la Comisi¨®n Argentina de Derechos Humanos (CADHU).

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