Punto final a un incidente ingrato
Nunca, desde que tengo memoria, he dado las gracias por un elogio escrito ni me he contrariado por una injuria de Prensa. Es justo cuando uno se expone a la contemplaci¨®n p¨²blica a trav¨¦s de sus libros y sus actos, como yo lo he hecho, los lectores deben disfrutar del privilegio de decir lo que piensan, aunque sean pensamientos infames. Por eso renunci¨¦ hace mucho tiempo al derecho de r¨¦plica y rectificaci¨®n -que deb¨ªa considerarse como uno de los derechos humanos- y, desde entonces, en ning¨²n caso y ni una sola vez en ninguna parte del inundo he respondido a ninguno de los tantos agravios que se me han hechoo, y de un modo especial en Colombia.Me veo obligado a permitirme ahora una sola excepci¨®n, para comentar los dos argumentos ¨²nicos con que el Gobierno ha querido explicar mi intempestiva salida de Colombia la semana pasada. Distintos funcionarios, en todos los tonos y en todas las formas, han coincidido en dos cargos concretos. El primero es que me fui de Colombia para darle una mayor resonancia publicitaria a mi pr¨®ximo libro. El segundo es que lo hice en apoyo de una campa?a internacional para desprestigiar al pa¨ªs. Ambas acusaciones son tan fr¨ªvolas, adem¨¢s de contradictorias, que uno se pregunta escandalizado si de veras habr¨¢ alguien con dos dedos de frente en el tim¨®n de nuestros, destinos.
La ¨²nica desdicha grande que he conocido en mi vida es el asedio de la publicidad. Esto, al contrario de lo que creo merecer, me ha condenado a vivir como un fugitivo No asisto nunca a actos p¨²blicas ni a reuniones multitudinarias, no he dictado nunca una conferencia, no he participado ni pienso participar jam¨¢s en el lanzamiento de un libro, les tengo tanto miedo a los micr¨®fonos y a las c¨¢maras de televisi¨®n como a los aviones, y a los periodistas les consta que cuando concedo una entrevista es porque respeto tanto su oficio que no tengo coraz¨®n para decirles que no.
Esta determinaci¨®n de no con vertirme en un espect¨¢culo p¨²blico me ha permitido conquistar la ¨²nica gloria que no tiene precio: la preservaci¨®n de mi vida privada. A toda hora, en cual quier parte del mundo, mientras la fantas¨ªa p¨²blica me atribuye compromisos fabulosos, estoy siempre en el ¨²nico ambiente en que me siento ser yo mismo: con un grupo de amigos. Mi m¨¦rito mayor no es haber escrito mis libros, sino haber defendido mi tiempo para ayudar a Mercedes a criar bien a nuestros hijos. Mi mayor satisfacci¨®n no es haber ganado tantos y tan maravillosos amigos nuevos, sino haber conservado, contra los vientos m¨¢s bravos, el afecto de los m¨¢s antiguos. Nunca he faltado a un compromiso, ni he revelado un secreto que me fuera confiado para guardar, ni me he ganado un centavo que no sea con la m¨¢quina de escribir. Tengo convicciones pol¨ªticas claras y firmes, sustentadas, por encima de todo, en mi propio sentido de la realidad, y siempre las he dicho en p¨²blico para que pueda o¨ªrlas el que las quiera o¨ªr. He pasado por casi todo en el mundo. Desde ser arrestado y escupido por la polic¨ªa francesa, que me confundi¨® con un rebelde argelino, hasta quedarme encerrado con el papa Juan Pablo II en su biblioteca privada, porque ¨¦l mismo no lograba girar la llave en la cerradura. Desde haber comido las sobras de un caj¨®n de basuras en Par¨ªs, hasta dormir en la cama romana donde muri¨® el rey don Alfonso XIII. Pero nunca, ni en las verdes ni en las maduras, me he permitido la soberbia de olvidar que no soy nadie m¨¢s que uno de los 16 hijos del telegrafista de Aracataca. De esa lealtad a mi origen se deriva todo lo dem¨¢s: mi condici¨®n humana, mi suerte literaria y mi honradez pol¨ªtica.
He dicho alguna vez que todo honor se paga, que toda subvenci¨®n compromete y que toda invitaci¨®n se queda debiendo. Por eso he sido siempre tan cuidadoso en mi vida social. Nunca he aceptado m¨¢s almuerzos que los de mis amigos probados. Hace muchos a?os, cuando era cr¨ªtico de cine y estaba sometido a la presi¨®n de los exhibidores, conservaba siempre el pase de favor para demostrar que no hab¨ªa sido usado, y pagaba la entrada. No acepto invitaciones de viajes con gastos pagados.
El boleto de nuestro vuelo a M¨¦xico de la semana pasada -a pesar de la gentil resistencia de la embajadora de aquel pa¨ªs en Colombia- lo compramos con nuestro dinero. Pocos d¨ªas antes, sin consultarlo conmigo, un amigo servicial le hab¨ªa pedido al alcalde de Bogot¨¢ que hiciera cambiar el horario del racionamiento el¨¦ctrico en mi casa, pues coincid¨ªa con mi tiempo de trabajo, y tengo un estudio sin luz natural y una m¨¢quina de escribir el¨¦ctrica. El alcalde le contest¨®, con toda la raz¨®n, que Balzac era mejor escritor que yo y, sin embargo, escrib¨ªa con velas. Al amigo que me lo cont¨® indignado le repliqu¨¦ que el se?or alcalde cumpli¨® con su deber, y que contest¨® lo que deb¨ªa contestar.
La gente que me conoce sabe que esta es mi personalidad real, m¨¢s all¨¢ de la leyenda y la perfidia, y que si qued¨¦ mal hecho de f¨¢brica ya es demasiado tarde para volverme a hacer nuevo. De modo que no, ilustres oligarcas de pacotilla: nadie se construye una vida as¨ª, con las puras u?as, y con tanto rigor minuto a minuto, para salir de pronto con el chorro de babas de asilarse y exiliarse s¨®lo para vender un mill¨®n de libros, que adem¨¢s ya estaban vendidos.
El segundo cargo, de que me fui de Colombia con el ¨²nico prop¨®sito de desprestigiar al pa¨ªs, es todav¨ªa ni ellos consistente. Pero tiene el m¨¦rito de ser una creaci¨®n personal del presidente de la Rep¨²blica, aturdido por la imagen cada vez m¨¢s deplorable de su Gobierno en el exterior. Lo malo es que me lo haya atribuido a m¨ª, pues tengo la buena suerte de disponer de dos argumentos para sacarlo de su error.
El primero es muy simple, pero quiero suplicar que lo lean con la mayor atenci¨®n, porque puede resultar sorprendente. Es este: en ninguna de mis ya incontables entrevistas a trav¨¦s del mundo entero -hasta ahora- no hab¨ªa hecho nunca ninguna declaraci¨®n sobre la situaci¨®n interna de Colombia. ni hab¨ªa escrito una palabra que pudiera ser utilizada contra ella. Era una norma moral que me hab¨ªa impuesto desde que tuve conciencia del poder indeseable que ten¨ªa entre manos, y logr¨¦ mantenerla, contra viento y marea, durante casi 30 a?os de vida errante. Cada vez que quise hacer un comentario sobre la situaci¨®n interna de Colombia lo vine a hacer dentro de ella o a trav¨¦s de nuestra Prensa. El que tenga una evidencia contra esta afirmaci¨®n le suplico que la haga conocer de inmediato, de un modo serio e inequ¨ªvoco y con pruebas terminantes. Pues tambi¨¦n suplico a mis lectores que si esas pruebas no aparecen, o no son convincentes, lo consideren y proclamen desde ahora y para siempre como un reconocimiento p¨²blico de mi raz¨®n.
El segundo argumento es todav¨ªa m¨¢s simple, y no ha dependido tanto de m¨ª como de la fatalidad. Es este: tengo el inmenso honor de haberle dado m¨¢s prestigio a mi pa¨ªs en el mundo entero que ning¨²n otro colombiano en toda su historia, aun los m¨¢s ilustres, y sin excluir, uno por uno, a todos los presidentes sucesivos de la Rep¨²blica. De modo que cualquier da?o que le pueda hacer mi forzosa decisi¨®n lo habr¨ªa derrotado yo mismo de antemano, y tambi¨¦n a mucha honra.
En realidad, el Gobierno se ha atrincherado en esas dos acusaciones pueriles, porque en el fondo sabe que mi sentido de la responsabilidad me impedir¨¢ revelar los nombres de quienes me previnieron a tiempo. S¨¦ que la trampa estaba puesta y que mi condici¨®n de escritor no me iba a servir de nada, porque se trataba precisamente de demostrar que para las fuerzas de represi¨®n de Colombia no hay valores intocables. O como dijo el general Camacho cuando apresaron a Luis Vidales: ?Aqu¨ª no hay poeta que valga?. Mauro Huertas Rengifo, presidente de la Asamblea del Tolima, declar¨® a los periodistas y se public¨® en el mundo entero que el Ej¨¦rcito me buscaba desde hac¨ªa diez d¨ªas para interrogarme sobre supuestos v¨ªnculos con el M-19. El ¨²nico comentario que conozco sobre esa declaraci¨®n lo hizo un alto funcionario en privado: ?Es un loquito?. En cambio, el primer guerrillero que se declar¨® entrenado en Cuba provoc¨®, de inmediato, la ruptura de relaciones con ese pa¨ªs. Pero hay algo no menos inquietante: a la medianoche del mi¨¦rcoles pasado, cuando mi esposa y yo ten¨ªamos m¨¢s de seis horas de estar en la Embajada de M¨¦xico en Bogot¨¢, el Gobierno colombiano fue informado de nuestra decisi¨®n, y de un modo oficial, a trav¨¦s del secretario general de la canciller¨ªa colombiana, el coronel Julio Londo?o. A la ma?ana siguiente, cuando la noticia se divulg¨® contra nuestra voluntad, los periodistas de radio entrevistaron por tel¨¦fono al canciller Lemos Simonds y ¨¦ste no sab¨ªa nada. Es decir: casi ocho horas despu¨¦s a¨²n no hab¨ªa sido informado por su subalterno. El mi-
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nistro de Gobierno, a¨²n m¨¢s despalomado, lleg¨® hasta el extremo de desmentir la noticia. La verdad es que las voces de que me iban a arrestar eran de dominio p¨²blico en Bogot¨¢ desde hac¨ªa varios d¨ªas y -al contrario de los esposos cornudos- no fui el ¨²ltimo en conocerlas. Alguien me dijo: ?No hay mejor servicio de inteligencia que la amistad?. Pero lo que me con venci¨® por fin de que no era un simple rumor de altiplano fue que el martes 24 de marzo, en la noche, despu¨¦s de una cena en el palacio presidencial, un alto oficial del Ej¨¦rcito la coment¨® con m¨¢s detalles. Entre otras cosas dijo: ?El general Forero Delgadillo tendr¨¢ el gusto de ver a Garc¨ªa M¨¢rquez en su oficina, pues tiene algunas preguntas que hacerle en relaci¨®n con el M-19?. En otra reuni¨®n diferente, esa misma noche, se coment¨® como una evidencia comprometedora un viaje que Mercedes y yo hicimos de Bogot¨¢ a La Habana, con escala en Panam¨¢, del 28 de enero al 11 de febrero. El viaje fue cierto y p¨²blicar, como los tres o cuatro que hacemos todos los a?os a Cuba, y el motivo fue una reuni¨®n de escritores en la Casa de las Am¨¦ricas, a la cual asistieron tambi¨¦n otros colombianos. Aunque s¨®lo hubiera sido por la suposici¨®n escandalosa de que ese viaje tuvo alguna relaci¨®n con el posterior desembarco de guerrilleros, habr¨ªa tomado precauciones para no dejarme manosear por los militares. Pero hay m¨¢s, y estoy seguro de que el tiempo lo ir¨¢ sacando a flote.
La forma en que la Prensa oficial ha tratado el incidente est¨¢ ya sacando algunas, y m¨¢s de lo que parece.
Ha habido de todo para escoger. Jaime Soto -a quien siempre tuve como un buen periodista y un viejo amigo a quien no veo hace muchos a?os- explic¨® mi viaje en la forma m¨¢s boba: ?El que la debe la teme?. Sin embargo, el comentario m¨¢s revelador se public¨® en la p¨¢gina editorial de El Tiempo, el domingo pasado firmado con el seud¨®nimo de Ayatol¨¢. No s¨¦ a ciencia cierta qui¨¦n es, pero el estilo y la concepci¨®n de su nota lo delatan como un retrasado mental que carece por completo del sentido de las palabras, que deshonra el oficio m¨¢s noble del mundo con su l¨®gica de oligofr¨¦nico, que revela una absoluta falta de compasi¨®n por el pellejo ajeno y razona como alguien que no tiene ni la menor idea de cu¨¢n arduo y comprometedor es el trabajo de hacerse hombre.
A pesar de su prop¨®sito criminal, es una nota importante, pues en ella aparece por primera vez, en una tribuna respetable de la Prensa oficial, la pretensi¨®n de establecer una relaci¨®n precisa, incluso cronol¨®gica, entre mi reciente viaje a La Habana y el desembarco guerrillero en el sur de Colombia. Es el mismo cargo que los militares pretend¨ªan hacerme, el mismo que me dio la mayor¨ªa de mis informantes, y del cual yo no hab¨ªa hablado hasta entonces en mis numerosas declaraciones de estos d¨ªas. Es una acusaci¨®n formal. La que el propio Gobierno trat¨® de ocultar, y que echa por tierra, de una vez por todas, la patra?a de la publicidad de mis libros y la campa?a de desprestigio internacional. Ahora se sabe por qu¨¦ me buscaban, por qu¨¦ tuve que irme y por qu¨¦ tendr¨¦ que seguir viviendo fuera de Colombia, qui¨¦n sabe hasta cu¨¢ndo, contra mi voluntad.
No puedo terminar sin hacer una precisi¨®n de honestidad. Desde hace muchos a?os, el tiempo ha hecho constantes es fuerzos por dividir mi personalidad: de un lado, el escritor que ellos no vacilan en calificar de genial, y del otro lado, el comunista feroz que est¨¢ dispuesto a destruir a su patria. Cometen un error de principio: soy un hombre indivisible, y mi posici¨®n pol¨ªtica obedece a la misma ideolog¨ªa con que escribo mis libros. Sin embargo, el tiempo me ha consagrado con todos los elogios como escritor, inclusive exagerados, y al mismo tiempo me ha hecho v¨ªctima de todas las diatribas, aun las m¨¢s infames, como animal pol¨ªtico.
En ambos extremos, el tiempo ha hecho su oficio sin que yo haya intentado nunca ninguna r¨¦plica de ninguna clase, ni para dar las gracias ni para protestar. Desde hace m¨¢s de treinta a?os, cuando todos ¨¦ramos j¨®venes y cre¨ªamos -como yo lo sigo creyendo- que nada hay m¨¢s hermoso que vivir, he mantenido una amistad fiel y afectuosa con Hernando y Enrique Santos Castillo -a quienes quiero bien a pesar de nuestra distancia, porque he aprendido entenderlos bien- y con Roberto Garc¨ªa Pe?a, a quien tengo por uno de los hombres m¨¢s decentes de nuestro tiempo. Quiero suplicarles que digan a sus lectores si alguna vez les he hecho un reclamo por las injurias de su peri¨®dico, si alguna vez he rectificado en p¨²blico o en privado cualquiera de sus excesos, o si ¨¦stos han alterado de alg¨²n modo mi sentido de la amistad. No; he tenido la buena salud mental de tratarlos como si ellos no tuvieran nada que ver con un peri¨®dico que siempre he visto como un engendro sin control que se envenena con sus propios h¨ªgados. Sin embargo, est¨¢ vez el engendro ha ido m¨¢s all¨¢ de todo l¨ªmite permisible y ha entrado en el ¨¢mbito sombr¨ªo de la delincuencia. Me pregunto, al cabo de tantos a?os, si yo tambi¨¦n no me equivoqu¨¦ al tratar de dividir la personalidad de sus domadores.
De modo que todo este ingrato incidente queda planteado, en definitiva, como una confrontaci¨®n de credibilidades. De un lado est¨¢ un Gobierno arrogante, resquebrajado y sin rumbo, respaldado por un peri¨®dico demente cuyo raro destino, desde hace muchos a?os, es jug¨¢rselas todas por presidentes que detesta. Del otro lado estoy yo, con mis amigos incontables, prepar¨¢ndome para iniciar una vejez inmerecida, pero meritoria. La opini¨®n p¨²blica, no tiene m¨¢s que una alternativa: ?A qui¨¦n creer? Yo, con mi paciencia sin t¨¦rmino, no tengo ninguna prisa por su decisi¨®n. Espero.
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