De aritm¨¦tica electoral
Es un hecho conocido y evidenciado por muchos autores que la violencia anida en el fondo de toda sociedad pol¨ªtica, ejerciendo en ella no s¨®lo una acci¨®n de desgaste, sino tambi¨¦n una funci¨®n dinamizadora. La violencia no solamente act¨²a en la muerte y, acabamiento de los reg¨ªmenes caducos, sino tambi¨¦n en el nacimiento de los nuevos y en todo el proceso del acontecer hist¨®rico de ¨¦stos.La violencia latente a la que quiero hacer referencia aqu¨ª, unicamente en determinados momentos de la vida de un pueblo suele adquirir presencia ?f¨ªsica?, y s¨®lo entonces es percibida con claridad por la gran mayor¨ªa de los ciudadanos. Pero esto no significa que la misma no exista o que se halle por completo ausente en los momentos de paz y de orden aparentes.
Una de las funciones m¨¢s importantes de la democracia consiste precisamente en ?verbalizar? la violencia. Como ha dicho el profesor Georges Lavau, ?lo que caracteriza al universo pol¨ªtico es el permanente intento de sustituir el combate por el debate, los golpes por la palabra?.
Para eso est¨¢n los parlamentos: para hablar, para verbalizar las contiendas. Es decir, que no est¨¢n s¨®lo para legislar y para ?controlar? a los gobiernos, sino tambi¨¦n para servir de v¨¢lvula a la violencia. Que los representantes de las distintas tendencias puedan dialogar, e incluso parlar -?hablar mucho y sin sustancia- es mejor que no darse sus huestes de palos o de tiros en las calles. No importa que parezca que en un Parlamento se pierde mucho el tiempo. En la mayor parte de los casos, los debates p¨²blicos ser¨¢n altamente saludables, haciendo que el instinto de agresividad se desv¨ªe por cauces menos peligrosos y da?inos que el de la agitaci¨®n y la revuelta.
Las anteriores consideraciones vienen a cuento de una reforma electoral que al parecer, se prepara en ciertos medios con ¨¢nimo de eliminar o de reducir la representaci¨®n parlamentaria de los partidos de ¨¢mbito comunitario a cambio de reforzar la de los grandes partidos nacionales o estatales. El inter¨¦s de los innovadores se centra, sin duda, en la idea de simplificar y hacer m¨¢s claro el di¨¢logo parlamentario mediante la reducci¨®n del n¨²mero de grupos dialogantes.
Desde un determinado punto de vista, esta idea ser¨ªa seguramente encomiable. El mismo profesor Lavau, que acabamos de eltar. dijo hace tiempo, en una intervenci¨®n suya sobre ?Pol¨ªtica y violencial?, que ?todo modo de representaci¨®n de los ciudadanos es parcialmente enga?oso, pero que un sistema electoral que se aproxime al m¨¢ximo a la justicia resultar¨ªa rechazable porque debilitar¨ªa al poder?. ( Lo dif¨ªcil es saber donde se encuentra en cada momento y en cada situaci¨®n el verdadero saddle-point de este juego.)
Parece claro -repito- que los inventores de la nueva aritm¨¦tica electoral que ahora se propone pretenden, sobre todo, reforzar el
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poder a trav¨¦s de una C¨¢mara m¨¢s transparente y -por decirlo as¨ª- m¨¢s manejable, en el buen sentido de la palabra. Un sistema de representaci¨®n menos justo quiz¨¢, pero m¨¢s eficaz que el actual.
Ahora bien, yo me permito pensar que la idea en cuesti¨®n va a redundar m¨¢s en perjuicio que en beneficio de la eficacia. El nuevo c¨¢lculo electoral podr¨ªa producir, en efecto, un mal mayor que el bien que por medio de ¨¦l se pretende.
El mal a que nos referimos es m¨¢s profundo que el puramente pol¨ªtico, porque afecta al concepto mismo de Espa?a que pudiera surgir en muchas mentes en un momento en que parec¨ªa que hab¨ªamos empezado a caminar por una buena senda.
En uno de sus elocuentes discursos de principio de siglo, don Juan V¨¢zquez de Mella pronunci¨® las siguientes palabras, que considero como muy significativas: ?Para los bizcaytarras -sic en el texto escrito- y napartarras, y para los de la Liga, Espa?a es un conjunto de naciones enlazadas por un Estado que no tiene m¨¢s que una soberan¨ªa pol¨ªtica com¨²n sobre ellas?.
Por lo que hace a Vasconia, esta observaci¨®n del prohombre tradicionalista tiene actualmente una extensa aplicaci¨®n. La actitud distante, meramente pol¨ªtica y por completo desprovista de efectos, respecto al Estado, a la que alud¨ªa V¨¢zquez de Mella, no ha hecho sino extenderse desde la ¨¦poca de la guerra civil y puede afirmarse incluso que hoy constituye en el Pa¨ªs Vasco una t¨®nica generalizada, como puede comprobarlo cualquier soci¨®logo medianamente avisado. En Euskadi, la misma palabra ?Espa?a parece haberse convertido en un t¨¦rmino tab¨², como, dijera en tiempos Bosch Gimpera refiri¨¦ndose a Catalu?a.
Parece, sin embargo, que un nuevo inter¨¦s hacia Espa?a hab¨ªa surgido ahora en amplios sectores de la opini¨®n vasca a trav¨¦s de la pol¨ªtica auton¨®mica. La posibilidad de intervenir en los asuntos generales del Estado de un modo positivo y eficaz por medio de su minor¨ªa parlamentaria hab¨ªa ido ganando terreno entre los nacionalistas. Las manifestaciones de solidaridad nunca hab¨ªan sido quiz¨¢ m¨¢s sinceras y abundantes que ahora.
Parece, pues, que el momento no ha podido ser peor elegido para lanzar, la idea de la exclusi¨®n. Cuando, hace poco m¨¢s de un a?o, la minor¨ªa nacionalista vasca se hab¨ªa retirado del Parlamento, una buena parte de la opini¨®n espa?ola consider¨® este gesto como intemperante y perjudicial. Ahora se vuelven las tornas y son los partidos nacionales, o algunos miembros influyentes de ¨¦stos, los que parece que no querr¨ªan ver por el Parlamento a los representantes de las minor¨ªas nacionalistas.
A mi modesto juicio, la aplicaci¨®n de la medida recientemente ideada no podr¨ªa tener en Euskadi otra consecuencia que un mayor despego y una mayor inhibici¨®n respecto de la cosa nacional espa?ola. Si esa medida llegara a aplicarse, ya no ser¨ªa s¨®lo el extraparlamentarismo voluntario de Herri Batasuna, sino el forzoso de los nacionalistas tradicionales.
Quede claro que no es este el camino para lograr la nueva Espa?a, aquella ?Espa?a de los pueblos?, la ?Espa?a de todos? de la que tanto nos han hablado Bosch Gimpera y Anselmo Carretero Jim¨¦nez.
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