El gato sordomudo y el valiente bombero
La nueva obra de Juan Jos¨¦ Alonso Mill¨¢n, S¨®lo me desnudo delante del gato, estrenada en el madrile?o teatro Pr¨ªncipe, aspira a ser un vodevil, dirigido por el propio autor y dividido en dos partes verdaderamente iguales. Lo desigual se inserta en lo epid¨¦rmico. Durante la primera parte, la cama es redonda y giratoria. A lo largo de la segunda, la cama es cl¨¢sica y, por consiguiente, estable. Los personajes, en cambio, indolentes ante tanta sutileza ambiental, permanecen inm¨®viles, a excepci¨®n de uno, que es paral¨ªtico e invisible.El dramaturgo tiene el m¨¦rito de, nada m¨¢s levantarse el tel¨®n, ir directamente al grano. El lig¨®n se lo dice a la vecina de carrerilla: ??Vamos a hacer el amor, por fin, o pongo la radio y corto un poco de queso??. Ella, mujer de un m¨¦dico forense, prefiere la lentitud al accidente. El, decorador de escaparates, no descuida el se?uelo de las diapositivas tentadoras, espejos en el techo, licores y pachanga rom¨¢ntica.
S¨®lo me desnudo delante del gato,
de J. J. Alonso Mill¨¢n. Int¨¦rpretes: M¨®nica Cano, Rafael Guerrero, Roxana Cascan, Nino Bastida, Manuel A guilar, Alejandra Grapi y Silvia Mir¨®. Direcci¨®n: J. J. Alonso Mill¨¢n.Teatro Pr¨ªncipe.
Por fortuna, suena el timbre. Llega otra vecina, con el minino entre los brazos, bostezante y sincera: ?No fumo ni bebo. Y tengo una conversaci¨®n muy sosa?. As¨ª las cosas, aparece un angelical bombero, Lucas, y hasta una drogota insaciable que, a falta de otras golosinas, reclama sobredosis higi¨¦nica: ??Lej¨ªa, quiero lej¨ªa!?. Por si eran pocos, pare la escena a un doctor que se disfraza de fallera.
Un empresario del Opus Dei, su secretaria y la esposa de un paral¨ªtico se a?adir¨¢n muy pronto, como elementos propiciatorios, a la paella en perspectiva. Todo el mundo habla por los codos, chilla, corre de un lado para otro, se esconde y reaparece. Los di¨¢logos son un continuo intento de alcanzar lo c¨®mico y lo er¨®tico. El p¨²blico, aunque voluntarioso, s¨®lo se atreve a aplaudir despu¨¦s de alg¨²n pareado: ?Ovejas, ya que me dejas, / dime adi¨®s con las orejas?. O cuando la drogota cuenta que el paral¨ªtico se derrite de felicidad cada vez que ella le ordena: ??Si¨¦ntate, co?o!?. Esas son, en efecto, las cimas indudables del vodevil.
Pero Alonso Mill¨¢n no desde?a tampoco las observaciones po¨¦ticas, encomendadas a la proba due?a del gato: ?Una butaca sin unos pa?itos de encaje no es una butaca ni cosa que se le parezca?. Ese ser, no contaminado por las drogas ni el sexo, ser¨¢ el encargado de ponerle un broche redentor, con ayuda solemne del bombero, a ese divertimento de alcoba vecinal. Mientras tanto, el aburrimiento hace incluso mella en uno de los personajes: ?Me voy a echar un rato. No puedo m¨¢s?.
Pese a todo, los actores dan la impresi¨®n de hacer lo posible y hasta lo imposible por darle vida al vodevil gatuno. En verdad, s¨®lo Manuel Aguilar, en el papel de bombero, consigue por su cuenta y riesgo tan loable prop¨®sito. Y elogio muy especial merece el gato, que no emite ni el menor maullido.
El esfuerzo general, la osad¨ªa del bombero y la mansedumbre del felino recibieron unos breves y educados aplausos del p¨²blico.
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