Wagner y Bruckner, interpretados con pasi¨®n por la Filarm¨®nica de Londres

Desde la fecha de su estreno por Nikisch (1884), la S¨¦ptima sinfon¨ªa goza del favor de los p¨²blicos y la mayor consideraci¨®n de la cr¨ªtica. Unos y otra encuentran en la obra una rara conjunci¨®n de grandeza y simplicidad, tanto cuando parte de pensamientos diat¨®nicos como cuando circula por un cromatismo que, d¨ªgase lo que se diga, se aparta bastante del wagneriano.En medio de la soberbia pujanza, fruto de una inspiraci¨®n constructiva de alto vuelo, aparece la hermos¨ªsima p¨¢gina que es el Adagio, de tan intenso lirismo en sus soluciones mel¨®dicas como en la marcha de las armon¨ªas o circula un frescor popular entre las frondas del scherzo. Todo en la S¨¦ptima respira autenticidad, veracidad de un sentimiento que precisa de determinado lenguaje, amplias estructuras para exteriorizarse y sustancialidad de unos desarrollos que, con frecuencia, parten de ideas elemental¨ªsimas.

L¨®pez Cobos dirigi¨® en Madrid a la Sinf¨®nica de RTVE esta sinfon¨ªa en febrero de 1975. Su versi¨®n, como es l¨®gico, no ha cambiado. Si acaso, se han afianzado los criterios y es distinta -en la misma sonoridad- la respuesta de los filarm¨®nicos londinenses, cuyas cuerdas lucieron con especial vibraci¨®n y densidad.

El director espa?ol posee un fuerte sentido arquitectural y un evidente af¨¢n de clarificaci¨®n unido a principios de m¨¢xima fidelidad a lo escrito. L¨®pez Cobos y la orquesta parec¨ªan trabajar para situar, en primer plano, la obra de Bruckner, a la que sirvieron con pasi¨®n y conocimiento.

El triunfo fue total y merecido. Antes, los m¨²sicos ingleses y nuestro compatriota expusieron el Preludio y muerte de Isolda; yo dir¨ªa que desde un deseo -consciente o inconsciente- de aproximar los pentagramas wagnerianos al esp¨ªritu de Bruckner que tanto los amaba. Hubo lleno a rebosar, entusiasmo sin l¨ªmite y un solicitado encore.