Henry Moore
Las ingentes esculturas de Henry Moore, hechas de amor. y magnitud, entre el Palacio de Vel¨¢zquez y el Palacio de Cristales, esas inmensas maternidades que est¨¢n, entre d¨®lmenes de Marte y estilizaciones de Rodin, a la orilla del peque?o lago modernista del Retiro, en el rinc¨®n m¨¢s parnasiano del parque. Los cisnes -viol¨ªn y violinista fundidos en lo blanco- son los mismos que vieran, ?un¨¢nimes?, a Rub¨¦n Dar¨ªo pasar y pasear de la mano de Francisca S¨¢nchez. Ahora, cisnes y patos se acogen a las oquedades casi geol¨®gicas del bronce de Henry Moore con una confianza vecinal que habr¨ªa hecho feliz al ?Picasso? de la escultura de nuestro siglo.Pero he visto en un mismo d¨ªa otras multitudes de acero inoxidable, otras ingentes y obedientes bestias de metal, toda la nueva cibern¨¦tica de este peri¨®dico, inaugurada en su quinto aniversario, y entre Henry Moore y la rotativa de EL PAIS me parece a m¨ª que est¨¢ todo el humanismo de las m¨¢quinas, toda la teor¨ªa convivencial de nuestros nuevos y definitivos compatriotas en la Tierra: los metales en pie, echando cuentas, haciendo peri¨®dicos, comiendo, mansos y prediluvianos, como tiranosaurios del siglo XX, en la mano suave, gastada y poderosa de Henry Moore. Los ejemplares del peri¨®dico, en multitud, pajarean por la formidable y espantosa m¨¢quina de la rotativa como los patos del Retiro por entre el bronce descomunal y cordial del escultor.
Los metales son la ¨²ltima raza terrestre que se ha puesto en pie, tras la m¨²sica (?rev¨¦s del aire?, seg¨²n Rilke), que nos acompa?a ya en el taxi y el trabajo, y tras la luz, cuajada en im¨¢genes publicitarias, televisivas, cinematogr¨¢ficas, que nos sigue a todas partes, porque la luz es ya nuestra sombra.
Pero hay en el mundo una carrera armamental, que se nos presenta cotidiana y despersonalizada, como si los minerales se hubiesen levantado contra el hombre en amotinamiento hostil, por s¨ª solos, y del acero de los ejes de la Tierra hacen USA/URSS ca?ones de eslora letal que dejan a la ?Gran Berta? de la primera guerra en una herr Berta o misstres Berta de disparo realmente amable. Mientras todo eso entra en su fin de fiesta, pistolas como bol¨ªgrafos y bol¨ªgrafos/pistola matan militares y civiles, en Espa?a, porque hay unos oscuros seres que odian la actualidad de los patos, presente en blanco, acogidos al bronce descomunal de Henry Moore, bronce que tiene ya dulce fiebre de madre, como odian la actualidad del peri¨®dico, bebedero de patos cibern¨¦ticos, miles de ejemplares con la vivacidad del pato, la fecundidad de la oca e incluso la elegancia estil¨ªstica del cisne. Yo, que le he hecho ascos a la tecnolog¨ªa cuando eso parec¨ªa de derechas, y se los hago ahora que parece de izquierdas, me he emocionado la otra tarde, con todos los amigos y troncos del peri¨®dico, cuando la formidable y espantosa m¨¢quina se ha puesto a zumbar como el cerebro de un infinito editorialista en pleno p¨¢rrafo. Alguien me cuenta historias de cuando se invent¨® el alfabeto, que era la tecnolog¨ªa agresiva bajo la luz ingenua de la antig¨¹edad. No se para la Historia en Churriguera, porque hoy ser¨ªamos todos churriguerescos con corbata, o sea, grotescos. No se para en nadie la Historia. Pero la mano del hombre debe ir siempre por delante, como la de Henry Moore, amansando metales, dioses, rotativas.
Hab¨ªa una muchacha, orilla del estanque, rodeada de patos: Leda m¨²ltiple. ?Les daba de comer? No; ellos le tra¨ªan del fondo del lago piedras de luz, joyas de agua, en el pico, para sus manos delgadas. Me pregunto si no es tan bella una rotativa de la quinta generaci¨®n, ultrainform¨¢tica, movida por la verdad /actualidad, como un monstruoso bronce de HM, meditando en la eternidad. Ni ca?ones ni mantequilla. El mitol¨®gico reba?o de los metales, pastoreado por el hombre.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.