Nuestra epidemia
?No deja de ser una llamada a la humildad el hecho de que, cerca de las postrimer¨ªas del siglo XX, y en la naci¨®n m¨¢s avanzada tecnol¨®gicamente del mundo, se produzca una epidemia de una enfermedad desconocida, causada probablemente por un organismo desconocido?. Comentarios como el anterior circulaban en la Prensa estadounidense en el oto?o de 1976, semanas despu¨¦s de la misteriosa y grave epidemia de enfermedad respiratoria que afect¨® a los miembros de la Legi¨®n Americana, reunidos en un gran hotel de Filadelfia. Una enorme operaci¨®n sanitaria, perfectamente organizada, puso en marcha investigaciones epidemiol¨®gicas, cl¨ªnicas y microbiol¨®gicas, que culminar¨ªan con el esclarecimiento -cuatro meses despu¨¦s, s¨®lo cuatro meses despu¨¦s- de cu¨¢l era el organismo que produc¨ªa dicha enfermedad respiratoria, cu¨¢les eran los mecanismos de transmisi¨®n y cu¨¢les eran las medidas cient¨ªficas que hab¨ªa que adoptar. ?Qu¨¦ hemos hecho en Espa?a ante una situaci¨®n aproximadamente similar?Quince d¨ªas despu¨¦s del comienzo de ?nuestra? epidemia de neumon¨ªas at¨ªpicas, ?qu¨¦ es lo que realmente sabemos con certeza? Por una parte, ni siquiera sabemos si realmente existe una epidemia, y en este sentido, a falta de datos epidemiol¨®gicos conocidos de morbilidad comparada con otros meses o a?os, se dan todo tipo de planteamientos: desde la versi¨®n ?epid¨¦mica? m¨¢s estricta. a las versiones que dicen que se trata ?pr¨¢cticamente de una situaci¨®n normal?, hasta aquellas que se atreven incluso a definir la situaci¨®n presente como una ?falsa epidemia? o ?cortina de humo? para ocultar turbios acontecimientos, sobre los cuales pueden fantasear a su gusto la consabida y numerosa pl¨¦yade nacional de listillos, enterados, bienentintados, oportunistas y arribistas.
?De qui¨¦n fiarse? Yo tengo por norma -quiz¨¢ falsa, pero, al menos, justa- el acercarme a la impresi¨®n de que los que m¨¢s trabajan hablan menos. Hay muchos m¨¦dicos en los hospitales de Madrid -que, como se sabe, han sustituido al excelent¨ªsimo Ayuntamiento de la ¨¦poca franquista en colocarse como blanco de diversi¨®n de la ?cr¨ªtica tolerada?- que han dejado sus ojos, casi su piel, estos d¨ªas, sin apenas ver a su familia, con el riesgo de ser contagiados, viendo los muchos enfermos con la enfermedad respiratoria que han llegado a las urgencias hospitalarias. Ellos me dicen que hay epidemia, y yo me lo creo. Que el cuadro cl¨ªnico no es realmente ?lo habitual?, que para ellos, que no han tenido tiempo de elaborar, de reflexionar, sino s¨®lo de explorar, observar y atender, esta situaci¨®n es an¨®mala. Yo me lo creo.
?Qu¨¦ sabemos de los mecanismos de transmisi¨®n, de la epidemiolog¨ªa de este brote -as¨ª lo consideramos despu¨¦s de los anteriores comentarios- de neumon¨ªas at¨ªpicas? Sabemos poqu¨ªsimo con certeza. La vieja tradici¨®n administrativa y burocr¨¢tica de nuestras organizaciones dedicadas a la salud p¨²blica ha impedido ?saltar al campo? con la suficiente agilidad, ?ir? a por los datos con reflejos period¨ªsticos o policiales. Nos hemos quedado una vez m¨¢s en interminables reuniones ?organizativas?, en vez de ir a trabajar. ?Imaginan ustedes al jefe de un parque de bomberos que ve c¨®mo arde el edificio de al lado y espera tranquilamente a que le llegue de las autoridades correspondientes -con la p¨®liza adecuada- la orden escrita precisa de lo que debe ejecutar en esa circunstancia? Esta ha sido la situaci¨®n de algunas unidades de medicina preventiva en la actual situaci¨®n. Esperar los datos, esperar que alguien -los pocos que trabajan- nos digan algo, para entonces repetirlo, si es posible, en voz alta. La ausencia de una hip¨®tesis epidemiol¨®gica basada en datos cient¨ªficos ha dado lugar -no podr¨ªa ser de otra forma- a la formulaci¨®n de todo tipo de fantas¨ªas -y es que somos objetos pasivos de nuestra fantas¨ªa, pero tenemos que ser sujetos activos en el trabajo-, algunas de ellas, parad¨®jicamente, posibles, pero faltas de la necesaria seriedad en el planteamiento. Bajando al suelo, diremos, sin embargo, que, epidemiol¨®gicamente, todo parece indicar hacia una enfermedad relativamente poco contagiosa, que requiere un contacto muy cercano para ser transmitida y que afecta fundamentalmente a la franja de edad juvenil entre los ocho y los veinte a?os.
?Cu¨¢l es -y este es mi campo- la causa, la etiolog¨ªa de esta enfermedad, que ya todos conocemos como neumon¨ªa at¨ªpica? En el momento en que esto escribo, desde mi laboratorio, la situaci¨®n es la siguiente: los ¨²nicos datos objetivos que nos constan proceden del Centro de Microbiolog¨ªa de Majadahonda, donde se ha obtenido evidencia suficiente de la presencia del micoplasma pneumoniae en ¨®rganos y secreci¨®n respiratoria de algunos de los enfermos m¨¢s graves de esta epidemia. Nuestro propio laboratorio de micoplasmas, que empez¨® a trabajar con muestras de enfermos cinco d¨ªas m¨¢s tarde, tiene en procesamiento material procedente de al menos cincuenta casos, y todav¨ªa no podemos implicar con certeza al micoplasma como el agente de la epidemia. Los primeros datos, sin embargo, son compatibles con este diagn¨®stico: micoplasma es probablemente ahora el mejor candidato. ?Un micoplasma ?especial?? S¨ª, hay algunos caracteres at¨ªpicos que no son los tradicionales y cl¨¢sicos de la infecci¨®n por micoplasma. Quiz¨¢ un micoplasma que no se comporte de la forma habitual. Para conocer este punto con certeza tendr¨¢ que pasar a¨²n mucho tiempo. Acabo de ver los cobayos inoculados intraperitonealmente con material procedente de los enfermos. Por ahora est¨¢n perfectamente sanos. Legionella tiene ya muy pocas posibilidades. Toda la serolog¨ªa (primeros sueros) y cultivos son todav¨ªa negativos. ?Virus? Es pronto tambi¨¦n para decirlo. Los resultados de nuestros laboratorios indican lo esperado: que hay procesos virales variados, incluyendo algunas posibles infecciones por Chlamydia mezclados con los cuadros de neumon¨ªa at¨ªpica. No todos los enfermos que tenemos ingresados como pertenecientes a esta epidemia pertenecen a ella. Entre ellos hemos detectado incluso una tuberculosis pulmonar. Una enferma muerta en el Centro Ram¨®n y Cajal de neumon¨ªa at¨ªpica ten¨ªa lesiones cardiol¨®gicas graves que podr¨ªan justificar su mala evoluci¨®n. Queda mucho por hacer, pero lo estamos haciendo.
Una alarma epid¨¦mica es un buen banco de pruebas de una sociedad. Hemos observado muchos aspectos positivos: colaboraci¨®n incre¨ªblemente generosa de gran parte del personal sanitario de los hospitales a nivel m¨¦dico, de enfermer¨ªa, auxiliar, de limpieza, administrativo; capacidad ins¨®lita de adaptaci¨®n y de reorganizaci¨®n de monstruos como este denostado y querido Ram¨®n y Cajal, que ha pechado con m¨¢s de cien enfermos de la epidemia sin queja y con agilidad y eficacia impropias de su volumen y su mala prensa; en general, excelente nivel de asistencia a todos los niveles. ?Los aspectos negativos? Quiz¨¢ uno, ante todos, y en todas partes, y quiz¨¢ imposible de corregir: el af¨¢n de protagonismo y el intento de capitalizaci¨®n de una desgracia nacional en provecho de intereses particulares. Sin embargo, en conjunto, creo que nos debemos sentir satisfechos. Aunque nos falta mucho por conocer, conocemos ya suficiente de esta epidemia de neumon¨ªa at¨ªpica para pedir a todos -incluso cuando no haya otras noticias de primera plana- una actitud de serenidad, de atenta tranquilidad. Podemos con esta epidemia. ?Seguro!
El doctor
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