Schmidt en Washington
DESDE AYER, la supervivencia de Helmut Schmidt al frente del Estado alem¨¢n federal, incluso la continuidad de la coalici¨®n de socialdem¨®cratas y liberales como Gobierno de ese pa¨ªs, est¨¢ en manos de Reagan: depender¨¢ del resultado de sus negociaciones. Son muy complejas. Schmidt tiene que volver a Bonn con una seguridad sustanciosa de que Estados Unidos va a acudir sinceramente y con prop¨®sito de lograr algo a unas conversaciones con la URSS en plazo muy breve. Deber¨ªa llevar tambi¨¦n la tranquilidad de una tregua en la guerra econ¨®mica con Estados Unidos: una modificaci¨®n en la cuesti¨®n de la ?tasa de intereses?, que est¨¢ elevando el precio del d¨®lar -lo que equivale a decir que est¨¢ elevando el precio del petr¨®leo, pagadero en d¨®lares- y que se est¨¢ llevando a los capitales inversores hacia Estados Unidos; y un permiso para que pueda continuar trabajando en el gasoducto que debe traer. energ¨ªa barata de Siberia a Alemania Federal y otros pa¨ªses de Europa. Es decir, que se corrija la situaci¨®n actual de la que es protagonista involuntario Schmidt, por la cual, adem¨¢s del riesgo de guerra nuclear multiplicado, Alemania Federal se ve multiplicar sus gastos militares y reducir sus ingresos en divisas, con una repercusi¨®n que ya existe en el nivel de vida y, sobre todo, en las f¨®rmulas de la Seguridad Social.Todo depender¨¢ del inter¨¦s que tenga Reagan -el poder en Estados Unidos- en sostener a Schmidt y de las ofertas que reciba de la democracia cristiana como alternativa de poder en Alemania Federal. El inter¨¦s en Schmidt parece ser considerable. El canciller ha abrazado hasta sus ¨²ltimas consecuencias -hasta su dimisi¨®n, si no hay otro remedio- los dogmas americanos de la red de euromisiles y del reforzamiento de la OTAN; representa una seguridad para Washington, sobre todo en un momento en que Mitterrand comienza a gobernar en Francia, y el neutralismo y el pacifismo se extienden cada vez m¨¢s por Europa -el viejo rechazo a la direcci¨®n de Estados Unidos en cuestiones de paz y de guerra, que parece multiplicado desde que la elecci¨®n de Reagan y la irrupci¨®n de sus guerreros en la Casa Blanca da la sensaci¨®n de que el riesgo crece-. No s¨®lo en Europa, sino en otras partes del mundo: Haig ha tenido que suspender su viaje a Jap¨®n por la oposici¨®n fuerte de los ?pacifistas? de ese pa¨ªs (se oponen al reforzamiento de lazos militares con Estados Unidos y a la suposici¨®n de que un acuerdo secreto entre los dos pa¨ªses est¨¢ permitiendo el estacionamiento de buques con armas nucleares en puertos japoneses).
Parece que si Schmidt cae, y con ¨¦l su Gobierno, habr¨ªa que celebrar elecciones generales en Alemania Federal. La democracia cristiana y los cristianos sociales ofrecen a Washington, probablemente, garant¨ªas mayores en el camino de la firmeza, de la ?guerra fr¨ªa?; pero a condici¨®n de que ganen las elecciones. Lo que no se sabe es si el pacifismo -enti¨¦ndase reducci¨®n del compromiso militar y nuclear con Estados Unidos; y la reducci¨®n tambi¨¦n de una dependencia econ¨®mica que puede ahogarles- ha tomado ya tal envergadura que pudiera devolver al poder a una socialdemocracia sin Schmidt -esto es, sin compromiso directo con Estados Unidos-, o, aun ganando la democracia cristiana, a la creaci¨®n de una oposici¨®n vasta y agresiva que, a la larga, terminar¨¢ por hacer virar enteramente al pa¨ªs hacia el neutralismo.
Pero es evidente que, para sostener a Schmidt, el presidente Reagan tendr¨ªa que variar algunas de las premisas de su pol¨ªtica, de la doctrina que le ha llevado a la Casa Blanca. Pr¨¢cticamente la ideolog¨ªa se basa en una sola la de que la URSS es culpable de todo lo que acontece en el mundo, y que para poner coto a todo ello hay que presentarle un frente implacable. No quiere negociar seriamente con la URSS sin soluciones para Afganist¨¢n y Polonia, sin el triunfo de las contrarrevoluciones en Latinoam¨¦rica, sin una implantaci¨®n s¨®lida en el oriente ¨¢rabe.
Estos y otros temas que parecer¨ªan el objeto de la negociaci¨®n principal son considerados por Reagan como previos a la negociaci¨®n, que se basar¨ªa entonces en el desarme. La cuesti¨®n estar¨ªa en que Schmidt pudiera llevarse a Bonn algo que contuviera la impaciencia y el miedo del ala izquierda de su partido: las promesas de que Haig y Gromiko se entrevisten en septiembre y que las negociaciones se lleven a nivel de embajadas en Mosc¨² y Washington parecen poco nutritivas.
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