La vieja Academia
LA EDAD es siempre venerable, y acaso m¨¢s a¨²n en materia de letras. Con excepci¨®n de la poes¨ªa -arte en el que la juventud suele deslumbrar-, el dominio de la prosa y del idioma se corresponde con la madurez del individuo. No obstante, el respeto por los saberes que proporciona la edad avanzada no debe llevarse hasta los extremos imperantes en la Real Academia Espa?ola de la Lengua: ese templo de la gerontocracia que cuenta entre sus miembros a ocho octogenarios, catorce septuagenar¨ªos y otros ocho acad¨¦micos mayores de sesenta a?os.Parte de los problemas de la Academia por excelencia -la de la Lengua- podr¨ªan achacarse a su provecta composici¨®n. El definitivo diccionario usual lleva diez a?os en el telar (parece que est¨¢ a punto de concluirse), y no se han logrado las necesarias subvenciones estatales para edificar el diccionario hist¨®rico, que ser¨ªa la m¨¢s importante obra de la Academia. La r¨¦mora de la vejez, el escaso trabajo exigible,a la mayor¨ªa de los acad¨¦micos, pesa indefectiblemente sobre el venerable caser¨®n.
El acad¨¦mico m¨¢s joven, Manuel Seco -quien obviamente es de los m¨¢s activos-, cuenta 51 a?os, y s¨®lo Camilo Jos¨¦ Cela ingres¨® con menos a?os en la n¨®mina de los inmortales. Los propios acad¨¦micos, con todo el buen sentido que acumulan los a?os y la experiencia, deber¨ªan plantar algunas lindes a la edad y funciones de sus candidatos o miembros: no ser elegible a partir de los setenta a?os, no otorgar cargos dentro de la Academia a partir de los 75, cubrir la silla de los mayores de ochenta a?os (creando la categor¨ªa de acad¨¦mico de honor, con todos los derechos, menos el de voto) y, esencialmente, abrir las puertas de la Academia con mayor generosidad hacia los escritores, hacia los trabajadores del idioma, obviando su edad o su car¨¢cter de t¨¦cnicos de la lengua. Gerontocracia m¨¢s tecnocracia son malas andaderas para la frescura del lenguaje.
No es este el caso de un canto wagneriano a la juventud por la juventud; se trata de meditar sobre la condici¨®n recelosa de una Academia envejecida, a la que parece que tienen vedado el acceso muchos escritores notables, que influyen sobre la sociedad m¨¢s intensamente que muchos acad¨¦micos, y que, por tener cuarenta a?os, pagan el precio de limpiar, fijar y dar esplendora su lengua al margen del sancta sant¨®rum de la Real Academia.
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