De ¨¦sta no sube Victorino a los altares
Victorino Mart¨ªn ya ha recorrido todos los caminos que conducen a la gloria y lo ¨²nico que le falta es subir a los altares. La afici¨®n iba a peregrinar al Vaticano, a tales efectos. Pero de ¨¦sta no va a ser. La corrida que le sali¨® ayer fue como para meterse en casa a hacer crucigramas y no reaparecer hasta la pr¨®xima. Claro que a lo mejor lo de los altares es a la pr¨®xima.La corrida le sali¨® mala casi por entero y, si exceptuamos al que abri¨® plaza, lo que de bueno tuvo tampoco contribu¨ªa en nada a la leyenda. Ese primero fue bravo y Victorino. Los cuatro ¨²ltimos, mansos y de mala entra?a; el segundo, una especie de borrego.
Es decir, que sale ese toro, c¨¢rdeno destartalado, carlavacado, barrig¨®n y feo, embiste como embisti¨®, le ponen otro hierro, y a estas horas estar¨ªamos diciendo que se trataba de una burra. Como era un Victorino, diremos que dec¨ªan que exhib¨ªa una clase excepcional. Desde luego, para torearlo no pod¨ªa ser mejor. Met¨ªa la cabeza abajo, segu¨ªa el enga?o como hipnotizado, volv¨ªa cuando le mandaban volver, dejaba colocarse, esperaba el cine. Toro-carret¨®n era ¨¦se, de triunfo sonado. Pero le correspondi¨® a Manolo Cort¨¦s, que est¨¢ m¨¢s a proteger su anatom¨ªa que a hacer el toreo, y convirti¨® en vulgaridad lo que debi¨® ser arte. A ese toro no ten¨ªa por qu¨¦ probarle, como hizo, aliviando por alto las primeras series, a ese toro no ten¨ªa por qu¨¦ citarle al natural cogiendo la muleta por la punta del estoquillador: a ese toro no ten¨ªa por qu¨¦ embarcarle con el pico. Ese toro, en resumen, debi¨® inspirarle el toreo alegre, exquisito y puro que indudablemente conoce. Manolo Cort¨¦s le hace demasiadas muecas a la suerte. El otro toro bueno, bueno de verdad, y Victorino por su casta agresiva, fue el primero. Bravo en varas. con temperamento y noble. Pero con una nobleza de ataque, como conviene al toro de lidia y es fama que son los Victorino. Ten¨ªa mucho que torear, no se le pod¨ªa dudar ni un momento ni perder tiempo en probaturas. Miguel M¨¢rquez lo entendi¨® a la perfecci¨®n y le hizo una gran faena, en la que se arrim¨® y embarc¨® con sabor y torer¨ªa desde el primer muletazo.
Plaza de Las Ventas
Decimoctava corrida de feria. Toros de Victorino Mart¨ªn, muy desiguales de presencia, aunque todos con mucho respeto; bravo, el primero muy boyante, el segundo; el resto, mansos y broncos. Miguel M¨¢rquez: media delantera. rueda de peones y descabello (petici¨®n de oreja y dos vueltas al ruedo). Estocada corta ladeada perdiendo la muleta (palmas y pitos). Manolo Cort¨¦s: dos pinchazos, otro hondo y descabello (palmas). Pinchazo, otro sin soltar y estocada perdiendo la muleta (protestas). Ruiz Miguel: dos pinchazos sin soltar y estocada corta ca¨ªda (algunas palmas). Pinchazo y estocada ladeada (algunos pitos). Lleno de ?no hay billetes?. Presidi¨® en general con acierto el comisario Font, aunque fue demasiado riguroso al no conceder la oreja.
De esta forma pudo aprovechar la clara boyant¨ªa por el pit¨®n izquierdo y, cuando ya le hab¨ªa sacado el m¨¢ximo partido, fijar la incierta embestida del derecho. Valor y mando produc¨ªan un trasteo de calidad.
Los naturales eran hondos; los pases en redondo, suaves y largos; los remates de pecho, precisos, valientes y aut¨¦nticos, ech¨¢ndose todo el toro por delante. La plaza, que ya hab¨ªa vibrado con los soberbios pares de banderillas de los Ortiz y Curro Alvarez, viv¨ªa instantes de aut¨¦ntica conmoci¨®n cuando M¨¢rquez se descar¨® con el Victorino, le perdi¨® el respeto. se puso de rodillas ante los pitones y arroj¨® lejos de s¨ª los trastos. El triunfo, verdaderamente leg¨ªtimo, debi¨® tener el refrendo de la oreja que ped¨ªa el p¨²blico y que en esta ocasi¨®n el presidente, otras veces tan maqn¨¢nimo, no concedi¨®.
Del resto de la corrida m¨¢s valdr¨¢ cuidar el l¨¦xico para que no se escape sin querer y por contagio alg¨²n exabrupto, como los que les ro¨ªan por dentro a los toreros y en varias ocasiones taladraron los o¨ªdos de los espectadores que estahan m¨¢s cercanos. No es que esos toros fueran de casta y fiereza apabullante, dif¨ªciles de dominar, como tantas veces ocurre con los Victorino, esos toros que han encumbrado a Ruiz Miguel porque lograba hacerse con ellos a fuerza de pisarles el terreno jug¨¢ndose el f¨ªsico y manejando los enga?os con serenidad y mando. Es que eran violentos, de mal estilo, y recorr¨ªan la gama que va del bronco al pregonao. Les pegaron en varas con una dureza terrible y adem¨¢s los picadores met¨ªan traser¨ªsimo el lanzazo, que es una forma cualquiera de asesinar con premeditaci¨®n y alevos¨ªa. Por ah¨ª tendr¨¢ raz¨®n el ganadero si explica que sus toros cabeceaban porque les picaron demasiado atr¨¢s. Pero no era s¨®lo el cabeceo, sino el amagar, probar o medir la embestida, revolverse en un palmo de terreno, tirar ga?afones al bulto, hacer hilo, buscar los tobillos del pr¨®jimo o, como alternativa de poder, las ingles, y todo aquello propio de ese toro manso y peligroso que ha existido desde que la fiesta es fiesta, que ning¨²n torero quiere (y el p¨²blico tampoco) y que por supuesto no puede nimbar de gloria a nadie, as¨ª se llame san Victorino.
Miguel M¨¢rquez estuvo muy valiente con el cuarto, aunque no pudo reducirlo. El p¨²blico, que protestaba sus regates para eludir la cornada y luego aplaudi¨® al Victorino en el arrastre, era tremendamente injusto con el torero y creemos que tambi¨¦n con la propia fiesta, porque nunca en ella debe tener el calor de los aplausos un toro as¨ª. Manolo Cort¨¦s se afligi¨® con el quinto, seg¨²n era de esperar, y el sexto de poco abre en canal a Ruiz Miguel, cuando el torero de la Isla a¨²n estaba en los muletazos de tanteo. Los bordados de la taleguilla se llev¨® en el asta ese toro imposible, que no ten¨ªa m¨¢s faena que la de ali?o, y as¨ª lo hizo el diestro incierto, reserv¨®n y querencioso a tablas el segundo, Ruiz Miguel consigui¨® que tomara la muleta en una serie de naturales, para lo cual hubo de pisarle el terreno, colocarse entre los pitones y provocarle la arrancada, incluso a manotazos No se le pod¨ªa pedir m¨¢s al torero. Ni ese toro ni los otros merec¨ªan tanto riesgo.
El victorinismo sali¨® decepcionado, y el p¨²blico que abarrotaba la plaza, tambi¨¦n. Los pares de la ?cuadrilla del arte?, otros dos asom¨¢ndose al balc¨®n de El Formidable, la faena de M¨¢rquez, u solo toro, hab¨ªan merecido la pena. No, por ese toro no va a subir Victorino a los altares; ni siquiera podr¨¢ salir bajo palio. Aunque ya llegar¨¢ el d¨ªa.
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